El severo llamado de atención que ha realizado el secretario general de la OEA, Luis Almagro, a la máxima autoridad electoral de Venezuela, seguirá resonando, repiqueteando, hasta y después de las elecciones parlamentarias del 6D. No hay nada nuevo en la misiva del secretario general, nada que los venezolanos no hayan sentido, vivido, vuelto a sentir y vuelto a vivir, durante los últimos 16 años: la debilidad del árbitro electoral -encargado de hacer respetar la voluntad popular- frente al Poder Ejecutivo. “Las garantías electorales no se refieren únicamente a la eficiencia” (del sistema electoral) señala Almagro, hay regadas por el camino todo tipo de ventajas para el gobierno y desventajas para la oposición. Un mar de felicidad para el ventajismo oficial.
Uso abusivo de recursos financieros para las campañas oficiales, acceso desigual a los medios de comunicación, confusión inducida en la papeletas electorales, cambios súbitos en las reglas del juego, inhabilitaciones a candidatos opositores, prisión de líderes políticos, intervención de partidos políticos por el Poder Judicial, decretos de excepción, son algunas de las irregularidades que se citan en la carta como muestrario de la acción de la nada invisible mano oficial. Es decir, la falta de transparencia e igualdad en el proceso electoral no está depositado en un chip o en un circuito electrónico. Está en la ausencia de garantías para el cumplimiento de la Ley, en la asfixia progresiva del clima democrático que debería nutrir y envolver toda elección. La carta de Almagro, desveló, al menos ante los gobiernos de la región, lo que estaba a la vista y no querían ver. Ya no podrán seguir viendo para el techo.
“Los hechos son tercos” solía advertir John Adams, el segundo presidente y uno de los padres fundadores de Estados Unidos de América. No hay manera de ahuyentarlos hacia el mar, de enterrarlos bajo los árboles, siempre emergen, salen a la luz del día, regresan a fastidiar sin pedir permiso. Por donde usted camine en la Venezuela de hoy tendrá a la vista las colas infinitas, le relatarán la historia de un secuestro mientras espera, constatará cómo se disparan los precios justos hacia el espacio sideral. No hay manera de obviarlo, por más que le eche la culpa a los gringos y su guerra económica, a la godarria colonial o a los emigrantes colombianos. Ya nadie cree en cuentos de cadena nacional y las encuestas, que suelen reflejar el peso de los hechos sobre la gente, muestran una gran decepción con sus gobernantes.
La resistencia de la oposición democrática está dando sus frutos. La carta de Almagro, es uno de los más recientes y contundentes. A la vista de toda la región, de sus silenciosos presidentes y primeros ministros en ejercicio, está desplegado el telón de fondo sobre el que se desarrolla la lucha electoral en el país. No hay otro, a pesar de él se ha seguido avanzando y se han obtenido victorias importantes. De haberse dejado llevar -de nuevo- por los cantos de piraña abstencionistas, de haber resignado las posibilidades de la lucha electoral, hoy estaríamos tan lejos del cambio como en 2005.
El mapa de las arbitrariedades electorales está extendido sobre la mesa. La tarea es inmensa. Sólo el poder del voto y su defensa pueden borrarlas.