Por: Fernando Rodríguez
Una verdad enorme es que este gobierno ha utilizado la mentira para vivir y sobrevivir más que ningún otro en nuestra historia. La mentira descarada que no busca siquiera los ardides de la sofística, visos de verosimilitud. Incluso que se permite ignorar a menudo el principio de no contradicción: fue así, no fue así.
Y nosotros, los mentidos, no podemos ufanarnos, por decir las cosas como son, de haber sido en demasía perspicaces desveladores de esos atropellos que a nuestra razón se han hecho.
Sin duda son muy variadas la gama de mentiras con que se nos ha maltratado todos estos años, que van siendo muchos. Cada cual puede hacer una lista larga, pero muy larga, de las patrañas que recuerda, de la más diversa índole, que muchas maneras hay de calificarlas y clasificarlas. Hoy nos ocuparemos de una, de extendido uso, que se nos ocurre llamar mentira por omisión o por silencio: no se inventa una proposición distinta a la que cree, sino se calla y pretende que la verdad no existe. Es tan pecaminosa como las demás cuando usted tiene el deber de decir las cosas como son para poder remediarlas. Puede ser muy útil y artera como treta política.
Hugo Chávez Frías que padecía, y nos hacía padecer, de una verborrea ilimitada, a la cual ningún tema le fue extraño (Nietzsche, v.gr), sobre todo los de su apasionante adolescencia barinesa, nunca abordó el fenómeno de la delincuencia que cada día se convertía con mayor ímpetu en el terror de los venezolanos y llenaba las calles del país de sangre y las noches de lúgubres soledades. Lo dio por inexistente, lo que había era revolución armada y bonita. Notable variante fue esa de las decenas de millardos de dólares robados a los venezolanos por funcionarios y amigotes que denunció el piache Giordani, olvidando que la verdad debe tratar de ser, como la justicia y la información, oportuna. O, cosas más puntuales, como el asesinato de Anderson que se ha quedado en el misterio por más de un decenio, se redujo inicialmente a un persistente rumor y a un teatro del absurdo, la cantante calva del fiscal Isaías Rodríguez y luego ni una palabra. Curioso el caso de Tareck el Aissami, gobernador en ejercicio, que aseguró que Chávez le había pedido que guardara silencio (cómplice) sobre los delitos de peculado del compañerito Isea y que ahora revela porque lo anda acusando en el Norte de narcotraficante y otras atrocidades.
Baste con esos ejemplos gruesos para explicarnos. Quisiéramos agregar otras dos cosas: hay asuntos silenciosos de verdad verdad, sobre los cuales no sabemos nada o solo podemos fantasear, ¿cuántos millardos en realidad se habrán embolsillado los jerarcas y negociantes rojos en más de tres lustros, por ejemplo? Pero también hay que agregar, experiencia dixit, que al final mucho, no digamos todo, termina sabiéndose y hasta un trozo pasa a los libros de historia patria. Es un consuelo, tonto como casi todos los consuelos.
Se me ocurrió hablar de esto porque si la mayoría de estos vacíos abismales sucedieron cuando todavía existía un consistente frente de prensa independiente, capaz de indagar y denunciar la podredumbre política, qué de silencios no reinarán hoy, visibles e invisibles, cuando han sido tan mermadas esas armas fundamentales que podrían sustituirlos por la denuncia y el clamor de la protesta.
Vista en esta perspectiva la ausencia de libertad de prensa aparece claramente en uno de sus perfiles más abyectos, el de celestina del crimen político, el de pieza capital del totalitarismo que especula, que roba y que mata.