Ciudadano Edwards – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

No se muere un magnate de los medios todos los días. Menos uno latinoamericano. Cuando apareció la noticia de la muerte de Agustín Iván Edmundo Edwards Eastman en Chile, a los 89 años, reviví las imágenes de Ciudadano Kane. Es la notable descripción de un hombre rico al que no le importa el dinero, sino ser querido y tener poder.

No creo que al morir el chileno haya mencionado la palabra Rosebud. Pero si había un magnate de los medios en nuestro continente que merecía los ecos megalomaníacos de Charles Foster Kane, era nada menos que Agustín Edwards Eastman, propietario del centenario El Mercurio, el más influyente de Chile. El hombre que criaba faisanes y los bautizaba con nombres de la realeza británica.

Con su muerte se cierra una historia que algún biógrafo tendrá que asumir como reto y desafío. El escribidor que se le mida a este heredero de sangre azul –tiene que haber cerrado los ojos en medio de una enorme soledad- deberá ser capaz de narrar la complejidad que lo definía como mito.

Fue el pater familias que defendió la pureza de sangre de los caballos chilenos; el excéntrico que se jactaba de su biblia Gutenberg original; el botánico que poseía 10 yates estacionados en diferentes puertos del mundo; el potentado que conspiró desde su biblioteca privada contra los argentinos en la guerra de Las Malvinas; el señor que escuchaba música clásica todo el día; el quinto Agustín de su familia desde el siglo XIX.

Agustín Edwards Eastman hubiera podido refrendar el telegrama que envió otro magnate célebre, William Randolph Hearst, a un dibujante que era escéptico respecto a la posibilidad de que Estados Unidos le declarara la guerra a España (1898). “Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la Guerra’’.

Documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos establecen que Edwards Eastman le solicitó al presidente Richard Nixon, y al director de la CIA, Richard Hellms, que apoyaran un golpe de estado contra el gobierno de Salvador Allende.

El Mercurio, según documentos de Peter Kornbluh (el mayor experto sobre Chile de la NSA y autor de varios libros sobre el derrocamiento de Allende), recibió más de $4 millones para apoyar la caída de la Unidad Popular.

Desde 1955, Edwards promovió a una generación para ingresar en la Escuela de Economía de Chicago; creó la Cofradía Náutica del Pacífico Austral (Marinos con ideas neoliberales y ultrafascistas); desarrolló el movimiento El Ladrillo, base de la doctrina del shock económico. En 1973 atentó contra su propio gobierno y edificó una tendencia económica que lo salvó de la quiebra en 1982 y en 1990. En el fondo era un alma sensible, que ordenaba mantener las habitaciones de su finca en 27 grados irreductibles.

Como bien lo anota la periodista Verónica Torres en un excelente texto publicado en The Clinic, había muchos Agustín Edwards Eastman: uno era el empresario que quebró sus empresas y siempre recurrió al Estado para salvar su nombre del desastre. Lo que se puede llamar un neoliberal coherente. Creyente firme de la libre empresa y la meritocracia.

Los salvavidas eran su especialidad. Recibía dinero a un interés muy bajo y gracias a bicicletas financieras nunca pagaba lo que debía; propiciaba el remate de deuda, o la permuta de créditos, o simplemente la recepción indiscriminada de publicidad del Estado.

La única vez que pisé El Mercurio en mi vida coincidió con la 33 Asamblea General de la OEA en Santiago, en 2003. Nunca olvidaré que me llevaron con orgullo patricio a conocer la sala que le habían asignado a los militares para que censuraran el periódico en los años de Pinochet. Era una habitación pulcra y desangelada que daba a un jardín donde no había una sola hoja fuera de lugar. Sentí que era un periódico sin sangre.

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