Por: Manuel Malaver
En dos semanas el presidente Maduro tuvo tiempo de presentarse en Brasilia a darle el besamano a su homólogo de Rusia, Vladimir Putin a quien, de paso, dijo le había tumbado 4 mil millones de dólares; de regresar a Caracas donde lo esperaba otro ricachón del “Tercer Mundo”, su colega de China, Xi Jinping, el cual parece que cayó con otros 4 mil millones de los verdes; y de anunciar que la próxima semana el “Zar de la Economía”, Rafael Ramírez, se presentará en Nueva York donde se reunirá con un grupo de banqueros también tras la caza del único bien que le interesa al sucesor de Chávez: dólares, dólares y dólares.
Hiperactividad cercana al vértigo que tiene una sola característica y señalización: continuar sin pausa con gobiernos y entes privados del globo el crecimiento de una deuda externa nacional que ya organismos independientes calculan en 200 mil millones de dólares, y que al ritmo actual, puede terminar el 2014 con un 20 o 30 por ciento adicional.
Cifras y guarismos escalofriantes, de las que solo pueden examinarse con marcapasos, o sedantes como el Demerol o el Lexotanil, pero que, si hay que ser consecuentes con los datos de un pasado no tan lejano, ya presidentes como el primer Carlos Andrés Pérez, y Luís Herrera (en su escala), habían incorporados a sus presupuestos para provocar nuestra primera crisis de la deuda (comienzos de los 80), insertarnos en la “Década Perdida” y dar inicio a la crisis que ya va por la hiperinflación de Maduro y la depreciación del bolívar hasta un 1000 por ciento.
Habría que destacar, sin embargo, algunas diferencias en cuanto a escenarios y actores, referidas, unas, al signo de los tiempos que vivieron los presidentes de hace tres décadas y los de los últimos 15 años; y otras, a las naturalezas tan dispares de sus gobiernos que parece los separaran siglos.
Para empezar, Pérez y Herrera, se endeudaron para invertir en proyectos como los de la ampliación de las empresas de Guayana (metalurgia, producción de aluminio, carbón, hidroelectricidad que vendrían a reducir la dependencia del petróleo), obras de infraestructura y políticas sociales (educación, salud, transporte), con las cuales pensaban que el país, aparte de despegar hacia el desarrollo, terminaría procurándose los recursos para cancelar la totalidad de los compromisos.
No fue así, porque la desactualización de sus estrategas y planificadores económicos no previó que ya había pasado el tiempo de la revolución industrial y la electrónica venía a estampar el sello de una nueva edad histórica, y la corrupción hizo el resto, desguazando los recursos que dejaron a mano los planes inviables y productos caros, de regular calidad y escasa competitividad en los mercados.
En cuanto a Maduro -y su antecesor Chávez-, puede decirse que ni revolución industrial, ni inserción en la edad de la electrónica traían en sus portafolios (o más bien morrales), y, más políticos que economistas, amplificaron una deuda que, en el 99 encontraron en 40 mil millones de dólares, hasta los 200 mil millones actuales, en la fantasía de exportar la revolución socialista para que América Latina fuera la “Nueva URSS”; en programas clientelares para ganarse el voto de los pobres en un sistema que convirtió las elecciones en un mecanismo de legitimación del poder; y financiando a través de gigantescas importaciones los múltiples y minuciosas ineficiencias del llamado socialismo.
Sin contar que Chávez -sin duda que por consejería de sus maestros y mentores cubanos, los dictadores Raúl y Fidel Castro- emprendió el despropósito de restablecer una suerte de mini-“Guerra Fría” en la que él, y sus aliados en la región, pasaban a cumplir la asignatura que habían dejado pendiente Lenin, Stalin y Mao: destruir al capitalismo, al imperialismo y a los Estados Unidos.
Política económica, entonces, de un gasto exacerbado, creciente e incontrolable, que contaba a ciegas con una variable tan improbable, como irracional: el ciclo alcista de los precios del crudo que comenzó en el 2004, había llegado para quedarse y del tope de 128 dólares el barril que alcanzó el 22 de julio del 2008, se elevaría a 200, 300 y 400 dólares el barril en las próximas décadas.
Lo que sucedió, por el contrario, fue una caída vertiginosa de los precios a partir del 2008 -hasta su estabilización actual en menos de 100- y el despertar del sueño de una embriaguez de revolucionarismo tardío, de un gobierno que de repente se encontró pobre, devaluado, confundido, que había repetido los mitos de los gobiernos populistas que lo habían precedido y sin capacidad de continuar exportando la revolución, de atender sus gastos clientelares e imposibilitado de simular la bancarrota generalizada del aparato productivo interno a través de importaciones.
El resultado, en definitiva, que la peor crisis de desabastecimiento en alimentos, medicinas y bienes y servicios que ha conocido el país; una inflación que pasará para el año en curso del 100 por ciento (la más alta del mundo) y la urgencia de más y más dólares, vía endeudamiento, para escapar a la fatalidad de una devaluación lineal que llevará al bolívar a una cotización cercana a 100 X un dólar.
Pero hay otra característica de los endeudamientos de hace 3 décadas, y los de los últimos 15 años: ni Pérez ni Herrera hipotecaron sus políticas a la de los países de origen de la banca acreedora; en cambio que, Chávez y Maduro, han convertido a los países que les suministran capitales en presuntos socios políticos e ideológicos.
Maduro, por ejemplo, en su encuentro con Putin en Brasilia lo llamó “aliado estratégico y fundamental”, y, para demostrarlo, corrió a plegarse a la opinión del exagente de la NKGB de “que el misil que había derribado al avión de “Malaysa Airlines” donde murieron 288 pasajeros (189 de ellos holandeses) había salido de fuerzas militares del gobierno ucraniano, y no de los rebeldes rusos que apoya Putin en sus intentos de separarse de Ucrania.
Pero Maduro fue más lejos que Putin, pues afirmó en una declaración oficial, que los verdaderos culpables y responsables de criminal accidente del misil, “eran los Estados Unidos”.
La respuesta de los gobiernos de Estados Unidos y Holanda fue detener el jueves en Aruba al general, Hugo “El Pollo” Carvajal, acusado por la DEA de “narcotraficante y colaborador de las FARC” y nadie se explica por qué, con tamaña acusación, Maduro le buscaba un placet de cónsul venezolano en Oranjestaad.
El sucesor del “comandante eterno” también avala y se solidariza con un gobierno abiertamente violador de los derechos humanos como el de Xi Jinping, así como con su sistema de capitalismo salvaje por el que millones de trabajadores chinos son sometidos a un régimen laboral de esclavitud, en el cual, no se le permiten libertades, asociación voluntaria, ni sindicatos que luchen por mejorar sus salarios a través de la contratación colectiva.
Tampoco hay libertad de expresión en China, ni derechos individuales, ni pluralidad de partidos y de ideas, sino un partido único, el comunista, que impera a través de una dictadura que ha criado fama por su crueldad e intolerancia.
Modelos, el de China y el de Rusia, que es hacia donde velozmente se dirige el quebrado, endeudado y sin salida “socialismo madurista”, pero no sin antes convertirnos en colonia de dos imperialismos que ya son dueños de la mitad de nuestras reservas petroleras: el ruso y el chino.