Por: Jean Maninat
La idea del socialismo siempre ha rebotado, desde el siglo pasado, por la historia política del país. Fue una noción algo exótica para un país que había vivido cerrado bajo llave hasta la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935. Acogida y promovida por los jóvenes más formados o brillantes que emergieron con la generación del 28, tuvo un impacto determinante en su formación política e intelectual. Muchos de estos muchachos idealistas y con una inclinación a la izquierda, tenían una denominación de origen controlada que compartían mayoritariamente: provenían de medios sociales acomodados e ilustrados, y algunos de ellos eran unos connotados retoños de la alta burguesía. Es cierto que se ha tendido a caricaturizar este aspecto, sobre todo cuando los diversos proyectos reformistas, especialmente AD, empezaron a copar la imaginación popular. Pero el brote iniciático del pensamiento de izquierda calentó más de una cabeza bien puesta. La pasantía de Rómulo Betancourt en el Partido Comunista de Costa Rica, ha sido un tópico frecuentemente visitado por los historiadores y por quienes fueron sus contrincantes personales.
Con el extravío de la lucha armada en los años 60, la izquierda se fue aislando cada vez más del sentir y necesidades reales de la sociedad. Encallada en sus quiméricas proyecciones se fue consumiendo en jirones de siglas vacías de calor popular, mientras un nuevo país se abría paso, no sin dificultades, con un vigor hasta entonces inusitado.
Pero sus principales líderes, ya que la lista es larga vamos a acotarla a dos nombres: Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, tuvieron el suficiente tino político para enderezar el rumbo y abrir un espacio nuevo para un ensayo de socialismo democrático: el MAS. Luego, poco a poco y a regañadientes lo que quedaba de aquella izquierda se fue integrando al “sistema” y adquirió su cédula de identidad democrática.
Fue una contribución importante para la democracia venezolana, que luego se agotó en contiendas interminables por imponer unas determinadas señas de identidad ideológica sin nunca cuajar electoralmente.
La irrupción del socialismo del siglo XXI de la mano de su caudillo, ha querido presentarse como una aportación original a la marcha de la izquierda. Pero a contracorriente de la historia, y de una gran parte de quienes se reconocen en la tradición del socialismo democrático y gobiernan actualmente con éxito sus países, significó un retroceso mayor, un zambullido en las aguas cenagosas del populismo, el militarismo, el autoritarismo excluyente e intimidatorio y un desprecio absoluto por la cultura y la convivencia civilizada.
En Chile, la Concertación gobernó por veinte años, los últimos dos períodos con presidentes provenientes del Partido Socialista a la cabeza: Lagos y Bachelet, y una profusión de ministros de otros partidos de izquierda. Hubo alternabilidad democrática, crecimiento económico, mayor inclusión y se fue tejiendo un nuevo tipo de convivencia política moderna y civilizada. Hay un descontento que toma la calle, porque estando mejor se puede exigir más.
En Brasil, después de atravesar un espinoso camino electoral digno del Sertão, Lula logró convencer a extensos sectores de la sociedad de que apostaba por la democracia y la inclusión social y no por partirle el espinazo al capitalismo y la burguesía. A pesar de la corrupción que ha venido mermando la credibilidad de su sistema político, el país, bajo la gestión de la presidenta Rousseff, sigue avanzado hacia una modernidad democrática e inclusiva.
Y Uruguay, gobernado por un Frente Amplio de izquierdas, y con un presidente, Mujica, que empuñó las armas y sufrió condena, ha logrado crecer económicamente e incrementar la inclusión social, respetando la democracia, tranquilo y sin realizar inútiles desplantes revolucionarios, mientras cabalga entre dos gigantes vecinos e irritables. Es una sociedad que prospera.
Otra cosa es una política exterior sustentada en un pragmatismo extremo e intereses de corto plazo.
A la rara especie del socialismo del siglo XXI criollo, se le va la vida en niñear a ver quien se parece más al líder difunto y a permitir con indolencia que el país se haga trizas. Ahora pretenden desviar con desplantes el creciente descariño popular y a tratar de desmantelar, a toda prisa, los espacios de libertad que le quitan el sueño. Son los coletazos peligrosos de una especie socialista en extinción.
@jeanmaninat
Muy acertado este articulo