A usted le dan la llave de un apartamento, una palmadita en el hombro, y le recuerdan luego en cadena nacional que lo único que es suyo es la llave, pues de la cerradura para adentro la “unidad habitacional” pertenece al gobierno. Digamos que es emprestado, porque usted puede ser todo menos un propietario. Y es por su bien, para que salga de la pobreza sin convertirse en escuálido -según la ya célebre fórmula-, es decir, para que deje de ser pobre siendo pobre.
Es, si lo mira con detenimiento, por su bien, por su salud moral y revolucionaria. Luego, luego le da por querer comprarse un carro, una nevera, una televisión y cae bajo el terrible influjo del consumismo capitalista. Por eso las colas son tan sabrosas, para que lo maltraten, abusen de usted, aprenda a no desear bienes materiales y a darle gracias al socialismo del siglo XXI de que tiene patria. ¿Qué les pasó a los compañeros cubanos? Que se dejaron picar por el mosquito del consumismo. A la gente se les da una mano y quieren el brazo. Les dejas abrir una peluquería en el zaguán del edificio, un paladar en la sala de sus casas, y ¡zuas!: quieren convertirse en empresarios y hasta hablar inglés.
Entienda que los conductores del proceso revolucionario, no son perfectos. Les gusta ser dueños de sus propiedades, de sus camionetas con vidrios ahumados y full aire acondicionado en las que se desplazan, tener su lanchita anclada allá en Puerto La Cruz. Comprenda que crecieron en la IV República, bajo su influjo y fueron contaminados. Saben de eso, como quien dice, y ya no tienen remedio. Pero usted, que es joven, conserve la pureza revolucionaria, no se deje distraer por espejitos y mantenga la mirada firme en la sociedad socialista que viene, sin pestañear ante los destellos materialistas.
Acuérdese del niñito cubano Eliancito, lo infeliz que era en gringolandia, con todos esos juguetes innecesarios y que gastaban tanta pila; vea lo feliz que creció, todo un pionerito entregado al partido y chapoteando en el mar de la felicidad. Observe a los ciudadanos norcoreanos, no andan loquitos por comprar mercancías y están siempre sonriendo, bailando y aplaudiendo a su máximo líder llenos de alegría. ¿Por qué? Porque los apartamentos no son de ellos, son del Estado.
Los chinos eran tan dichosos con sus trajecitos Mao, sus alpargatas y sus bicicletas, siempre pedaleando, saludables y en forma. Mírelos ahora, con cara de amargura, en motos y carros, afiebrados por poseer objetos inútiles. Con la moral revolucionaria por las suelas de sus zapatos italianos.
Dese entonces por servido, sea agradecido y con la quijada en alto grite, ¡Yo no quiero ser propietario! Cuelgue en la ventana una pancarta que diga: ¡Este apartamento no es mío! Dígale orgulloso a sus hijos que no poseen nada en esta tierra. Salve su alma revolucionaria.
Dueño de ti, dueño de que, dueño de nada…
@jeanmaninat
Sin comentarios, para que más, es inverosímil.