Por: Elías Pino Iturrieta
¿Qué se necesita para que todos vomitemos en conjunto, sin excepción, por necesidad imperiosa y sin que nadie se libre de la náusea? Si no lo hicimos después de enterarnos de las recientes noticias de Ramo Verde, ¿nos podremos regenerar como república, o simplemente como personas que aspiran a una cohabitación digna del género humano que vive en el siglo XXI? Los sucesos ocurridos en la mencionada cárcel no solo incumben a los canallas que los llevaron a cabo, sino también a quienes los conocimos sin escándalo, como si fuese asunto privado de un trío de prisioneros en cuyos cuerpos se derrama un baño de mierda y orines que apenas se convierte durante un rato en asunto público.
Nereo Pacheco fue un famoso torturador del gomecismo. Basta la lectura del oceánico libro de José Rafael Pocaterra para el descubrimiento de un teatro de horror que caracterizó a la sociedad venezolana durante casi tres décadas. El escritor padeció los tormentos de La Rotunda y los describió en una obra mayor de nuestra literatura, Memorias de un venezolano de la decadencia: la suciedad de los calabozos, los grillos que apenas permitían el movimiento de los cautivos, el sacrificio del tortol, el colgamiento de prisioneros por los testículos, el aislamiento de los “encortinados” que no veían la luz del sol, la muerte lenta por envenenamiento y hambre, la ausencia de auxilios médicos, desfilan ante nuestros ojos con el director de la tenebrosa orquesta en la vanguardia. A la calaña de Nereo Pacheco pertenecen los esbirros de Ramo Verde, y sus superiores que ordenan o contemplan el vejamen a prudente distancia.
Pero en materia de vejámenes no hay distancia prudente. Son su obra por solo permitirlos, o por no encerrar en ergástula severa a los monstruos que los cometen. Si las autoridades no han ofrecido un balbuceo de desagravio a los familiares de las víctimas, ni la más ligera explicación a la sociedad sobre unas ofensas que claman al cielo, ¿podemos esperar de su conducta algo digno, algo edificante, algo esperanzador? Aquí y en otros lugares me he cansado de decir que la historia no se repite, pero si comparo a los verdugos del gomecismo con los del madurismo espero no caer en una extralimitación digna de mayor reproche. Si los del gomecismo actuaron de una manera tan abominable porque les dio la gana y porque nadie lo evitó, por la defensa de la causa del orden y porque ningún factor de la sociedad los metió en cintura ¿qué nos hace pensar que los de ahora actuarán distinto sin que nadie los conmine, que cambiarán el látigo por los tratos amables? Por desdicha, la posibilidad de una semejanza entre períodos históricos también se trajina en el párrafo siguiente y sugiere respuestas a lo último que se viene preguntando.
Durante la tiranía de Gómez toda Venezuela sabía lo que pasaba en las cárceles, pero cerró la boca. Apenas un puñado de valientes se atrevió a denunciar la espantosa situación, mientras la mayoría de la población pasaba en silencio frente al Castillo de Puerto Cabello, o por los alrededores de Las Tres Torres, sin compadecerse de los prisioneros vejados y asesinados, o dejando la repulsa para una ocasión que solo llegó con la muerte del tirano, es decir, cuando ya no servía para nada. No hay testimonios de protestas ocurridas entonces contra las aterradoras prisiones, ni pruebas de que la prensa se compadeciera de los ciudadanos martirizados. Cualquier reacción podía pagarse con la pérdida de la libertad y aun de la vida, no hay dudas al respecto, pero lo cierto radica en el hecho de que nuestros antepasados mostraron su indiferencia ante el destino de los ultrajados de la época. ¿No reiteramos en la actualidad una conducta parecida?
En Ramo Verde, a unos presos políticos les echaron unas bolsas de mierda que nadaba en orines. Ese es el tema. Los jefes de la cárcel no han recibido el castigo correspondiente al ultraje, o quizá fueran aplaudidos. Ese es el tema. El gobierno no se ha tomado la molestia de hablar sobre el asunto. Ese es el tema. El suceso lleva al recuerdo de Nereo Pacheco, sin que se caiga en un disparate. Ese es el tema. Los venezolanos nos enteramos del desmán, lo miramos un poco, maldecimos un poco y seguimos en nuestros asuntos como si cual cosa. Ese es el gran tema.