A todos los venezolanos en el exilio
Decía Benedetto Croce que la filosofía, por su propia naturaleza histórica, es contraria a los sistemas de pensamiento cerrados, definitivos. Más bien, la filosofía es una perpetua concatenación de sistemas, porque siente “la necesidad de la coherencia mental”. Se trata de una necesidad presente en todo “filósofo de vocación”, en todo pensador que se sabe distinto del “burócrata de la filosofía” y que, por eso mismo, se esfuerza en dar razones acerca de la experiencia y la cotidianidad, “comprendidas en un sentido no reductivo” sino auténtico, enfático, centrado en el estudio de los problemas relativos a su propia época: “No es, pues, un ‘puro filósofo’, sino que se ejercita, como el resto de los hombres, en su particular oficio, pero, sobre todo (y esto conviene no olvidarlo, ya que con frecuencia los filosofantes lo han querido olvidar), se dedica al delicado oficio de ser hombre”. Sin llegar a resbalar en ‘los datos’ de Russell o en ‘los hechos’ de Wittgenstein, Croce conduce al lector a través de la simplicidad de la vida cotidiana, y, desde ella, le hace tomar conciencia de la necesidad de pensarla en serio, de fundirla en categorías filosóficas, a objeto de reemprender ulteriormente el viaje, de reconducirlo a su origen que, ahora, deja de ser una simple experiencia inmediata para devenir realidad de verdad. Sólo entonces el puro ‘yo’ se descubre ‘nosotros’.
Tanto la ética como la política son creaciones de “factura histórica”, es decir, humana, social, cultural, tal como afirmaba Croce. Son, en consecuencia, expresiones del espíritu humano en su complejo y continuo con-crecer. Sin embargo, se ha vuelto norma el hablar de “los valores éticos” como si estos existieran en la inmaculada pureza de su forma hiperuránica, como algo perentorio, ya dado desde “siempre”, algo inmodificable, “natural” y perfecto, acabado en sí mismo. No obstante, el oficio de la filosofía, en este caso, consiste en devolverle la flexión a aquello que la ha perdido, que se ha endurecido, esclerotizado, alejándose así de su función vital. Ética y política no son reliquias sin vida. Spinoza las define como obiectum mentis: objetos, sin duda, diversos de la mente, pero inescindiblemente relacionados con ella, porque son, como ya se ha dicho, el resultado del incesante hacer de la cultura: son creaciones humanas, objetivaciones del espíritu.
El significado original de la palabra ética es de origen griego: Ethos, en efecto, quiere decir costumbre. Es el significado que también conserva en su traducción al alemán: Sitte, que es la raíz de la expresión Sittlichkeit o ‘eticidad’. De ahí que la ética sea mucho más que una simple inclinación individual hacia el buen comportamiento o hacia un conjunto de “leyes” invariables -fijadas por la reflexión del entendimiento-: un recetario de códígos abstractos y, por ello, sin contenido, acerca del bien y del mal, tanto para la vida en general como para el quehacer político en particular. La ética es el resultado de la praxis humana, es historicidad. Por eso mismo, conquistar un nuevo Ethos -nuevas costumbres acordes con la necesaria dignidad material y espiritual que exige “el presente y lo real”- quiere decir superar la escisión entre ser y deber que padece la sociedad venezolana en la actualidad. Tarea que sólo es posible realizar mediante la construcción de una nueva educación integral, orgánica. Venezuela requiere con urgencia de una nueva actividad productiva, propia, original, auténtica. Se trata de la re-creación de la Paideia. No basta con recuperar la industria petrolera o con entregar el ‘arco minero’ para “superar la crisis”, porque la crisis se ha transformado en el modo habitual de este ser social. Superar la pobreza material, la corrupción, el narco-Estado, el cartelato, la barbarie de ‘pranes’ y ‘bachaqueros’, entre otras species, pasa por la construcción de un nuevo imaginario cultural; pasa, pues, por superar las perversiones de la pobreza espiritual, esa suerte de tercer-mundismo que, por años, fue instalado en la consciencia colectiva nacional.
Concebida como Ethos, como costumbre, como Sitte, la ética es mucho más que un inútil recetario de instrucciones para el “buen comportamiento”. Ella deviene finalidad general de la cultura. Ella es la cultura misma, porque sobre ella recae la formación del espíritu humano, la con-formación y constitución del universo político. Una sociedad espiritualmente pobre, es decir, estéticamente tosca, grotesca -¡maledetto reggaeton!-; que desprecia el conocimiento; que ‘cultiva’ un lenguaje mediocre -ínfima y triste jerga, que ha terminado por convertirse en el codice rubicundum del régimen-; de hábitos grotescos, resentidos y agresivos; que promueve formas religiosas, a todas luces, abominables y perversas, cuyo fin último radica en proferir daño, venganza y muerte. Todo ello redunda en el inevitable ‘caldo de cultivo’ de la idiotez universal, en el sentido clásico de la expresión. Ése el cuadro general de la ética -¡y de la estética!- chavista, a la cual es impreterible superar, si es que se quiere tener un país de y para la civilidad. Nadie podrá sorprenderse de que, después de la promoción de semejantes “valores” -por cierto, de “uso” y de “cambio”-, se produzca un colapso político y social como el que sufre la Venezuela de estos días, el país de la generación del dolor y la tristeza. La pobreza material es un resultado. Es la consecuencia necesaria y determinante de una sociedad que fue cautivada por la mediocridad del “chinchorreo” populista, por la fantasía del facilismo como -ficción- de prosperidad y modo de vida.
Es cierto que, objetivamente, esto se termina. El primer día del mes de septiembre del presente año se inicia en Venezuela la cuenta regresiva, con independencia de los ‘bombos y platillos’ con los que algunos sectores opositores -tan afines a la pobreza espiritual como el propio Trucutrú y su tribu- han llegado a generar expectativas en torno a la próxima fecha. Pero no basta con un cambio formal de régimen, mientras persistan los tristísimos valores del cartón y el zinc, entre quienes, parasitariamente, esperan recibir sin dar; entre quienes, en fin, no han comprendido aún que “las cosas bellas son difíciles”. La construcción de una nueva ética para el futuro depende de la nueva política que, desde ahora, comience a configurarse. La creación de un nuevo ‘bloque histórico’, que logre superar la egolatría pantallera, la vanidad del ignorante y sus afanes de riqueza mal habida, depende del ejemplo educativo, de la formación cultural, que la nueva clase dirigente opositora comience, no sin Virtud, a cimentar desde ya, en el hic et nunc. Cuestiones, diría Croce, de “coherencia mental”.