Es un ser humano muy particular y despreciable. Un estadista mediocre y un político indecente. No tiene empacho alguno en lanzar una larga ristra de promesas que bien sabe no podrá cumplir. Le hace creer a la gente ingenua que tiene en sus manos la solución a todas las calamidades. Más aún, pasa de los dichos a los hechos y nomás se encarama en el coroto, arranca a dar limosnas muy bien maquilladas que hacen que todo aquel con necesidad de algún oasis en medio de las penurias sienta que lo que ha recibido es apenas la primera parte, que luego vendrá más. El que recibe no pregunta de dónde viene esa dádiva. Se le suele insinuar que los fondos para eso provienen de lo que, haciendo justicia, se le ha quitado a unos poderosos que lo tenían en el estado de calamidad en que se encontraba, hasta que fue rescatado al fin por alguien que sí quiere al pueblo.
El populista jamás rinde cuentas. Se coloca por encima de los viles mortales que están bajo su égida, pues él o ella entra en la categoría de semidiós salvador. No se hace problema en declarar que tiene plata pública guardada bajo el colchón. Por donde camina va repartiendo limosnas y besuqueos. Su discurso está plagado de cifras incomprobables. Siempre redondea para arriba.
El populista no gobierna, comanda épicas. Siempre está en campaña. Todo es “histórico”, “heroico”, “magno”. Su narrativa grandilocuente siempre incluye batallas. No tiene ni la menor idea de qué va eso de la gerencia pública. Ni le interesa aprender. Bocazas de profesión, es capaz de dar discursos de horas, sin que ello suponga aporte alguno al acervo intelectual. Es un despilfarrador nato. En realidad jamás ha producido ni un céntimo, pues se las ha arreglado para enchufarse desde temprana edad en los espacios donde el estado lo mantenga y luego no ha hecho otra cosa que buscar cargos públicos y posiciones que le sirvan de trampolín. Suele ser encantador en el verbo, lisonjero y adulón. Planifica bien cada gesto y cada frase. De hecho ensaya frente al espejo. Lo suyo es una permanente puesta en escena; siempre está actuando en un teatro que él o ella llama “gobierno”. Le caracteriza la improvisación. Sorprende a sus colaboradores con decisiones inconsultas, de las cuales ellos se enteran cuando escuchan los anuncios. Su inmenso ego no cabe dentro de su cuerpo. En cualquier discurso, la palabra “yo” se repite incesantemente, incluso más que el otro vocablo favorito: “pueblo”. Son idólatras de los símbolos patrios y elevan a la categoría de santos a los próceres. Y presentan sus textos como biblias incunables. Revientan y reinventan la historia y la hacen calzar a sus propios intereses. Usan la legislación para hacer de sus decretos auténticos mandamientos que se deben cumplir a rajatabla, so pena de caer en desgracia y proscripción.
La historia universal está repleta de historias de jefes de estado y presidentes populistas. Todos sin excepción mintieron con desparpajo, todos sin excepción se erigieron como mesías, todos sin excepción destruyeron a sus países. Todos sedujeron a las personas con vanas promesas, llevaron a la bancarrota a sus naciones y dejaron una estela de obras a medio hacer y de primeras piedras. Algunos incluso incitaron guerras y condujeron a tragedias. Cuando la situación se les puso difícil huyeron, o se suicidaron.
En América Latina abundan. Andan de cacería de tontos útiles. Eso es lo que somos para ellos, presas que aceptan la domesticación como fórmula de vida. Parece que necesitáramos que nos mientan. Adictos como somos a las lisonjas, caemos una y otra vez en sus engaños. Y luego nos lamentamos. Cuando ya es tarde. ¿Será que algo aprendimos? A veces creo que si nos pusieran por delante liderazgos no populistas no los reconoceríamos.
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@solmorillob
Excelente artículo, está tan perfectamente definido, que, a nadie le puede quedar la más mínima duda, seguirán dejándose seducir por el bozal de arepa?
Bien retratado está el desquiciado mental que destrozó a Venezuela.