La relación entre ética y política ha sido, a través de la historia, por lo general, tensa; y hoy lo es aún más, en países en los que se pretende implantar una utopía como el socialismo o, mejor dicho, el comunismo.
Para imponerle a la sociedad la cura de sus males, en estos regímenes se ha recurrido a argumentos éticos y morales, con base en los cuales se lograría el mayor estado posible de felicidad en todos.
La praxis ha demostrado que la supuesta vanguardia revolucionaria, que llevaría a cabo la realización del proyecto utópico, se convierte casi de inmediato en una nomenclatura que se apodera de todos los mecanismos del Estado, para satisfacer los intereses de lo que Djillas denominó la “nueva clase”.
Estos regímenes han terminado fracasando, cuando se hace evidente para la sociedad, que no hay correspondencia entre los propósitos éticos y morales, con la actuación política de los nuevos dirigentes.
En la Roma antigua se decía que no importaba que la mujer del César fuese honesta si no lo parecía. Hoy, si se proclaman valores universales como la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad, la inclusión y la tolerancia y, en la práctica, se actúa de manera contraria a esos valores, la reacción de los integrantes de la sociedad no tarda en manifestar su repulsa por el engaño.
Recuperar los principios de la ética es fundamental para lograr la mayor felicidad posible de todos los miembros de la sociedad.
La ética es esencial porque trata precisamente del comportamiento de las personas, nos indica cómo debemos comportarnos en sociedad y nos enseña, no solo nuestros valores personales, sino a respetar los derechos y valores de cada persona, es decir, a tratarlos de igual manera, sin discriminacion por estatus social, económico o político.
La ética y los valores deben ser enseñados por los padres a sus hijos y, si estos no lo hacen, lo que surge es el afán de la autocomplacencia y la eterna búsqueda de la riqueza material para satisfacerla.
Por eso es tan importante, para lograr cambios significativos en cualquier sociedad, propiciar una buena formación ética, porque ella ayudará a crear mejores personas, que se convertirán, con el tiempo, en modelos para otros.
En cambio, si prevalecen las malas acciones y comportamientos, por parte de los dirigentes, esa actitud negativa se propagará como una metástasis a la sociedad en su integralidad.