Publicado en: Caraota Digital
Por: Leonardo Padrón
Todo fin de año amerita un inventario de lo vivido. Un balance de lo hecho y lo no logrado. Una cuenta de lo ganado y lo perdido. Cuando cada venezolano haga ese inventario a propósito de lo que ha significado para su vida el año 2017 quedará devastado. Es, sin duda, un año de pérdidas. No hay venezolano de bien que no haya sido despojado de algo. De su propia vida. De la vida de un familiar o amigo. De su hogar o su libertad. De su salud. De la prosperidad de su empresa o negocio. De su capacidad adquisitiva. De su fe en la política. De su autoestima. Y hasta de su dignidad. Todos hemos perdido algo o muchas cosas a la vez. Por eso ha sido un año luctuoso. 2017 ha significado para nosotros el menoscabo de la vida. La merma absoluta de nuestra vocación para la sonrisa. Un año donde el país ha sufrido todo tipo de heridas: el hambre, la enfermedad, la violencia, la cárcel, el exilio o la muerte.
Estamos abrumados por un presente vuelto estropajo. Aterrados por lo que el horizonte asoma. Porque esa ventana de tiempo por donde se vislumbra el porvenir parece haber sido clausurada. Los economistas más objetivos auguran tiempos negros, aún más negros. Como si ya no fuera suficiente.
¿Qué nos toca hacer a los venezolanos en el año 2018? Sin duda, una labor proteica: neutralizar nuestra propia desesperanza. Apostar a las fuerzas que nos quedan para la resurrección del país. Pero encauzarlas en la dirección adecuada. Nos toca exigir y exigirnos a fondo. Para salvarnos de nuestro propio holocausto, que ya está en proceso. Es, vaya detalle, un año de elecciones presidenciales. La fecha que tantas veces pedimos anticipar. “!Elecciones ya!”, dijimos miles de veces. Lo gritamos en todas las marchas y esquinas. Y resulta que hoy, con tanto daño hecho a la confianza, es mucho el venezolano que ni siquiera acepta esa opción. Pero podría ser la más inmediata, la más tangible. El resto es neblina. Incertidumbre. El resto es dejarlo todo a un golpe del azar, a un implosión espontánea del régimen, al caos y muerte que puede producir una masiva revuelta social.
Si las elecciones presidenciales están allí, en el menú del 2018, no debemos desestimarlo. Todo lo contrario. Debemos asumir la magnitud de su significado. Entonces, a los políticos opositores que se sentarán el 15 de enero a dialogar con el régimen hay que exigirles un despliegue de firmeza sin concesiones. Para voltearle la cara a tanto repudio general deben ajustarse los pantalones, embragüetarse con honestidad y coraje ante la última oportunidad que poseen. Recuerden, nada puede tomarse como triunfo si no se cambian las autoridades del CNE. Si no recuperamos la posibilidad de votar en todos los centros electorales. Si no reconquistamos el derecho al voto que tienen tres millones de venezolanos en el extranjero. Si el régimen no clausura su chantaje o amenaza al empleado público para obligar su voto. Si no permiten la ayuda humanitaria que tanto urge (se trata de salvar vidas cuanto antes, se trata de detener la agonía de todo un país). Y que suelten a todos los jóvenes que expusieron su vida en el asfalto. Que liberen a todos los políticos aún presos. Pero, ojo, liberar a un preso político no es darle casa por cárcel, ni sustituir las rejas por un grillete en el tobillo, ni endosarle medidas restrictivas que le prohíban expresarse como merece cualquier ser humano. Liberación debe parecerse exactamente a libertad.
Triunfo habrá en el diálogo si se cancelan todas las inhabilitaciones políticas, si se revalidan los principales partidos opositores, si se le devuelve su fuero constitucional a la Asamblea Nacional elegida por el país. Si dejan de cerrar medios de comunicación y estrangular a otros. Triunfo en el diálogo habrá si una semana después se desmantela la Constituyente, entre otras urgencias. Triunfo en el diálogo será que el odio sea dado de baja.
La oposición tiene que volver a ganarse la confianza del país. Tiene que hacer un mea culpa radical. Asumir tanto dislate. Purgar su nómina. Aprender a ser coherente. Comunicar sus intenciones con eficiencia. Dejar de sabotearse unos a otros. La oposición tiene que ponerse a la altura de la tragedia que estamos viviendo. Tiene que hacer lo indecible para recuperar tanta fe perdida. Tiene que buscar a sus mejores fichas y aliarse con la sociedad civil para intentar, sí, una vez más, la unidad perdida. Somos millones y millones sumergidos en el mismo sótano opresivo del chavismo. Ellos apenas son cientos. ¿De verdad vamos a seguir dejando que tan pocos nos roben la vida, el país y el futuro a tantos?
Que este fin de año sirva para inventariar nuestros errores y aprender de las vilezas de la dictadura. Que sirva para urdir la estrategia definitiva que nos devuelva nuestro derecho a la vida y nuestro gusto de ser venezolanos. Que el año 2018 sea el capítulo final de la pesadilla. Es nuestro deseo y nuestra exigencia. Es nuestra última oportunidad, en el horizonte cercano, de volver a ser libres.