Por: José Rafael Herrera
Quien escribe estas líneas quisiera ofrecer, por anticipado, sus más sinceras disculpas a todos los pacientes lectores que, semana a semana, tienen la cortesía de leerlo. No debería perder su tiempo ni, mucho menos, el de sus invaluables lectores, con cuestiones de menor importancia respecto de la tremenda crisis orgánica que padece la población venezolana. Debería, por tanto, centrar su atención en aquellos asuntos menos subordinados que conviene atender puntualmente, a los fines de contribuir en algo con su comprensión y -‘quo est in votis’- su pronta recuperación. No obstante, hay momentos en los cuales, como dice el poeta, “remedios obliga”. Y -¿quién sabe?- quizá cuando en el país cambien las cosas para bien se logre, por lo menos, disipar un poco el espesor de una de las más repugnantes miserias humanas, una de esas plagas que tanto daño les inflige a los pueblos: la mediocridad. Por lo cual, y después de todo, es posible que las presentes líneas no se alejen demasiado del propósito de interpretar este menesteroso presente y, con ello, de propiciar ideas y valores para la re-creación de un mejor país, poblado de mejor gente y, sobre todo, pleno de mejores promotores del intelecto.
Decía Hegel que “ser spinocista es el punto de vista esencial de toda filosofía”. La filosofía de Spinoza, en efecto, es una invitación continua a sumergirse en el “mar uno de la eternidad”, a despojarse del fulgor de las pasiones, de los odios, las intrigas y los resentimientos, mediante la entrega al estudio y conocimiento adecuado de “el bien verdadero”, único modo de conquistar, ‘sine ira et studio’, el “bien supremo”: la verdad, comprendida por el gran pensador holandés como la “norma de sí misma y de lo falso”. El mal no es más que eso: inadecuación de lo verdadero, crasa ignorancia que se resume en una conocida expresión: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. La malandritud depende del grado de inadecuación del saber verdadero que se posea. El grado de conocimiento que se tiene coincide con el grado de maldad que se posee. Y es ese el tipo de ignorante que se concibe a sí mismo como todo un ‘sabio’.
Desde la perspectiva exclusivamente física, el profesor Eduardo Vásquez es un hombre de elevada estatura. Tanto es así que, en otras épocas, los estudiantes de filosofía le llamaban “platanote”. No obstante, sus prejucios, soberbia y prepotencia, rebasan en mucho su -ya desgastada por la edad- complexión corporal. Vásquez es, de hecho, uno de los pilares fundamentales de la difusión del resentimiento social en las universidades venezolanas, ese resentimiento que tanto daño le ha hecho al país y que, sin embargo, tanto ha contribuido en la formación de algunos de nuestros actuales gobernantes. Todo un ejemplo, un auténtico modelo de inspiración e imitación. Hace pocos días, este profesor que se pasó la existencia escribiendo, una y otra vez, ensayos que le permitieran a los estudiantes ‘entender’ la filosofía de Hegel, por supuesto, sin lograr su cometido -y cabe advertir que no ha sido precisamente Hegel el responsable de tanta frustración-, escribió en un conocido periódico un artículo que, una vez más, da cuenta de su legendaria mezquindad y de la mediocridad que acompaña a cada una de sus publicaciones. El artículo lleva por título: “Indigencia”.
Es probable que Vásquez lo sepa. Pero -¿quién quita?-, por si algún “platanote” de esos que abundan en el presente ‘Estado de Naturaleza’ no lo sabe, será conveniente advertir que la expresión indigencia tiene su raíz, nada menos, que en la indigestión. En efecto, indigencia es palabra que proviene del latín “in” (no) y “digerere” (disponer). Quien no dispone es un indigente, pero un cuerpo que no puede asimilar o disponer de los alimentos que consume es un indigesto. Y, de igual modo, quien no puede asimilar las ideas sufre de indigestión mental. Este parece ser el caso de nuestro aislado “intelectual”, quien sostiene que en Venezuela no existe ni crítica ni análisis de lo que se publica, cosa, por cierto, que sólo pone de manifiesto su enorme ostracismo. Y si la “actividad del pensamiento” fuese inexistente entre los venezolanos, como afirma, no tendríamos universidades, ni profesionales, ni intelectuales, ni prensa, ni publicaciones, ni cine, radio y tv, ni redes sociales. Viviríamos en un zoológico, o en el “Madagascar” de Disney. Aquí se discute, y se discute mucho, por fortuna y virtud.
Pero el iracundo profesor, prepotente como siempre, no quiere que se discuta cualquier aspecto o problema del país, no le interesan las ricas discusiones que circulan por diversos medios de difusión, por ejemplo, contra las políticas del régimen, el militarismo, etc. No le importa que se discuta sobre política, economía o cultura. Él pretende imponerle la agenda al país: quiere que se discuta acerca de lo que él y su enorme y resentido ego quieren discutir. El Chávez de la filosofía. Y como quien escribe ha publicado algunos libros y dicta cursos acerca de un tema que él considera que sólo le pertenece a él, o sea, sobre Hegel, entonces pretende que se discuta acerca de uno de los libros de este ‘absoluto e incontrovertible ignorante’, como gusta en llamar al autor de estas líneas. El argumento de fondo que rechaza el patético profesor está contenido en esta -según él- “perniciosa” afirmación, que asumo y reitero: “no es verdad que la dialéctica de Hegel opere según la fórmula tesis, antítesis, síntesis”. La dialéctica se produce entre dos términos opuestos, su ‘lucha a muerte’ y su ‘reconocimiento’. El resto es un ‘tertium datur’. Ni martillo ni ‘martillo del martillo’, como dice Spinoza.
Visiblemente enardecido, sostiene que eso es un disparate, y que en el medio filosófico nacional, al que llama “la sociedad de los intelectuales muertos”, nadie se ha atrevido a responderle. Se equivoca de nuevo, porque no ha revisado la Revista de la Escuela de Filosofía de la UCV, “Apuntes Filosóficos”: “Un apologeta del entendimiento abstracto” se titula la respuesta de quien escribe, y que por respeto a sus lectores no repetirá. Baste señalar que el argumento en cuestión ha sido sostenido enfáticamente por Heidegger, Hartman, Lukács, Kojeve, Hippolite, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas y Honneth, entre otros. Pero para esta suerte de indigesta versión del madagascariano ‘Rey Julien’ de la dialéctica hegeliana todos están equivocados, y nada hemos comprendido acerca de Hegel, porque sólo él -para quien la dialéctica es una suerte de ‘omeprazol’ o bicarbonato de sodio mental- ha interpretado cabalmente a Hegel. Pura indigestión “dialéctica”.
Si se le permite, el autor de este artículo quisiera hacer una última consideración. Vásquez pone en duda la seriedad intelectual de quien escribe y de su maestro, Giulio F. Pagallo. Del primero por publicar, del segundo porque no lo hizo. Esto último es falso. Que Pagallo no tenga tantas publicaciones como Vásquez no significa nada. En filosofía la cantidad no cuenta, sino la calidad. Por eso mismo, una sola cosa conviene rescatar de Vásquez en este sentido. Se trata de una frase que abre su traducción de la ‘Kritik’ de Marx y que, sea dicho de paso, no es suya, aunque lo define cabalmente: “a la gloria del esfuerzo inútil”.