Publicado en: El Universal
El lenguaje paradójicamente devela y encubre el pensamiento, y éste a su vez devela y encubre la realidad. Ambos, lenguaje y pensamiento, son presa de la ideología, retrovirus de creencias y emociones que interfieren el conocimiento. Se suele aceptar que las ciencias naturales gozan de mayor tranquilidad que las sociales para plantear sus conclusiones, porque éstas se refieren al hombre y aquellas a objetos externos a él.
Pero si a alguien se le ocurre, por ejemplo, cuestionar mitos, o plantear dudas detrás del cambio climático o su Juana de Arco, viene la Inquisición. Y en el mundo de la filosofía y la sociología, la violencia es de las categorías políticas y de los fenómenos humanos más interferidos por las equivocidades del lenguaje, el pensamiento y la ideología. Hay tantos conceptos como autores y miles por cada ideología.
Según el sol de medianoche eslavo (y universal), León Tolstoy, la guerra, la violencia, es el Mal. En La guerra y la paz cuenta el horror desde la perspectiva de los soldaditos que morían despanzurrados en el suplicio de la sed, huérfanos en el lodo del campo de batalla. Nada que ver con la elegancia y galantería de los altos oficiales que departían con damas exquisitas en los salones. Para otro ruso que estremeció al mundo, Nechayev, apóstol terrorista -y para Marx-, la violencia es el único bien verdadero para ser libres.
Solemos atribuir la crueldad a factores exógenos al alma y así lo personificaron en un súper poder oscuro, Satanás y sus acólitos. Desconozco mis actos porque “no fui yo”, sino el Enemigo Malo que me pervierte, me empuja al saciar pasiones. En la Edad Media se decía que nos circundaban miles de pequeños e invisibles demonios como mariposas. Si un monje se dormía en la lectura de la Biblia, tenía flashes eróticos en soledad, comía chorizo o actuaba censurablemente, era víctima de conjura externa y sobrenatural.
La crueldad es polimorfa
Luego apareció Freud y desnudó que la violencia, la maldad estaban dentro de nosotros, andaba por las calles en nuestros huesos. Cada minuto hay asesinatos, estafas, atropellos, humillaciones, abusos de poder, violaciones, pedofilia, maltrato infantil, conyugal y a los ancianos, y afortunadamente la sociedad los toma por el pescuezo.
Sería una pesadilla distópica que cada grupo se dedicara a cobrar venganza sobre las correlativas maldades de este mundo. En eso consiste la sempiterna estrategia revolucionaria. Pero la marcha contra la injusticia no se detiene. La Constitución Norteamericana y la Declaración francesa de Derechos Humanos de 1791 crearon el principio universal de ciudadanía, “todos son iguales ante la ley”.
A pesar de eso el posmarxismo quiere fracturar la sociedad en segmentos enconados con falsas causas para confundir gente de buena fe. Lejos de sembrar resentimiento, la democracia, la libertad y la modernidad reducen firmemente la violencia interpersonal como registran las investigaciones especializadas. El reciente Estudio mundial sobre homicidios de la ONU (2019).
Ese documento contribuye a pensar la violencia, por encima de prejuicios, constructos ideológicos, fines políticos y la tendencia posmarxista a promover la abominación permanente. La civilización le gana a la barbarie pero más allá de las campañas de encono, los números, preocupan sobre Centro y Sur América.
Hormona de la sensatez
En contraste con una bajísima media mundial de 6 homicidios por cada 100 mil hab., esas subregiones registran exorbitantes índices de homicidios con 62.1 y 58.6. En cambio los coeficientes de Asia, Europa y Oceanía son de apenas 2.3, 2 y 2.8. En la sumatoria mundial 80% de los asesinados fueron varones y 20% mujeres, lo que pudiera contribuir a desideologizar la controversia. También 90% de los asesinatos los cometieron varones.
Las mujeres no son, salvo en reducida escala ni asesinas ni víctimas de asesinato. Lo humanamente desgarrado es que muchas mueren a manos de sus compañeros, supuestos protectores, especialmente en los países islámicos donde carecen de derechos, auténticos fósiles de las desaparecidas sociedades patriarcales. En 2012 los británicos Catherine Finnerand y Rob Stephenson emprendieron el monumental trabajo de comparar 28 estudios sobre el tema.
Entre sus conclusiones destacaremos que la violencia es el rasgo dominante en parejas homosexuales, incomparablemente por encima de las heterosexuales, y sufren violencia física 45% de las parejas, sexual 31% y sicológica 76%. Un estudio de la Universidad de California Los Ángeles (2013) dirigido por Naomí Goldberg que de 32 mil parejas homosexuales entrevistadas, 72% vivían con violencia recurrente, contra 32% de parejas heterosexuales.
Un tercer megaestudio exhaustivo de dos sicólogas británicas, Sabrina Nowinsky y Erika Bowen concluye que la ferocidad entre parejas homosexuales masculinas se debe al efecto de la testosterona, que dio coraje al homo sapiens para cazar las fieras y alimentar su familia. Por estrógenos y factores evolutivos las mujeres desarrollaron inteligencia emocional ante la fuerza física superior de los machos. Por eso se impusieron.
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