El debate “regionales sí-regionales no” es, cuando menos, extemporáneo. La postulación es un trámite que simplemente permite a los partidos tener la posibilidad de participar en los comicios de gobernadores. En síntesis: se trata de un falso dilema que desvía la atención de los desafíos realmente importantes.
Más que en esa discusión estéril, la energía y los esfuerzos de la oposición deben concentrarse en exigir –primero- que esos comicios se realicen y, a su vez, que cuenten con todas las condiciones de transparencia y justicia necesarias.
Ya la controversia en el seno de la oposición no se da entre “radicales” y “moderados”. En realidad, la disidencia se divide entre “pragmáticos” y “moralistas”. Nadie plantea abandonar los principios, pero si no se hace política la única opción que queda es hundirse aún más en el abismo.
La Unidad ha planteado desde un principio que busca para la crisis una salida pacífica, democrática, constitucional y “electoral”. Además, ha demandado en todos los terrenos la publicación de un “cronograma electoral” que incluye las regionales, y en la consulta popular del 16 de julio solicitó a los venezolanos respaldar su petición de “elecciones libres”. Participar en elecciones, entonces, ni desconoce el “mandato” del pueblo, ni vulnera la hoja de ruta trazada por la oposición.
“Mandato” que, igualmente, puede ser leído de distintas maneras. En una marcha, participan decenas o centenares de miles de personas. Por la consulta popular se activaron casi 8 millones de venezolanos. Al frente de una manifestación, la oposición no puede entrar en Caracas. Con el voto se instaló en El Valle, Catia y 23 de Enero. A pesar de abusos e iniquidades, la gente cree en el poder del sufragio.
Y se entiende que la oposición trate de llevar la lucha al terreno electoral. Aunque nació con el objetivo de ser una instancia de conducción política, la Unidad es sobre todo una plataforma electoral que ha cosechado sus mayores éxitos en las urnas. Una coalición formada por partidos políticos con votos, no un ejército con fusiles.
La Unidad puede “controlar” en alguna medida una salida que pase por lo electoral. Cualquier otro escenario se le escapa de las manos. Puede influir en la comunidad internacional, pero no maneja sus tiempos ni decisiones. Tampoco podría –a esta hora- coordinar una acción de la Fuerza Armada. Así las cosas, el voto no solo es un elemento “fundamental” y un factor de “movilización”, sino que es lo único que en este momento tiene la oposición.
El gran promotor de la abstención en Venezuela tiene nombre y apellido: Nicolás Maduro. El régimen chavista eliminó el revocatorio, suspendió las regionales, evitó el consultivo y se inventó unos comicios este 30 de julio que solo han servido para destruir los vestigios de la credibilidad del sistema electoral. Aunque utilice las postulaciones para sembrar cizaña e intrigas, el oficialismo hará todo lo que esté a su alcance para torpedear la participación de la oposición en cualquier elección. Prohibir el uso de la tarjeta de la MUD en siete estados apunta en ese camino.
La oposición no puede cerrarse vías. De eso se encarga el gobierno. Está claro que Maduro no admitirá la celebración de un proceso que le llevaría a perder casi todos los estados del país. Si la oposición no se postula, le facilita el “trabajo” en agosto. Que el régimen chavista se ocupe de aplazar nuevamente o de liquidar la elección, cargando con el costo político de esa maniobra.
La “elección” de la Constituyente el 30 de julio no fue una elección. Más allá de cuestionar el hecho de que la iniciativa presidencial violentaba la Constitución –razón suficiente para repudiarla – el establecimiento de unas condiciones que le garantizaban al régimen chavista la mayoría de la Constituyente, hacía imposible participar en un proceso viciado desde su origen.
Siempre se dice: “si el chavismo pierde 20 gobernaciones, nombra 20 ‘protectores’ paralelos y listo”. Pero si es tan fácil, ¿por qué no lo hizo en diciembre? Quizás porque no es tan sencillo. Esa elección regional debería ser asumida por partidos y candidatos como parte de la rebelión popular que pretende conquistar el cambio político en el país. No sería una “elección” más, ni una campaña para cargar bebés, abrazar viejitos y repetir las promesas de siempre, sino un acto de desobediencia civil para impulsar la recuperación de la libertad en Venezuela.
Expuestos estos puntos, se vuelve al primero. No hace falta agotarse en debates extemporáneos, sino enfocarse en responder la pregunta: ¿qué hacer ahora? La Constituyente abre una nueva etapa. Nadie sabe si volverán a celebrarse elecciones en este país. Antes era posible “sentarse” a esperar los próximos comicios, pero ese tiempo ya pasó. El voto es fundamental, como lo ratificó el triunfo de 2015, pero los hechos también demostraron que no es suficiente para avanzar. En el fondo, ese es el gran reto de la Unidad. Desplegar toda su fuerza para obligar al régimen chavista a aceptar el retorno a la Constitución, la democracia y el voto.