Por: Tulio Hernández
Pocos gobiernos en la historia de Venezuela han sido tan integral y sistemáticamente crueles, despiadados, violadores de derechos y de las reglas de los juegos democráticos, torvos y misántropos, como la saga del chavismo. Pienso incluso en el gomecismo y el perezjimenismo.
Por eso, aunque la documentación y los testimonios acumulados son lo suficientemente amplios y contundentes, es necesario proceder a su sistematización para que los venezolanos del presente y del futuro nunca lo olvidemos.
Y, sobre todo, para que las naciones democráticas contemporáneas entiendan lo que nosotros comprendimos tardíamente: que ninguna democracia por más sólida que parezca está blindada contra las amenaza de retorno de los autoritarismos, militarismos y totalitarismos que en el siglo XXI lo hacen en hombros de las más variadas formas de populismos.
No es fácil comunicarlo ni entenderlo. Especialmente en Europa. Primero, porque a diferencia del aparato propagandístico chavista que tiene un solo discurso y lo repite con el talento de los loros, rumiado una y otra vez los monemas excretados por las maquinarias de opinión, el discurso de la resistencia democrática tiene tantas versiones como interpretaciones tenemos del fenómeno que unos llaman dictadura, otros neoautoritarismo, otros totalitarismo del siglo XXI.
Si a esto le agregamos el hecho que existe en este continente lo que podríamos llamar un eurocentrismo de izquierda, un tipo de ideología política todavía enamorada del mito del “buen revolucionario”, correspondencia histórica –como bien lo explicara Carlos Rangel– del “buen salvaje” russoniano, que –en nombre de la injusticia y la desigualdad reinante en los “países atrasados”– justifica en América Latina las prácticas autoritarias que jamás aceptarían en sus propios países, entonces las cosas se nos complican.
El capitán general del eurocentrismo de izquierda, para que entendamos de lo que hablo, es Ignacio Ramonet, amo y señor de esa agencia de publicidad del anacronismo rojo llamada Le Monde Diplomatique.
Ramonet es un severo crítico de los horrores de la prensa occidental, las agencias de noticias, las grandes empresas de comunicación, pero celebra como necesarios el monopolio de los medios que sempiternamente ejerció Fidel Castro y la bestial operación de creación del mayor aparato de manipulación comunicacional de inspiración goebbeliana hecho en nuestros predios. Jamás propondría para su España natal o su adoptiva Francia lo que justifica para los hijos del subdesarrollo.
Sin embargo, en el extranjero se comprende cada vez más la amenaza del totalitarismo del siglo XXI que llegó como una esperanza política de masas y naufraga ahora devenido en tragedia humanitaria. A extremos maniqueos.
El experimento Venezuela se ha convertido en un coco electoral. A López Obrador, en México, lo quebraron haciendo analogías visuales entre su retórica y la de Hugo Chávez. Ollanta Humala perdió su primer intento de llegar a la Presidencia del Perú por razones similares. Y a Podemos, la franquicia ibérica del PSUV, cada vez que Iglesias trata con desprecio machista a una diputada de otra bancada, esta le recuerda que tiene sus manos excrementadas con el gobierno de Maduro.
Ahora viene en picada.
Hay otro elemento más. Europa se siente protegida por la institucionalidad que le confiere la pertenencia a la Unión Europea. La gente debe creer que esas pestes que periódicamente azotan a América Latina nunca les van a volver a ocurrir a ellos que ya pagaron con creces, en el siglo XX, el horror del nazismo, el fascismo, el comunismo o la Guerra civil española. Creen que esa es una vacuna suficiente como para nunca volver atrás.
Pero nosotros conocemos otra historia. Por eso la idea de convertirnos en predicadores de una alerta sobre las fragilidades de la democracia. Más que una manera de curarnos en salud, es un deber. Hay países que dicen: “Nosotros no somos Venezuela”. Recuerdo cuando nosotros decíamos: “Venezuela no es Cuba”. En la casa de al lado un guerrillero, terrorista, secuestrador, asesino cruel, podría ser presidente. Son los riesgos de la paz negociada.