Por: Axel Capriles
Las noticias son inquietantes desde cualquier perspectiva. En petróleo, en criminalidad, en deterioro social, en no importa qué aspecto de la vida venezolana analicemos. Las unidades de procesamiento de crudo en las refinerías están paralizándose y aumenta la importación de productos refinados para el consumo interno. Pdvsa no puede generar divisas suficientes para cubrir ni siquiera sus propios compromisos, menos aún las necesidades de toda la nación. Los ataques al crimen organizado no hacen sino destapar su verdadera penetración e influencia. El gobierno se descubre incompetente ante una inflación que asfixia a 98% de la población y la escasez de medicinas toma dimensión de crisis humanitaria. ¿Si estamos en una condición de precariedad generalizada, por qué nada sucede? ¿Por qué no hay, ni siquiera, manifestaciones y protestas continuadas?
En condiciones normales, por mucho menos de lo que sucede hoy en el país, la estabilidad del gobierno estaría comprometida. La población, contrario a lo esperado, ve y sufre con absoluta resignación la empinada decadencia que nos apaga. Da pena decirlo, pero muchos ven con distancia lo que a los pocos preocupa. Estamos frente al síndrome de aislamiento y escape. Pero es un escape allanado por el aburrimiento. Los jóvenes no siguen el acontecer nacional sino por los titulares en Internet y no van más allá porque la vida colectiva ya poco les interesa. Las noticias son insistentemente superficiales, aburridas. Alguien declara que, con una inflación superior a los tres dígitos, los salarios sufrirán. Y como si hubiera descubierto el Nuevo Mundo, la declaración alcanza un lugar destacado en las noticias. La gente se aburre de luchar y decir lo mismo. El tedio nos penetra mucho más allá de lo que nos damos cuenta.
El momento es particularmente peligroso. El colapso ya no se debe a los fundamentos materiales sino al abandono de la gente. Ya nada de lo que digan interesa. Esa es la técnica cardinal del totalitarismo. El esfuerzo infructuoso de la gente promueve en la población el rechazo privado de la acción colectiva. Es el agotamiento que hace optar por la estampida. Es el triunfo del fastidio y la desidia nuestro verdadero adversario. Robert Michels postuló la Ley de Hierro de la Oligarquía para referirse al triunfo de las ambiciones de poder de los dirigentes que utilizan al electorado para alcanzar la cima, que abusan de la autoridad para perpetuar su influencia. El corolario de la ley es el demócrata decepcionado, el hastío político.
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