Publicado en: Efecto Cocuyo
El pasado domingo 19 de mayo, Cilia Flores colgó en su cuenta de twitter un video que mostraba un partido de béisbol. El texto del mensaje parecía escrito por un aburrido guionista de documentales: “Un domingo soleado de deporte para fortalecer el cuerpo y el espíritu”, comenzaba diciendo. Aunque las imágenes mostraban un día nublado y Nicolás Maduro, ante un picheo blandito, apenas lograba batear una línea débil hacia el jardín izquierdo para, después, trotar con dificultad y llegar jadeando a la primera base. Era, según refería la primerísima primera dama, un juego entre el equipo ministerial y el equipo de la Fuerza Armada. Es decir, aquellos que se auto proclaman como el “Alto Mando de la Revolución” disfrutan de una caimanera mientras el resto del país trata de sobrevivir en medio de la crisis.
¿Qué busca este espectáculo? ¿Por qué se organiza y se publicita este juego? ¿Qué trata de comunicarnos, realmente, la casta que controla el poder?
Mientras la organización Amnistía Internacional saca un informe donde, por primera vez, con pruebas y señalamientos concretos sobre las ejecuciones extrajudiciales, la detenciones arbitrarias y el uso oficial de la violencia, establece que el gobierno venezolano ha cometido crímenes de lesa humanidad, precisamente Nicolás Maduro aparece tan orondo anunciando públicamente la aprobación de un presupuesto de millones de dólares para la producción de uniformes militares y de una subametralladora criolla llamada “Caribe”. En esos mismos días, Guillermo del Olmo, corresponsal de la BBC, resumía de esta manera su experiencia en Venezuela: “1: Entrevistas a una mujer pobre que lucha por sacar adelante a su bebé enferma. 2: La historia te golpea y decides enviarle dinero periódicamente para medicinas. 3: Meses después te cuenta en un SMS que lo que hay que pagar es el entierro”.
¿Qué sentido tiene anunciar una fábrica de armas en el contexto de la peor crisis socio económica de nuestra historia? Es demasiado obvio, demasiado vulgar ¿Qué otra cosa pretende contagiarnos el poder con esta noticia?
Ahora que vuelve a aparecer el tema de las negociaciones y del diálogo, cuando la desordenada alharaca del Departamento de Estado parece haber perdido volumen, se realiza entonces en Caracas una nueva edición del Congreso de Estudiantes Latinoamericanos (CLAE). La primera página del Granma destaca el encuentro justo cuando “el imperialismo se empeña en aislar a Venezuela” . Y en la misma línea, para finales de julio, ya se ha anunciado la realización del Foro de Sao Paulo en Caracas…Mientras en gran parte del mundo se debate, con preocupación y alzando señales de alarma, sobre la crisis humanitaria y el fenómeno migratorio del país, el gobierno organiza y financia eventos internacionales. Ya tal vez no sería sorpresivo que, la próxima semana, algún funcionario del gobierno apareciera ofreciendo a Venezuela como próxima sede de los Juegos Olímpicos o del Miss Universo. ¿Cuál es la coherencia que respira detrás de tanto absurdo?
El desquiciamiento es un calculado proyecto político. Con el paso de los años, aquel fraseo musical que – lleno de sarcasmo y burla- repetía “Chávez lo tiene lo locos” ha demostrado ser muy articulado programa de gobierno. La locura es uno de los objetivos fundamentales de la revolución.
Se trata de transmitir la idea de normalidad, de absoluta normalidad. Ignorar la emergencia, descalificar las denuncias, proponer el cinismo como la ceremonia principal del ejercicio del poder, ofrece una imagen de control que paraliza cualquier expectativa de cambio. Este manejo del absurdo, acompañado del uso feroz de la violencia, funciona como un eficaz procedimiento de promoción del temor. Pero se trata, también, de perturbar las formas de conocimiento y de información sobre lo que está ocurriendo. Es un modelo de comunicación que altera el sentido de lo real ¿Cómo es posible que haya crisis humanitaria en Venezuela si el Estado venezolano envía un buque con ayuda humanitaria a otro país? Se busca generar la confusión desde dentro del sujeto, desde su propia confianza en la percepción de la realidad.
Es, además, una manera de dinamitar el periodismo, contaminando las noticias, saqueando el sentido de representación de la verdad. La operación mediática que, en medio de una tragedia, decide mostrar a los poderosos jugando pelota, apuesta por caricaturizar en general toda la situación. Busca confundir todas las señales. Intenta sabotear, desde la emergencia, la vivencia y la apreciación misma de la propia emergencia. Es una provocación que, en el fondo, también pretende reducir la rabia a un acto instantáneo y solitario. Desea despolitizar nuestra indignación.
Hacer política: aferrarse a cada ay. Combatir la demencia oficial. Pronunciar las miserias, los dolores, las ausencias. Compartir los gritos. No permitir que el poder sea el único que cuente nuestra historia.
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