Por: Alexis Bello
… El futuro no nos necesita y los humanos seríamos una especie en extinción…
Bill Jo, Wired, Magazine, abril, 2000
El filósofo alemán Georg Hegel (1770), señalaba que el fin de la historia había llegado con la Revolución Francesa. Ante tal aseveración, el economista Francis Fukuyama en algunas de sus singulares obras: El fin del Hombre, Nuestro futuro pos humano, etc., ha insistido que la historia nunca se acabaría, hasta que la ciencia y la tecnología no se hayan terminado. Este mismo autor ha mencionado que una sociedad distópica (antítesis de la utopía, consecuencia de la manipulación y del adoctrinamiento masivo, por parte de un Estado totalitario), fue ya anticipada por George Orwell en su novela “1984” (publicada en 1949). Es así que en “Oceanía” existiría el control absoluto de todos sus habitantes, por parte del “Gran Hermano” con la participación, de los Ministerios de la Verdad y del Amor. Ellos serían vigilados en la gran pantalla (telescreen) equivalente hoy a la tecnológica del conocimiento y de la información. Algo parecido, fue establecido por Aldous Huxley, en su novela el Mundo feliz (publicada en 1932), en la que visualizaba la moderna biotecnología, particularmente lo atinente a lo que en la actualidad representa el Proyecto Genoma Humano y todos sus subproductos. La novela de Huxley, ya no es más una muestra de ciencia ficción, por el contrario se trata de un hecho determinante en este nuevo siglo. Lo recordaremos por su impactante expresión: la experiencia no es lo que ocurre, es lo que haces con lo que se te ocurre. 80 años han pasado desde estas temerarias anticipaciones futuristas y hoy nos encontramos con la ejecución y puesta en marcha de lo que algunos han señalado como el mayor acontecimiento de toda la humanidad, probablemente después del nacimiento de Cristo: la decodificación del ADN contenido en cada una de nuestros 100 trillones de células. Hemos comenzado a leer el verdadero libro de la existencia, a tratar de entender nuestro manual de instrucciones, a comprender tal como señaló el presidente Clinton, el lenguaje con el que Dios creó la vida, hemos aprendido que ser como Dios no significa ser Dios y finalmente a entender que con tan solo las cuatro letras del ADN: ATGC, no podríamos jamás escribir un libro, pero si crear a un ser humano.
Por otra parte, se impone el control y la gerencia ética de aspectos trascendentales como la privacidad, la discriminación, la patente humana, la alimentación transgénica, la clonación reproductiva, el diseño genético de los niños, la ingeniería genética, la utilización de células embrionarias, la posible existencia de cuasi humanos, etc. Todo ello, además, insertado en el contexto del desarrollo biónico y nanobótico. De no regularse y entender la verdadera dimensión de la revolución biotecnológica, estaríamos ante la posibilidad lamentable de tener que pertenecer a una sociedad tan distópica como perversa y además con pocas probabilidades de ser sustentable. Por otra parte, será necesario desenvolvernos en forma pendular en una especie de metaxy (momento en el cual tenemos conciencia de nuestras limitaciones, pero soñamos con transgredirlas), es decir, oscilar entre bestias y ángeles. Tal como lo describe Ray Kurzweil, pudiese ser una sociedad de máquinas espirituales y de juventud eterna. La incógnita es si podrá la especie Homo Sapiens descansar tranquila, después de intentar alcanzar lo divino. Pero qué sería lo divino: la creación o el creador. Comenzamos ya a vivir con la idea permanente de un determinismo genético, el cual definitivamente atenta contra los principios elementales no solo de libertad sino además de dignidad. Sería de acuerdo con Ted Peters, una especie de determinismo de “marionetas “en contraposición al “prometeano”. Es decir, ser víctimas de nuestro propio destino o jugar a Dios. Se podría (como este autor señala), esgrimir ante el juez: su señoría, soy inocente, mis genes son los responsables o lo que es lo mismo culpe a mis padres, soy tan solo un criminal congénito.
Al final del camino, nuestra sociedad estará definida, no solamente por lo que hemos creado sino por lo que hayamos destruido (J. Sawhill, citado por E.Wilson en el libro The future of Life). La reciente creación de Synthia, (primera célula artificial) y la posibilidad cierta de elaborar cromosomas artificiales, han proporcionado argumentos complejos a una corriente atea muy activa, encabezada entre otros por el escritor teórico evolutivo Richard Dawkins, autor del libro El espejismo de Dios y conocido como el rottweiler de Darwin, para reactivar una diatriba por decir lo menos, tan compleja como desagradable.
Es poco probable que nuestros descendientes, puedan ni siquiera soñar con una sociedad ideal y mucho menos utópica. Por el contrario, existe la posibilidad, tal como lo mencionó Tom Wolfe, que en algún hospital, nos puedan recibir con la advertencia: lo sentimos pero su alma acaba de morir.
Cirujano Cardiovascular
Expresidente del HCC
Alexis: ¿Y no será que la verdadera utopía consiste en habernos creados la ilusión de que existe el alma y que ella, por sí mismas, tiene un destino más allá de nuestra predisposición o voluntad?.
¿Y no será que el concepto de sociedad ideal se instala justo en el ombligo de quien la visualiza como lo máximo.
Alexis: ¿Y no será que la verdadera utopía consiste en habernos creados la ilusión de que existe el alma y que ella, por sí misma, tiene un destino más allá de nuestra predisposición o voluntad?
¿Y no será que el concepto de sociedad ideal se instala justo en el ombligo de quien visualiza una sociedad tal, como lo máximo?
Realmente, son más son más las preguntas que las afirmaciones lo que me surge de esta fascinante exposición y no me quejo, por cuanto he aprendido que al igual que los poetas que se inventan con sus verbos una realidad que viven como reales, así nosotros, los que intentamos seguir métodos para sentirnos avalados en los hallazgo, si hay alguno, no podemos afirmar nada como absoluto, sin el temor de que aparezca de pronto un cisne negro y nos eche a perder el paisaje.
Ahora bien, creo que todos los días la sociedad o el suelo que piso se hacen distintos, se tornan diferentes. Y en esto quizá tengan cabida las ideas de Heráclito referentes a: un devenir o cambio, fuerzas que compiten entre sí y la presencia del logo, que todo lo racionaliza y lo coloca en compartimentos estancos pero siempre hay algo que se escapa producto de la indeterminación.
Debo confesar que en mi travesura mental algo llamo mi atención en el recuerdo y me llevó a Zugmunt Bauman, para encontrarme con su hombre maniatado y señalado como objeto de su destino en contraposición con Giorgio Agamben y la capacidad del hombre para transformar lo que le es dado. Dos posturas llenas de dinamismo vital aunque no lo parecieran.
Así, si me faltara todo lo expuesto en “El fin de la sociedad utópica” podría, no obstante, echar mano de estas dos posturas y analizar los puntos de encuentro y desencuentro para dibujar una sociedad que aunque cambiante, no es finita, porque no muere conmigo.
Gracias por tan buen y profundo artículo.
…
Yo creo que el problema que tenemos es que nos hemos multiplicado mas allá de lo debido, por lo tanto, la naturaleza, Dios, o lo que sea, intenta equilibrar el mundo de alguna forma. Hemos crecido mucho y es posible que como a los dinosaurios les paso una vez, tengamos que desaparecer para que el universo consiga su real equilibrio.