Por: Jean Maninat
El primer ministro Tsipras viene de anunciar que estaría considerando adelantar las elecciones en Grecia de seguir el asedio de los sectores radicales de su partido, Syriza, sobre su gobierno, por haber aceptado la casi totalidad de las condiciones impuestas por los socios europeos para volver a sacarle las patas del barro a la economía griega. En muy poco tiempo, salió de su ensueño y tuvo que quitarse el antifaz y la capa de superhéroe reivindicador, para confrontar la difícil tarea de gobernar responsablemente.
En España, Podemos, el partido revelación, el milagro producto de las llamadas “tertulias televisivas”, empieza a perder aliento, a rezagarse tras las dos grandes organizaciones tradicionales del bipartidismo español, el PP y el PSOE. Su secretario general, Pablo Iglesias, se hizo elegir como candidato a las elecciones generales, en unas primarias contestadas desde el inicio por los sectores más apegados al asambleísmo de base originario. A paso agigantado, Iglesias recurre a los pases y verónicas de la política tradicional. Las apuestas corren altas acerca de cuándo se cortará la coleta -literalmente- para ganarse unos votos más aquí y allá.
En cierto sentido son buenas noticias. El fuego de la política hace madurar a sus practicantes y sólo los más díscolos y atolondrados persisten en repetir viejas fórmulas para terminar en el foso de la historia. Los dirigentes de la revolución cubana tardaron más de diez lustros en descubrir que la economía abierta era más eficaz que la teledirigida y los odiados cruceros repletos de gringos, mojito en mano, hacen fila para anclar en La Habana. Tanta miseria por un cucurucho de maní… ¡Pero bienvenida sea la media vuelta!
El PT brasileño (fundado por un obrero metalúrgico, Luiz Inácio,Lula, da Silva y un exguerrillero urbano, José Dirceu) ha sido por años columna vertebral del extremista Foro de Sao Paulo; pero una vez en el poder aparcó su radicalismo de izquierda, y se acercó con tal entusiasmo al sol de las grandes empresas capitalistas, que hoy su militante estrella, la presidenta Dilma Rousseff, tiene las alas achicharradas.
Sobran los ejemplos de estas conversiones súbitas, escabrosas en algunos casos, saltos mortales que, con algo de mala suerte, aterrizan con el coxis. Pero sobran también los ejemplos de tenaz y pausada labor en pos de una prosperidad general, que permita vencer las brechas de desigualdad social y avanzar en la globalización blindados por una armonía social sólida. No hay recetas mágicas, aún los plácidos socialistas escandinavos conocen las turbulencias de estos tiempos.
El reformismo de los partidos socialdemócratas y socialcristianos fue por decenios desdeñado por los altivos marxistas bolcheviques: renegados, entreguistas, claudicantes, colaboracionistas, traidores, socialfascistas eran los epítetos de rigor en contra de quienes no quisieran remedar la toma del palacio de invierno de los zares por los comunistas en pleno sol africano, o seguir a pies juntillas los dictados de Lenin y de Stalin. Quienes así lo hicieron, sumieron a sus sociedades en el atraso, la desigualdad y la esclavitud.
No hay esperanzas de que el gobierno cambie de rumbo por cuenta propia. Ni de que escuche con atención los consejos de sus amigos y valedores en la región. “Es que no escuchan” dicen que gritan con exasperación los asesores brasileños. A partir del 06D, si se consolida el triunfo de la oposición que anuncian las encuestas y se defiende en la mesas de votación, se podrá impulsar desde la Asamblea Nacional las reformas imprescindibles que el gobierno desestima hoy por su cerrazón ideológica. Sólo votando masivamente, habrá cambio.
@jeanmaninat