Por: Sergio Dahbar
Es hora de volver sobre un pensador que siempre nos hace reflexionar acerca del lugar que ocupamos en el mundo.
Hace algunos años compartí con los lectores mi fascinación por El cisne negro (Paidós, 2008), del escritor libanés Nassim Taleb, quien analiza datos de la realidad a través de un enfoque inusual y desconcertante.
Recordemos que Taleb es oriundo del Líbano (hijo de las culturas musulmana, católica y ortodoxa), pero se educó en Estados Unidos (Escuela de Negocios de Wharton, Pensilvania).
Se especializó en ingeniería del riesgo: da clases en el Politécnico de la Universidad de Nueva York.
En El cisne negro desarrolló la idea de que este mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable.
Taleb trabaja sobre dos variables: oportunidad e incertidumbre. Leamos sus ideas: “Casi ningún descubrimiento, ninguna tecnología destacable, surgieron del diseño y la planificación: no fueron más que Cisnes Negros…
Hay que reconocer las oportunidades cuando se presentan y juguetear con ellas”.
Recordemos qué es un Cisne Negro: un suceso de la realidad que es extraño, que posee un impacto tremendo y que luego de que ocurre suponemos que es previsible. La obra de Taleb es un atentado contra la sabiduría convencional. Porque el mundo se ha vuelto complejo.
Y ahora Taleb regresa con un nuevo libro, que ya ha sido traducido al español por Paidós ibérica (Planeta): Antifragilidad. En este volumen se pregunta cosas como esta: ¿Cómo enfrentarse a los peligros que plantea la proliferación de incertidumbre y volatilidad que generan tal número de cisnes negros en la realidad? Y responde: Nuestras vidas públicas y privadas (sistemas políticos, políticas sociales, finanzas, etcétera) no deben ser vulnerables frente al azar y el caos, sino realmente “antifrágiles”. Deben estar listas para sacar provecho o para beneficiarse del estrés, de los errores y del cambio. Y apela a la Hidra que generaba dos cabezas nuevas cada vez que le cortaban una. He allí una idea polémica.
Al eliminar el azar y la volatilidad, “hemos fragilizado la economía, nuestra salud, la vida política, la educación, y casi todo el resto de las cosas”. Sus metáforas afloran del sentido común: al “impedir sistemáticamente que se produzcan incendios forestales para estar seguros, hace que uno importante sea mucho peor”.
Los esfuerzos verticalistas para eliminar la volatilidad (el intento de la Reserva Federal de solucionar las fluctuaciones económicas inyectando dinero barato en el sistema) hicieron que las cosas sean más frágiles.
El tratamiento excesivo de una enfermedad conduce al error médico, del mismo modo que el apoyo estadounidense a los regímenes dictatoriales “por el bien de la estabilidad” en el extranjero llevan al “caos después de una revolución”. Así no más.
¿Por qué leer a Taleb? Por razones que ya quisieran compartir otros pensadores. Discute teorías provocadoras que obligan a mirar el mundo como si fuera la primera vez.
Llama a la reflexión sobre los límites de la razón todopoderosa. Se pregunta si lo pequeño podría ser menos frágil que lo grande (una verdad tan cierta para animales como para organizaciones). Y contrasta el conocimiento práctico (sentido común de la gente de a pie) con el saber académico.
Taleb es un iconoclasta, y como tal piensa la realidad cotidiana: ¿Por qué “tuvieron que pasar cerca de 6.000 años” entre la invención de la rueda y la invención de la maleta con ruedas? Y después apunta contra un tema caro al consumismo: ¿Por qué la gente gasta dinero en comprar teléfonos móviles nuevos con pequeños cambios, la mayoría estéticos? Su respuesta: la sociedad contemporánea sufre “neomanía” (“el amor por lo moderno sólo por el hecho de serlo”).
Ser controversial y no pagar las consecuencias es muy difícil. Taleb ha sido cuestionado por periodistas y académicos, porque no ha editado suficientemente este libro, por ser extremadamente discursivo, por sufrir de un trastorno de déficit de atención al saltar de un tema al otro sin ninguna lógica expositiva, etcétera.
Hay que leerlo y después sacar conclusiones. Lo cierto es que nos ayuda a comprender un mundo que se ha vuelto demasiado azaroso e incierto, donde ya nadie sabe dónde está parado.