Venezuela está tomada por una dictadura dispuesta a multiplicar su represión, a generar más heridos y detenidos sin solventar ninguno de los problemas que explican el rechazo al Gobierno.
El esfuerzo de Nicolás por negar la crisis institucional trasciende el cinismo, es un ejercicio absurdo, como si el país se redujera a las cámaras que lo enfocan, a su heredada obsesión por mostrarse mientras inventa monólogos que no responden a las necesidades de los ciudadanos. Es un dictador que insiste en la vigencia y la importancia del diálogo mientras permite que la represión de sus organismos de seguridad y los colectivos paraestatales se multiplique, que operen con impunidad. Para eso eligió la ruta del conflicto.
En estos días no le ha hablado al país ni a la militancia del Psuv, sino a la esperanza de trascender los alcances de Hugo Chávez. Nicolás sabe que tiene de carismático lo mismo que de estadista, por eso exacerba el rol del imbécil, cometiendo errores notables de lenguaje, para luego cruzarlo con el hombre fuerte que en pocos minutos sustituirá con el conciliador que solo clama por el diálogo para la paz. Le falta talento para esa milhojas de roles y mensajes, y comete errores no calculados en el tránsito de uno a otro, de modo que el hombre fuerte puede sonreír por una consigna y el dialogante puede hacer chistes homofóbicos mientras le blanden banderas LGBTI en la cara.
Nicolás le habla a los periodistas por los que quiere ser cubierto. Como nadie, ha acariciado el principio de que hablen mal pero que hablen. Pero su protagonismo depende enteramente del cargo para el que fue ungido. Sin el cargo, Nicolás es un alcatraz en una boya, un disfraz. Es notable la proporción de burocracia en las manifestaciones más recientes del chavismo, ese que habilitó como función de Estado asistir a marchas, uniformados, con carnets, con listas de asistencia, con camiones para darles volumen visual y la reproducción obsesiva de todas las piezas musicales creadas para las campañas de Chávez. Ahí no hay pueblo, el pueblo está en una cola.
Venezuela está tomada por una dictadura dispuesta a multiplicar su represión, a generar más heridos y detenidos sin solventar ninguno de los problemas que explican el rechazo al Gobierno: desabastecimiento, inflación, crisis alimentaria, crisis de salud y criminalidad, entre otros. Les falta apoyo y les sobra soberbia. Nicolás sueña con el terreno de la fuerza mientras se niega al de la razón; amenaza y deja de hacer política; se sujeta a su inútil cargo con un país decantando sus recursos. Un dictador enajenado, preocupado por la trascendencia que jamás tendrá, porque el imbécil siempre supera a sus otros roles.
El Psuv afirma que es un Presidente legítimo y querido. La ciudadanía tiene el derecho a probar esa tesis -o a refutarla- con sus votos. Si el pueblo no elige, pierde su entidad política. El voto es crucial y por eso los ciudadanos reclamamos nuestro derecho a elegir, a recuperar una ruta pacífica y constitucional para cambiar de gobierno. El voto ha sido a base de la paz y privarnos de este derecho ha revelado un conflicto que se agudiza cada día porque solventarlo depende de muchas variables que se mueven en simultáneo, con el Psuv pateándolas, con Nicolás negándolas, con el país sufriéndolas.