Por: Soledad Morillo Belloso
Hay una enorme diferencia entre la prosperidad y la bonanza. La primera es el resultado del progreso sensato; la segunda puede ser producto de un golpe de suerte. La primera tiende a ser estable y sustentable; a la segunda se la puede llevar el viento.
Durante los gobiernos de CAP II, Velázquez y Caldera II, en los que no hubo bonanza, tuvimos la esperanza de sentar las bases de la prosperidad perdurable. Hubo un esfuerzo interesante por quitarle poder al estado. Ni se hizo del todo bien ni se explicó a la población de qué iba todo el asunto. Seguramente algunos recordarán el intento fallido de crear los fondos de ahorros. De haber existido, los emprendimientos desestatizadores hubieran hecho a millones de venezolanos propietarios de las empresas realmente poderosas y valiosas. En lugar de extranjeros, los venezolanos hubiéramos comprado la telefónica, las eléctricas, la petrolera, las acuíferas, las minas, etc. Hoy los venezolanos no tenemos nada. Esas empresas fueron re-estatizadas. Y no tenemos fondos de ahorros. Y si sumáramos todas las posesiones en manos privadas en Venezuela, ello no le llegaría ni por los tobillos a la riqueza en manos del estado, el cual es dueño y señor de casi todo, hasta del aire que respiramos. Para que entendamos bien la cuestión, siendo generosos, más del 80 por ciento de lo que hay en nuestro país está en propiedad estatal. Así las cosas, Venezuela es hoy un país de ciudadanos pobres y un estado magnate.
Como el estado es una suerte de entelequia, en realidad lo que tenemos es un gobierno que maneja todo. Firma la chequera y compromete a la nación en deudas infinitas. El de turno decide todo. Eso hace que todos los agentes sociales sean débiles. Actores de reparto. En Venezuela, salvo el estado, nadie tiene verdadero poder. No hay poder empresarial, económico, gremial, sindical, religioso, mediático, social o asociativo que pueda enfrentarse al estado. Ni tan siquiera la sumatoria de todos ellos.
Por ninguna parte se ve interés de los políticos en cambiar esto. Todos hablan de cambio, pero ninguno dice que no puede haber cambio real si no hay un cambio profundo en el concepto del estado y el poder que éste tiene. La discusión política es si los políticos que hoy están en el estado y que lo están haciendo tan mal, es decir, son ineficientes, pueden ser sustituidos por otros políticos que sean eficientes. Seguramente abundan los políticos que serían mucho mejores gerentes que los que están hoy. Al fin y al cabo, la incompetencia y la ineptitud son la marca de fábrica del gobierno revolucionario. Pero ello no supone quitarle poder al estado. El problema no es Maduro. El problema es que el sistema, que si algo lo caracteriza es su perfil conservador, hace posible e incentiva a los maduros. No se trata de cambiar a ineficientes por eficientes. Se trata de quitarle poder al estado y hacer que la sociedad sea la poderosa. Eso sería un sacudon verdaderamente revolucionario. Lo demás es puro gatopardo.
Hasta que no hagamos reingeniería del sistema, tendremos el mismo país. Lo que cambiarán serán los sufrimientos. El diputado Soto Rojas dijo el otro día en la Asamblea Nacional, en un discurso encendido, que Venezuela tiene reservas petroleras para 500 años. ¿Entiende acaso el diputado que simplemente en 500 años el petróleo no será la fuente de energía que use la humanidad? La Edad de Piedra, señor diputado, no se acabó porque se acabaron las piedras.
¿Cuándo nos daremos cuenta que por este camino estamos dando vueltas y vueltas sin llegar a ninguna parte? El perro que no consigue morderse la cola sólo se agota. No se convierte en atleta. En realidad, no hay hoy prácticamente diferencia alguna entre el sistema que tenemos, mal llamado republicano, y si estuviéramos bajo el mismo sistema monárquico de hace 200 años. No tenemos una república de ciudadanos, sino una anacrónica monarquía de súbditos. Para esto, para tener un sistema que privilegia al estado por sobre la sociedad, pues no nos hubiéramos independizado.
Hay que cambiar el sistema, no sólo el modelo, porque el modelo no es sino el reflejo del sistema. O lo hacemos o nos pasaremos siglos hablando del país próspero que no tendremos.
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