Algo muy hondo e íntimo, algo sagrado y de incalculable valor, se le rompió a este continuo proyecto de país, a esta eterna promesa republicana no cumplida, llamada Venezuela. Lo que se le ha roto es, nada menos, que lo que la había mantenido viva hasta ahora, lo que durante su breve pero intensa historia la había motivado a intentarlo una y otra vez: a Venezuela se le ha roto su ser en devenir, su voluntad para la construcción de una eticidad estética. Se le rompió el “sí mismo”, su “mismidad”. Ciertamente, no es la primera vez. Del analfabetismo virginal al analfabetismo funcional mediante la plena –en realidad, vergonzosa– vindicación de Doña Bárbara. Así podría resumirse, en breve trato, el triste y vertiginoso quiebre de un país que aún mantiene el privilegio de la eterna primavera.
Desposeída la inteligencia de toda misión social, se vierte en fábula el dolor de la rotura del tiempo presente. “Venezuela –observa Mariano Picón Salas, con amarga decepción– no solo ha devorado vidas humanas en guerras civiles, en el azar sin orden de una sociedad violenta, en convulsionado devenir, sino que también marchitó –antes de que fructificaran– grandes inteligencias. Entre las no pocas cabezas que surgieron en nuestra tierra, la única que cumplió goethianamente con su nutrido mensaje fue la de Andrés Bello. Pero su obra fue a convertirse en organización civil, en norma jurídica, en tradición cultural, en Chile”. El resto debió transitar por las penosas sendas de la misantropía y la soledad: “Fermin Toro, Juan Vicente Gonzalez, Cecilio Acosta. Gallegos ha contado esta historia permanente, nuestra, del idealista que no alcanza a convertir su ideal en acción, del reformador que no reforma”. La maldición de Sísifo. Cada logro termina en un nuevo desgarramiento. El ricorso de la barbarie, una y otra vez. El premio por haber decapitado a Cristóbal Colón en la Plaza Venezuela es fungir como flamante gerente de una panadería expropiada, es decir, arrebatada a sus legítimos propietarios. Todo un “maestro pastelero”. Hay quienes venden yuca amarga sin ninguna preocupación por la vida de los que la consumen.
Un extraño hurto en el Instituto de Medicina Tropical de la UCV, donde se vienen desarrollando investigaciones de rigor sobre el espantoso resurgimiento de epidemias que habían sido erradicadas –como es el caso del paludismo, la malaria, el tifus, la difteria, entre otras– da cuenta del “modelo” que la barbarie ha escogido para dar solución a los problemas sustanciales que aquejan al país: extraer los equipos, destruir los registros, desaparecer la incubación de las muestras. Si no hay estudio las patologías desaparecen, como por arte de magia. Si se tapa el sol con un dedo o con un decreto –da lo mismo– el sol desaparece. ¡Solucionado el problema! Una es la realidad y otra la imagen que se puede fabricar –o manipular– de ella. Nada es lo que parece. A fin de cuentas, el espectáculo funciona y en la Venezuela de hoy parece ser la industria más próspera. ¿Hay colas para comprar pan? Es “la guerra del pan” imperialista. La respuesta no se encuentra en el producir riqueza sino en una cada vez más “equitativa” distribución de la miseria. ¿No hay alimentos? Es la “guerra económica”. Si se va la luz o el agua hubo un sabotaje del Imperio. Si el crimen y la violencia se apoderan de todo y de todos es porque hay una invasión de paramilitares desde Colombia. Todo un “plan desestabilizador”. En todo caso, la garantía de que la “revolución” se mantendrá per secula seculorum reside en propiciar una generación completa de anémicos o de palúdicos, al tiempo de dar concreción al gran “legado”: la creación de una población cada vez más ignorante, depauperada y violenta. Ese es el “patriótico” e “inmarcesible” futuro que aguarda, que asecha, en una Venezuela secuestrada por los herederos del militarismo. Como dice Orwell, “la ignorancia es la fuerza”.
Que buena parte de la dirigencia opositora haya terminado aceptando las “ideas”, los “valores” y las “prácticas” de la barbarie ritornata, incapaz como ha sido de producir una profunda reforma moral e intelectual, indispensable para la creación de una nueva objetividad social, de un nuevo “bloque histórico” para Venezuela, solo confirma el quiebre, la rotura del Ethos sufrido por una multitud que se ha perdido a sí misma. Se puede llegar a contar con auténticas estrellas, guantes de oro, bates de plata o “Cy-Young” del beisbol de las grandes ligas hasta conformar un equipo que bien podría llegar a ser la envidia de cualquier país en el mejor de los mundos posibles. Pero basta con que todas estas superestrellas sean convocadas para alinear el “Dream Team” criollo, bajo los colores de una nación adulterada, perdida, fracturada, para convertirse en un auténtico “Fractus-Team”. Toda una vergüenza, demasiado “irregular” para ser descrita bajo paradigmas tradicionales. Una copia de una copia imperfecta, una reproducción a escala de la infinita fractalización de un país escindido, roto.
Un grupo de “niños de la patria” –acaso fractales de un caleidoscopio social partido– asesinaron a dos funcionarios del Ejército a puñaladas. Alguien juró quitarse el nombre si no erradicaba “el flagelo” de los niños de la calle, en situación de indigencia. Ahora se disputan las bolsas de basura para poder comer. Las razones que hicieron posible “la heroica toma por asalto del poder” por parte de quienes hoy lo sustentan han quedado absolutamente relegadas, vilipendiadas y sin justificación alguna. Se trataba de la tristeza que le producía a Alí Primera los “techos de cartón”. Se trataba de que los perros iban a escuelas mientras que los niños no. Era que había hambre y no había empleo. Era menester una sociedad con más y mejor democracia, una sociedad de auténtica justicia social, de libre expresión, de enfermos bien atendidos. Una sociedad de “mano dura”, sin corrupción y sin narcotráfico. Se trataba del “Reino de Dios en la tierra”, de construir todo un “Paraíso”. La verdad, el único Paraíso que conocen los caraqueños tiene un parque zoológico –El Pinar– que durante este régimen se ha convertido en el gran mercachifle de basura para la hechicería y el palerismo. El Paraíso colinda con la “Cota 905”, el gran refugio de los “pranes” y una de las barriadas más peligrosas de la ciudad. Algo se rompió en el país. Pero no se pueden pegar los fragmentos esparcidos. Solo queda la exigencia de crear un nuevo modo de ser y de pensar. Imprescindible crear un nuevo espíritu.