Por: Carlos Raúl Hernández
No hay seguridad ciudadana y la criminalidad se apodera crecientemente de las calles
Hay que alertar incansablemente sobre la posibilidad de que Venezuela se coloque en el camino de ser un Estado fallido o Estado fracasado, desestructurado, colapsado. Que se acelere el actual proceso de entropía, se desplome, y enfrente tendencias a la desintegración en medio de terribles penurias, como consecuencia de la incapacidad del poder para cumplir con sus responsabilidades elementales. Según la ONU, ya Venezuela está entre los diez peores países del mundo. Es un concepto de Robert Rotberg, para definir países que no pueden cumplir con las tareas primarias de sobrevivencia entre las naciones. Un grupo considerable de sociólogos lo asume, le dio amplio desarrollo, coinciden en las características que lo determinan y en que debe tenerse cuidado en diferenciar entre los que ya lo son y los que van por el camino. Yugoslavia y Checoslovaquia, sucumbieron como naciones.
Sudán bajo el gobierno revolucionario de Al-Bashir dictador desde 1989, vivió dos guerras civiles hasta que se dividió en 2011. Nigeria amenaza con serlo próximamente, igual que Irak, Yemen, Afganistán, Zimbabwe, Etiopía, Burundi y otros. Uno de los elementos esenciales de la definición es el final del Estado, la incapacidad para garantizar estabilidad, seguridad pública e invulnerabilidad de las fronteras. Las policías se convierten en peligrosas bandas hamponiles con fuero legal. Susan Woodward analiza factores para reconocer los países que se encaminan por esa terrible ruta. La primera es que pierde progresivamente la condición de monopolista legítimo de la fuerza. El gobierno comparte en los hechos esa condición con mafias o pandillas delincuenciales, grupos guerrilleros, paramilitares -“colectivos”-, o el narcotráfico, cosas que ocurren en Venezuela, donde tampoco controla las cárceles, en manos de pranes. México y Colombia estuvieron cerca de serlo, y Calderón y Uribe lo revirtieron.
Gobiernan los “colectivos”
No hay seguridad ciudadana y la criminalidad se apodera sistemática y crecientemente de las calles, en manos de gangs, con tendencia geométrica al crecimiento de la delincuencia. Aumenta la cantidad de efectivos asesinados por el hampa para coger sus armas de reglamento, el uso de la fuerza pública para reprimir protestas civiles, el asesinato policial y la práctica de la tortura. Pese a tener gobiernos autoritarios, -todos los fallidos lo son-, son incapaces para enfrentar cualquier problema de la ciudadanía y para custodiar las fronteras, por donde cunde el comercio de personas por grupos armados. Con el tiempo desaparecen los servicios que el Estado debe brindar. En África ocurrió que los alimentos que enviaban las Naciones Unidas para paliar la escasez, llegaban a manos de Señores de la Guerra, grupos revolucionarios que los comercializaban para enriquecerse y adquirir armas ultramodernas.
Las redes de distribución comercial de bienes (alimentos, medicinas) desaparecen y surgen desabastecimiento, epidemias, hambrunas, en medio de problemas económicos extremos. El Estado de Derecho no existe y los poderes judicial y legislativo están en manos de la banda gubernamental y fuerzas armadas temibles y corruptas, infraestructura moderna en destrucción, una entropía creciente conduce a desintegrarlos. Los gobiernos se hacen progresivamente irresponsables con sus compromisos internacionales y deudas contraídas, pero al mismo tiempo los jerarcas poseen grandes cuentas en los paraísos fiscales. La eclosión de los Estados fallidos surgió con fuerza en África.
África destruida por el socialismo
Luego de la descolonización se entronizaron dictaduras revolucionarias cuyo propósito fue la ruptura con Occidente y la negación del bagaje civilizacional que las potencias dejaron, tanto en instituciones como infraestructura de servicios públicos. Fue el resultado directo del llamado socialismo africano, que se regó como lluvia en el continente negro. Los expertos acuñaron la categoría de nation-building, como el sistema de políticas necesarias para emprender la reconstrucción, una vez que las naciones se libran de las influencias nefastas que las condujeron a esa situación. En el marco de la Comisión para la Reconstrucción de la Paz creada por la ONU, se plantea como estrategia la reforma del Estado, la edificación de las funciones institucionales, modernas y democráticas. Fukuyama sostiene que sin una maquinaria de Estado con funciones constructivas y transparentes que liderice un esfuerzo nacional, los países no se recuperan.
En su libro La construcción del Estado (2005) afirma que una vez definidas sus áreas y sin invadir las de la sociedad, el proyecto nacional debe concentrarse en desarrollar ambos polos de la ecuación: Estado y sociedad. Y alerta que reinstalar la democracia, el libre juego de partidos, la libertad de expresión, el Estado de Derecho, fundamentos para reconstruir que suelen producir justificada euforia, no deben eclipsar la necesidad de emprender el sistemático trabajo de reforma institucional, conquista de la eficiencia y de la capacidad para que el Estado produzca los servicios que están a su cargo. Argentina es ejemplo de una nación que rescata las instituciones democráticas pero insiste en los errores económicos del pasado, ignora las reformas administrativas y funcionales, y luce condenada a estar siempre cerca del renacer autoritario.
@CarlosRaulHer