Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Volvió Juan Guaidó no solo sin una sola traba sino, por el contrario, con un tratamiento, desde el aeropuerto de Maiquetía a las plazas de todo el país, que pocos imaginaron tan colosal. Tan masivo y cálido, épico. ¿Cómo fue posible que nuestro feroz gobierno, que acababa de quemar medicinas y asesinado pemones, dejara pasar libérrimamente, sin dar siquiera una razón para salvar la cara, a semejante sujeto que lo ha batido en todo terreno y que con seguridad será su enterrador? Todos nos lo preguntamos.
Por allí oí decir que la decisión inquebrantable de algunos importantes embajadores de acompañar al Ulises criollo, eco de la enardecida condena internacional, fue decisiva para evitar algunas medidas destinadas a “mantener la dignidad del poder”, como retenerlo por unas horas o en opinión de los más radicales hasta por una noche. Algo así como el intento fallido de esposarlo de los agentes del Sebin en pasada ocasión, interrumpido quién sabe por qué y por quién. Se decidió por “no pararle bola” (Maduro). Por lo pronto porque probablemente le iban a echar más leña al fuego ya bastante extendido ese día por aquí y por allá.
Haber tomado medidas, cónsonas con sus reales deseos (omito los más torvos), exiliarlo o encarcelarlo sin juicio y sine die habría sido llevar al país a un enfrentamiento incalculable, porque el caballero ha levantado un sentimiento tan extendido de credibilidad y de afecto, con muy pocos precedentes, si los hubiese (Chávez incluido que, hasta en sus momentos de mayor popularidad, también segregaba masivos odios incontenibles). Y usted imaginará la ola que hubiese levantado fuera del país y las muy peligrosas respuestas, en parte ya anunciadas. Ni una cosa ni otra soportables por un gobierno en terapia intensiva y con las defensas en cero.
La entrada de Guaidó es producto del miedo de la jauría, no hay duda. Pero también de una estrategia bastante desesperada. Se necesita de una oposición que no ha tomado el camino de la violencia con la cual negociar una salida. La menos mala en todo caso. Irnos por una negociación, ¿no hay medio mundo pidiendo vías de paz y legalidad, hasta la ONU? Que no se ensañen con nuestros delitos, que nos prometan un futuro político aunque sea lejano, el socialismo del siglo XXII. Que crean en la reconciliación de los venezolanos, que en el fondo nos queremos tanto. ¿Cómo es que es esa ley de amnistía, Jorge? Porque a plomo no vamos a salir de esta, ¿verdad Padrino? Nada, paz es la consigna y, si acaso, presos para cambiarlos. Y al que se pueda que los malandros le den la suya, sobre todo a los traidores.
Verdad es que Maduro tiene poco que ofrecer, además de cesar la usurpación. Pero sí una carta invalorable: tiempo. Voces muy nuestras y muy lúcidas advierten sobre los horrores que se multiplican cada día en el país y su enorme costo en vidas y dolor humano. Yo no sabría decir cuánto y a qué ritmo podemos caer, después de haber caído tanto, pero pareciera ser mucho, no solo porque faltan producción, divisas, servicios primordiales, seguridad, y crecen las migraciones, el deterioro institucional… incesantemente más y más, camino del infierno, sino porque el gobierno es incapaz de detener mínimamente el alud y se niega incluso a reconocerse en emergencia y aceptar ayuda. He allí entonces una tarea primordial. Necesitamos actuar ya, no bastan las palabras, las acciones simbólicas. El ritmo de nuestras gestiones tiene que ser la premura extrema, aumentando las presiones de todo tipo para sacar a Maduro o buscando alguna fórmula transaccional. O marchando hacia ambas salidas a un tiempo.
Claro hay que dejar un espacio para atender y prevenir lo más monstruoso, la guerra en cualquiera de sus formas. A veces aparece como los terremotos.
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