Publicado en Caraota Digital
Por: Leonardo Padrón
Nunca había sido tan difícil ser venezolano. Uno se mueve dentro de la palabra y solo hay dolor y espinas. Nos han apedreado el gentilicio de una manera abrumadora. De tanto gritar patria, con los labios goteando veneno, la dictadura ha roto las costuras más íntimas del mapa. Vaya forma de demoler el alma nacional. Vaya manera de hacernos famosos en el mundo entero. Ya no sabemos de autoestima ni confianza. La esperanza supura sangre en sus bordes. Algunos aseguran que ya no puede ser peor, pero en realidad sabemos que la cebolla tiene aún capas más oscuras. El país avanza a pie firme en su proceso final de destrucción. El régimen argumenta que es una potencia, un orgullo, un hito, mientras asesina y encarcela puñados de gente. Proclama el advenimiento del paraíso terrenal y en simultáneo nos convierte en éxodo. Habla de emancipación mientras arruina cada metro cuadrado del país. Dice abajo el imperialismo y se eleva el hambre. Grita “prohibido el odio” y lo que se escucha es “viva la venganza”. Cada rodilla en tierra significa bienvenidos a la sumisión. Si el régimen fuera sincero promocionaría una franela que dijera “Patria o muerte del opositor”. Y otra que rece: “Todos somos Venezuela, menos el 85% de la población”. Repudia las sanciones y eleva las persecuciones. Ha descubierto que en nuestra soberanía alimentaria también caben Rusia, China y Cuba. Y tú, camarada, recuerda que revolución es amor, denuncia a tu vecino, entrénate para una guerra que no existe. A los escépticos se les advierte: “Los 15 motores de la economía existen. Tenemos las pruebas”. En las arengas revolucionarias triunfa un eco que dice: “Que vivan los estudiantes, pero solo los nuestros”. En fin, todo es paradoja y cinismo. El país es ya una contradicción insostenible.
Nunca había sido tan difícil ser venezolano, repetimos. Pero tampoco jamás había sido tan necesario. ¿Acaso nos queda otra opción distinta a insistir, a pesar de sentirnos tan desvalijados? ¿Tan huérfanos de lideres? En este desierto que nos ha tocado atravesar, el sol quema cada vez más. Es cierto. Pero ningún pueblo entrega su alma por completo. Siempre hay un punto de redención. Exánimes, casi sin aire, debemos reinventarnos dentro de la tragedia. Sin duda, no bastan las palabras y su perfume engañoso. Se necesita un plan, una estrategia, una revisión de la tormenta. Se impone la táctica de reaparecer luego de la demolición. Ya solos no podemos. Quedó claro. No sabemos lidiar contra la barbarie. No somos tan primitivos. El mundo ha girado su rostro hacia nosotros y su estupor es absoluto. Cada día se suma un nuevo país que condena la dictadura de Nicolás Maduro. Nos hemos vuelto un problema en el hemisferio. Vivimos entre el límite y la exasperación. Sin un milímetro de solemnidad, nos queda la exigencia de la resurrección. ¿Cómo se ejerce esa palabra? ¿Dónde está su clave maestra?
Desde la urgencia hacemos señas. Desde el borde. Venezuela merece una nueva oportunidad. Construirla es la inmensa tarea que nos toca.
Después del dolor, la vida.
La urgente necesidad de cambio