Por: Jean Maninat
No hay manera de superarla. La vida siempre nos alcanza. Haga el mínimo esfuerzo de engañarla y hasta un mendrugo de estornudo le otorga para avivarle el cultivo de sus microbios. Asuma usted la vida política como el remedo de las grandes aventuras, y le retrucará con una tragedia inferior, casi una bufonada, creo que más o menos dijo Carlos Marx, a quien sus hijas apodaban el Moro.
Fíjese, es la vida que lo alcanza.
Acepte usted la vida como el engaño de propios y extraños, como una burla de esquina, como una tómbola revolucionaria de dientes de oro mellados de tanto horadar el huesito ganador y se dará de frente con la más grave de las circunstancias sin estar preparado.
Fíjese, es la vida que lo alcanza.
Si usted manipuló la esperanza de sobrevivencia de un paciente para negarle la fe de vida que le pedía un país con todo derecho; si bajo su mando se birlaron los termómetros y se ocultaron las pruebas de mejora y desmejora física; si se desvanecieron enfermeras, médicos y curas que atestiguaran su reconversión religiosa y certificaran su recuperación médica: fue porque usted no estuvo a la altura.
Fíjese, es la vida que lo alcanza.
Si sabía en la mañana del martes pasado que el presidente electo, quien fue su jefe, no tendría posibilidades de sobrevivir a la tarde, y no lo comunicó en su momento a sus seguidores y al país, es porque creyó que se saldría con la suya y seguiría impostando a un personaje ya vencido por la más temible de las enfermedades y así ganarle la mano a sus contendores internos.
Fíjese, es la vida que lo alcanza.
Tenga en cuenta que el tiempo, sea quien sea el que le tome el pulso, siempre será imperfecto. Y ahora le toca compartirlo con sus pares: uno declara días de duelo nacional desde la Cancillería; otro reclama respeto para el presidente difunto sin que usted esté presente en la Asamblea Nacional; otro se hinca frente a la tumba de una supuesta deidad revolucionaria y laica. Y usted declama y declama improperios aun en las horas más graves.
Y desde la gradas uno se pregunta: ¿Por qué tan poco apoyo a su alrededor de los gobernadores oficialistas? ¿Por qué tanto silencio en los intelectuales del régimen engordados en la IV República? ¿Dónde el llanto incontenible de los saltadores de talanquera? ¿Dónde el desmayo de tantos antes de llegar a los cajeros del poder?
La realidad de una revolución sustentada sobre una personalidad peculiar, sobre su aparente capacidad para encantar y ganar siempre, pero sin la visión suficiente para formar sucesores, sufrió la más natural de todas las derrotas: la vida nos alcanza para escaparse.
Rómulo Betancourt murió tranquilo, sin aspavientos. Leoni partió sencillo como había vivido. Luis Herrera se despidió en su casa de siempre en Sebucán. Caldera malogró su herencia en la última hora y aun así tuvo quien lo llorara. Carlos Andrés fue llevado en hombros a la tumba por quienes lo asesinaron políticamente. Cualquiera sea el juicio que nos merezcan ellos contribuyeron, como tantos otros, a modelar una democracia que fue ejemplar. Sus restos no reposan en mausoleos inútiles.
Entramos en una nueva etapa, se ha dicho hasta el bostezo. No hay indicios, por ahora, de que los sucesores estarían dispuestos a buscar la concordia entre todos los venezolanos. Nos queda hacer valer la constitución, forzar el diálogo nacional, proteger los espacios democráticos que se han ganado y crecer allí donde se ha fallado.
La sombra del ex presidente seguirá marcando el ritmo político de la nación. Querrán convertir al país en un museo enorme para rendirle tributo perenne a su memoria y seguir medrando del poder en su nombre. Ya se ha hecho en otras partes.
La oposición, mayoritariamente, ha guardado respeto por el duelo de quienes creen todavía en el discurso de Hugo Rafael Chávez Frías. No podía ser de otra manera para quienes conciben la política como una forma de convivencia democrática y pacífica.
Pero como solían decir los proletarios del siglo XIX ante la adversidad: la lucha continúa.
@jeanmaninat