Por: Luis Pedro España
No hay un solo proyecto político que no se pretenda en el nombre del pueblo. Los holistas y revolucionarios mucho más. Construyen utopías sobre la base de la redención del pueblo, del logro de valores sublimes y trascendentales. Colocan al pueblo y sus padecimientos en el centro del debate. Son reivindicadores, prometen la tierra prometida a la que siempre se tuvo derecho, pero de la que fueron desterrados o fueron excluidos por la perversidad de sus enemigos. Oligarquías, transnacionales o simples burgueses son los culpables. La redención son ellos, el proyecto transformador lo encarna la vanguardia, los puros de corazón, finalmente el líder o el partido de la revolución.
En algún momento de la historia de los pueblos, especialmente cuando se han padecido largas crisis, o mejor, profundos quiebres de expectativas colectivas, este tipo de proyectos políticos emergen. Hasta los pueblos que han parido los mayores filósofos, protagonizado los grandes avances o han sido protagonistas de maravillas civilizatorias, han padecido de estas tentaciones que no vale la pena ni mencionarlas.
Venezuela no ha sido la excepción. Llevamos más de tres lustros con el invento de la tierra prometida, un lugar donde lleva el líder y el pueblo sigue. Prometen algo donde el pueblo no es el sujeto, solo un objeto. Desde el principio este tipo de proyectos menosprecian al pueblo. Lo consideran minusválidos, seres inferiores a los que la revolución y sus líderes les tienen compasión. El pueblo humilde, se hace grande por apoyarlos a ellos. De lo contrario son apátridas, traidores, manipulados o simples faltos de consciencia.
Por ello es que en el nombre del pueblo se han cometido los mayores disparates de la humanidad y sus más terribles tragedias, y Venezuela no es la excepción. Llevamos dos años en los que la experiencia diaria de cualquiera de nosotros nos recuerda cómo vamos de mal a peor. Recitar la cotidianidad caótica del venezolano cansa, recuerda un ir y venir de cosas absurdas, de colas inmensas, de pésimos tratos y peores servicios. Compararnos con los países hermanos más que envidia da rabia, y hasta recordar nuestro pasado no tan lejano incluso nos asombra. Nos hemos vuelto la borra del continente, no hay como ocultarlo.
Pero lo más sorprendente, lo que nos lleva por igual de la ira a la risa, son las justificaciones de los jerarcas para explicar lo que nos pasa. Manos peludas desde un teclado manipulan los precios de todo un país, oscuras prácticas desatan situaciones internacionales de las que somos víctimas, la delincuencia, la corrupción, la violencia, el desencuentro de los venezolanos es culpa de todos, menos de ellos. Ese ha sido el camino para exculpar a los verdaderos culpables.
La revolución no es responsable de lo malo, pero sí es protagonista de lo que se inventan como bueno. La identidad es sencilla, ellos son los buenos, nosotros somos los malos. En el nombre del pueblo ellos se han convertido en el centro. No importa si los niños no tienen pañales o leche, los enfermos medicinas y tratamientos, o si lo necesario para vivir supera varias veces el salario promedio del país. Solo importa el proyecto, es decir, ellos. Así será mientras sigan en el poder. No importa el hambre o el desempleo, con la revolución me resteo. El que piense diferente es egoísta, individualista, inconsciente o manipulador.
No es mucha el hambre que evidencian sus barrigas, ni son muchos callos los que exhiben sus arregladitas manos o falta de detergente sus impecables prendas. En el nombre del pueblo es su proyecto. Es en el nombre de ellos, de sus ideas, egos y delirios de historicismo. Por suerte, todos los que pusieron las ideas por encima de las mujeres, los niños y los hombres, es solo cuestión de tiempo para que terminen y se vuelva a tener la oportunidad de construir algo nuevo que esta vez sí haga centro, no en el hombre, sino en un hombre, en una madre y su niño. En el más humilde, en el que la pasa mal en concreto, esa es la verdadera y única forma de hacer al pueblo sujeto de un proyecto, no como hasta ahora, y gracias a su interesada abstracción, un simple instrumento.