En mi casa había comida, una cama donde dormir, libros de todo tipo, la seguridad de poder confiar en que la familia estaría a nuestro lado en los momentos duros. En mi casa las puertas estaban abiertas a amigos y familiares. En época de exámenes podía contarse una veintena de amigos estudiando. Y siempre había tiempo para festejar con sencillez los cumpleaños soplando las velitas en una torta que había que repartir entre los que llegaban sin aviso.
En mi casa había disciplina. De padres ariscos, había empero cuido, sonrisas, valores y principios compartidos. En mi casa no había espacio para la flojera, la pereza y la malcriadez. Había debate, discusión y competencia. En mi casa se privilegiaba el saber, el trabajo, el progreso, el entusiasmo, el logro. Pedíamos la bendición y recibíamos un “Dios te bendiga”. Se castigaba el mal hacer y se premiaba el éxito. En mi casa había normas pero también libertad para tomar decisiones siempre y cuando estuviéramos dispuestos a asumir la responsabilidad por nuestros actos. Se respetaba a los mayores y se nos enseñó a ser amables y corteses con cualquiera. A huir de la vulgaridad y a no poner los codos sobre la mesa, no sorber la sopa y jamás escupir en la calle.
En mi casa madrugábamos. Para ir al colegio, la universidad o el trabajo. Abundaban los regaños y también las felicitaciones. Si alguien enfermaba, recibía atención y cariño. Los domingos había almuerzo familiar. Y cuando la familia aumentó se puso una mesa adicional. Y nos divertimos todavía más.
En mi casa los hermanos éramos cómplices. Contábamos el uno con el otro y luego de cualquier pleito la reconciliación estaba segura.
Hoy “mi casa” existe. Existe en la mente de todos nosotros. No importa que estemos repartidos por el mundo. La distancia que medimos en kilómetros no nos ha separado. Seguimos siendo una familia. Los problemas, las angustias, las circunstancias no nos han vencido. Los que ya se fueron al cielo están en nuestro constante pensamiento. Ellos nos inspiran y alientan. Y los que estamos nos empeñamos en unirnos, en ser cada vez mejores. En sumar y no restar.
Mi familia ha crecido. Somos más. Los mayores acumulamos años, los jóvenes se han hecho adultos, varios se matrimoniaron y hay muchos niñitos ingeniosos que hacen que se nos caiga la baba.
Nada ni nadie me puede quitar a mi familia.
soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob