Crónicas Marxianas (II)

Por: Ibsen Martínez

 Dependiendo de  los resultados del 8D, bien podríamos   estar aún más cerca de ser el primer caso registrado en la Historia en el que una  fracasada y empobrecida isla en la que impera una de las últimas anacrónicas tiranías  comunistas del planeta, se apodere de definitivamente de Venezuela.

Me he propuesto compartir con los lectores de Tal Cual todo lo que, en el curso de años, he logrado acopiar y trasmutar en genuina abominación de las ideas colectivistas,  incluyendo aquellas que se ofrecen como más moderadas. Es decir, mi desprecio alcanza ahora hasta los llamados socialdemócratas.

 A estas alturas de mi vida me he convertido en un irreductible escéptico  de toda idea filantrópica y solidaria: opino que la preocupación por los pobres de la tierra está mucho mejor en las novelas de Charles Dickens que obrando políticamente en el mundo real, donde lo único que ha  traído consigo han sido bárbaras formas totalitarias de despotismo.

La del domingo 8D son elecciones tan cruciales que, justamente por ello, el asunto de esta crónica es el Manifiesto Comunista que, en febrero pasado, cumplió 165 años de haber estallado y   cubierto, a partes iguales, de entusiasmo a gran parte de la moderna consciencia occidental y de desgracia a centenares de millones de vidas humanas.

2.-

Originalmente le fue encomendada su redacción a Friedrich Engels quien, como era usual en él, hizo un buen trabajo, sólo que demasiado apegado a la solicitud cursada por la entonces muy temida Liga de los Comunistas. Querían un texto para obreros casi iletrados: algo didáctico y sencillo.

Corría el año 1847 y Europa se aprestaba  para una revolución que, al cabo, nunca fue. A fines de aquel año, Marx y Engels, que estrenaban una amistad que habría de durar todas sus vidas, se reunieron en Ostende, en la provincia flamenca de los belgas, para discutir planes, de cara a un inminente congreso de la Liga de los Comunistas.

Fue Engels quien propuso a Marx la idea de una Glaubenshekenst – palabreja alemana que significa algo así como “profesión de fe”– que Marx juzgó cosa secundaria y no del todo urgente. En consecuencia, Engels redactó la primera versión en forma de catecismo.

Tenía venticinco preguntas  con sus respectivas respuestas: una prefiguración dogmática.  La primera pregunta era, naturalmente , “¿Qué es el comunismo?” Respuesta: “El comunismo es la doctrina de las condiciones para la liberación del proletariado”.

Marx halló tan  ridículo el documento que, gruñonamente,  dijo a Engels “hazte a un lado, huevón” y  se decidió a escribirlo él mismo y, como suele decirse, “el resto es historia”.

3.-

Remito al gran  Sir Isaiah Berlin, insospechable de izquierdismo, y a su jucio  sobre el histórico documento: “ Si el haber convertido en verdades trilladas lo que antes habían sido paradojas es un signo  de genio, Marx estaba ricamente dotado de él”.

El Manifiesto, señala a su vez Saul Padover, uno de los más consumados biógrafos no-marxistas de Marx, añadió un elemento nuevo y, sin duda, funesto, al movimiento revolucionario: la conjunción de la idea de conflicto irreconciliable y el odio de clases. Hasta aquel momento, los socialistas tendían a ser humanistas y utópicos.  Con el Manifiesto, Marx también declaraba la guerra a todas las formas moderadas y gradualistas de socialismo.

“Con el Manifiesto– afirma Padover– Marx dotó a los comunistas de una argumentación contra el mundo civilizado”.

Creo que es buena la ocasión para recomendar, una vez más, la lectura del libro de Isaiah Berlin sobre Karl Marx. No le hará daño al lector, sobre todo si es de ideas liberales y democráticas

4.-

Y ahora, un cuento que protagonizan mi difunto viejo y  el Manifiesto.

Ocurrió en los llanos orientales venezolanos, en un campamento petrolero, anexo a la refinería de parafina de San Roque que todavía está allí. Muy cerca corría un oleoducto. Corrían también los años sesenta del siglo pasado.

Mi viejo era empleado administrativo del campamento y, en general,  tenía mala opinión de los gringos. También de los comunistas que, por entonces, intentaban repetir en Venezuela, sin éxito alguno, igual que en otros de nuestros países, la aventura guerrillera de la Sierra Maestra.

Muchos jóvenes universitarios de todo el país se unían las células armadas con más estruendo que victorias militares. Menudeaban actos violentos,  llamados “ de propaganda armada”.

De los comunistas venezolanos pensaba mi viejo que no llegarían a nada por culpa del espíritu nacional: la improvisación,  la mamadera de gallo, la piratería característica de nuestros compatriotas, etc. Comparados con el Viet Cong – al que sí respetaba– , los comunistas criollos eran para él unos vociferantes chambones. De los gringos repetía algo que atribuía, con razón o sin ella, a Ortega y Gassett: “Sólo son bárbaros con técnica”.

Mi viejo tenía la única biblioteca del campamento. A la hora del almuerzo, papá solía apartarse de todos y, ostensiblemente, masticaba su sánduche leyendo algún libro de Bertrand Russell, a quien admiraba sin reservas.

En una ocasión, al suscitarse una conversación con unos gringos sobre la guerra de Vietnam, o las guerrillas locales estimuladas por Cuba; en fin, sobre la “amenaza roja”, a papá le dio por escandalizar a los bonachones geólogos venidos de Oklahoma soltando el russelliano “better red than dead”: “Mejor rojos que muertos”

Una madrugada ocurrio una tragedia. Unos chicos, ¿de la Universidad de Oriente?, quisieron hacer volar con dinamita una sección del oleoducto en funcionamiento. Lo hicieron con tal desmaña que uno de ellos solo consiguió morir abrasado por una infernal ola de crudo inflamado, una bocanada de gas incandescente. El suceso consternó a todos en el campamento.

Muy preocupado, míster Hatch, jefe del campo, vino una noche a hablar con papá. Lo encontró leyendo en el porche.

—  Oiga, Martínez – le preguntó sin rodeos–,¿tendrá usted entre sus libros el “Manifiesto Comunista”?

—Seguro, creo que tengo un ejemplar. Si quiere se lo presto.

—  No; no es necesario. ¿Lo ha leído usted?

—  Alguna vez. Pero hace muchos años.

—  Entonces tal vez pueda responder a una pregunta.

—  A ver.

—  Según ese manifiesto, ¿qué viene después de la voladura de oleductos?

Papá meditó su respuesta. Al cabo, le dijo:

—  En algunos países les da por freir gringos ignorantes. Pero no se preocupe; los comunistas de por aquí son todos unos charlatanes amateurs. Usted no tiene nada que temer.

Hoy día, sin embargo, las cosas han cambiado, amigo lector: los charlatanes amateurs son obedientes lacayos cubanos.

Si no ganasen los candidatos de la Unidad, las cosas podrían resultar a corto plazo muy distintas a como las juzgaba mi padre en 1965.

 

@SimpatíaXKingKong

 

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