Árbol que nace torcido nunca su rama endereza”. El refrán se origina en una frase de Kant, o la frase de Kant se origina en el refrán: “con una madera tan torcida como la del hombre no se puede hacer nada recto”, una exageración del gran maestro, aunque exageración moderada. A Fidel Castro lo han analizado ad nauseam, porque es clave para entender la segunda mitad el siglo XX y también la naturaleza humana, hasta dónde puede llegar la saña, el extravío del poder y la esquizofrenia de las buenas conciencias. Marcó la vida de varias generaciones, décadas de violencia en Latinoamérica y en muchas otras partes. Capacidad política, coraje físico y astucia reptiliana descomunales, le permitieron sobrevivir en el poder tanto como para ver 11 presidentes de Estados Unidos, al enorme costo de hacer su país escombros, sacarlo de la carrera civilizatoria y estacionarlo en un hombrillo del inframundo.
Talento monumental para demoler la civilización y caminar sobre los escombros –esencia de la revolución–, pero con una gran ventaja: mantenerse vivo, coleando y en el poder por casi seis décadas. Hoy los cubanos son una masa de muertos vivos sumidos colectivamente en el good by Lenin, y tendrán que abrir los ojos cerrados desde 1959 para enfrentarse a un mundo que no reconocerán. Hizo una sociedad contrahecha, cariada, de transgresores, en la que las mujeres tenían que soportar a diario el acoso del jefe de su CDR si querían comer, mientras maridos y padres miraban para otro lado. Los norteamericanos erraron en darle la excusa del embargo y de eso vivió el comunismo cubano hasta hoy. De no haber sido así, hace mucho se hubiera hecho palmario que todo socialismo invariablemente va a la misma sentina.
Ahogados por petrodólares
A falta de su propio embargo los camaradas de Venezuela tuvieron que buscar una muñeca inflable, el embargo imaginario, “la guerra económica”, para justificar ante sus morones cómo se ahogaron en petrodólares. Los jóvenes y valientes robin woods del Granma partieron la historia. Demostraron que era posible hacer una revolución en Latinoamérica, en las costillas del imperialismo, y la sacudida universal hizo que intelectuales y artistas del mundo entero vinieran a La Habana a rendir pleitesía a los héroes, y las figuras más encumbradas de la cultura universal querían fotografiarse con el Minotauro, besarle la hebilla. Castro y el Che se ocupaban de la destrucción sistemática de la sociedad con la receta totalitaria y una de las dictaduras más proverbialmente sanguinarias conocidas se convirtió en mendiga de los soviéticos y más tarde de Venezuela, –pero eso sí: “con una gran dignidad”.
Castro promovió, con absoluto descaro, guerrillas para derrocar gobiernos democráticos que le temblaban, luego de dividir los partidos centristas. Por fortuna era Presidente de Venezuela un personaje excepcional, Rómulo Betancourt, que consagró su vida a desbaratar dictaduras y enraizar la democracia en Latinoamérica. Su clarividencia estratégica y habilidad política que superaban las de Castro –y orientadas al bien–, le pararon la carrera hasta hacerlo expulsar de la OEA. Él se atrincheró en su isla-campo de concentración y siguió adorado por los políticos democráticos y los factótum del mundo cultural. Hoy termina la era de Drácula con Cuba convertida en el museo viviente del fracaso de la empresa humana, memoria de todos los dolores, traiciones, horrores, miserias, crueldades, sadismos de que los seres de un día son capaces. Revolución siempre fue un eufemismo de los pozos de oxidación.
Ducha de sangre
Igual que en la Comala de Rulfo, de hendeduras de las cancerosas paredes de La Habana, de los charcos podridos y estancados de sus calles, salen quejas de héroes torturados por aspirar un poco de decencia, de amantes separados por la cárcel y la represión. “Aquí como que decidieron bañarse con sangre y no con agua”, comentó Camilo Cienfuegos al entrar a Santa Clara tomada por el Che y las aceras cubiertas de cadáveres. Hoy las voces demócratas suenan abigarradas de servilismo, como si temieran que el vampiro se levantara de la tumba a tomar venganza. El País titula: “Muere… el sueño revolucionario”, mientras a la desaparición de Pinochet dijeron: “…muere sin responder de sus crímenes ante la justicia”. Todavía recibe reconocimientos la fiera implacable de La Cabaña, el que dejó morir seres humanos de sed, el que hizo fusilar por narcotraficante a quien ordenó que se hiciera narcotraficante para servir a la revolución.
Los avances sociales de la mentira fidelista que hoy todavía algunos creen creer: un sistema de salud muy inferior al de Costa Rica, prostitución femenina y masculina dirigidas por el Estado y “educación” para embrutecer y adoctrinar: una nación fracasada y cuartomundista y no hay sofisma que cambie eso. Demócratas declaran con timidez o dejan a juicio de la Historia dictaminar lo que ya dictaminó y en el último extremo de la digestión conseguimos el que afirma estar orgulloso de haber sido fidelista aunque hoy no está de acuerdo con el régimen cubano, lo que plantea un raro extravío ético y mental, propio de quien bajo el cráneo solo carga sobras de empanada chilena y de salchichas Oldenbürg Rostbratwurst recogidas de la basura. Solo así alguien puede pensar –y decir– que tenía razón cuando apoyaba a un criminal y también la tiene ahora que no lo apoya.
@CarlosRaulHer
Sr. Hernandez, su muy apreciado artículo perdió todos los puntajes al finalizar con un insulto al Sr.Mires, vulgar y poco profesional de su parte.
Podría haber defendido su punto de vista -que no comparto porque todos hemos cometido errores de juicio, es parte de la vida- pero el ùltimo párrafo definitivamente le restó valor a su exposiciòn