Cuando niños, todos participamos en un acto escolar, hicimos un ensayo de una página a doble espacio y con buena caligrafía, escribimos versos o dibujamos una colorida pieza a colocarse en la cartelera. Los maestros concedían a la fecha la máxima relevancia. Todo ello para conmemorar el hito más importante de nuestra historia. Era una emoción gigantesca. Cuantas neveras familiares tuvieron en sus puertas un dibujo infantil patrio. Estoy segura que si curucuteara en las muchas cajas en las que está archivada casi toda mi vida, encontraría una o varias hojas en las que mi cerebro infantil plasmó mi personal modo de homenajear a nuestro país. Y alguna medallita o un mini diploma, uno de esos premios que para los niños son cruciales y que recibí en mis tiempos de escuela primaria, debe estar envuelto en papel de seda.
El 5 de julio es el cumpleaños de Venezuela. Es la fecha que nos dice qué edad tenemos y qué nombre nos identifica. Sí, en primera persona del plural. Esa fecha quedaba en nuestro precario “nosotros”. Todo lo que ocurrió el pasado 5 de julio hizo añicos ese “nosotros”. Los discursos de los altos funcionarios del régimen fueron panfletos. Carentes de sentido común y de sentido de nación. Nada que agregar al portafolio intelectual. No hubo respeto al saber, al conocimiento, a la historia, al “nosotros”. Un discurso que valga la pena escuchar tiene que exhibir una condición fundamental: que a la audiencia la convierta en mejor. Pero lo que se nos obligó a escuchar a los venezolanos fue un compendio de arengas, una equivocada y aburridísima retahíla de bobadas.
Cuando yo era niña, había un individuo horroroso que hacía cosas terroríficas. Lo llamaban “El Chino”. Ataba perros a la parrilla de su moto y los arrastraba. Entraba en tiendas y establecimientos comerciales y se tocaba sus partes privadas. Y se presentaba en fiestas de cumpleaños y junto con sus malandros amigos destrozaba todo. Un vándalo, pues. Ese individuo, ese tercio, hace varias décadas preludió la Venezuela que tristemente habríamos de tener en 2017, una nación sin nosotros, los restos de un país que llegó a serlo porque muchos para construir ese nosotros ofrecieron sus vidas.
El 5 de julio de 1811 los hombres y mujeres de época se vieron en espejos y entendieron que ya no eran españoles. Quisieron ser un país, una nación. El acta que se guarda es nuestra partida de nacimiento. El 5 de julio de 2017 la bandera tricolor ondeaba torcida entre los monolitos en el Paseo Los Próceres. Mal presagio. Augurio de lo que habría de los pecados que mancharían nuestra historia. Unos individuos, con sus decires en discursos vergonzosos y actuar delincuencial, arrasaron con la elegancia, prestancia y del cumpleaños.
No lo dirán (porque no pueden), pero sé que cuando el vicepresidente Ejecutivo y los altos oficiales militares entraron en el espacio del Palacio Legislativo los diputados, los empleados del parlamento y muchos de los periodistas que allí se encontraban pensaron (temieron) que se produciría un golpe de estado. Que harían una declaración carujana. Pero ello no ocurrió.
La sesión especialísima tenía como Orador de Orden nada menos que a la señora Inés Quintero, historiadora de brillo propio y verbo preclaro que en modo alguno basaría su discurso en una desencajada colección de idioteces. Con su permiso y venía, la tuteo. Inés es una venezolana de esas que nos hincha el pecho de honra. Una mujer de cerebro desarrollado y sentimientos confiables, que además en cada vez que la ocasión se lo permite intenta convencernos que Venezuela es mucho más que la acumulación de gritos de oportunistas. El régimen privó a todos los venezolanos de nutrirnos intelecto y alma con las palabras de una historiadora que intentaba hacernos entender que existe un “nosotros”.
Más allá de la tristeza del asedio al Palacio Legislativo, de los heridos, del daño físico a un espacio que es patrimonio nacional, queda grabado en nuestras retinas y memorias la destrucción del cumpleaños. Me preocupa que “el chino”, figura terrorífica de mi infancia, sea lo que los niños terminen poniendo en sus composiciones y dibujos en futuros 5 de julio.
Los firmantes del Acta de 1811 deben estar horrorizados. Jamás pudieron imaginar que esa Venezuela que fundaron se convirtió en una tierra en la que un individuo que llaman “cabeza e’ mango” sea el venezolano que nos marca la vida y el futuro.
Fue un cumpleaños triste. Quedamos con las ojeras mojadas.
Ya va como para veinte años de columnista certificada tanto en el prestigioso periódico venezolano “El Universal” como el el vespertino “Notitarde”. De tanto y tanto que me he perdido, culturalmente, de la vida honrosa de esta gran mujer. Linkedin me informa su perfil porque el solo hecho de tropezarme acá con una joya de artículo de su autoría, me he visto forzado a indagar, ya que no puedo seguir conociendo sin saber que otras grandezas de formación y experiencia la han acompañado y de paso como comunicadora social e intelectual de sentimiento las ha difundido… y yo, sin saberlo. Mala suerte de algunos simples mortales. Larga vida Soledad¡¡¡