Por: Carlos Raúl Hernández
Delante de ti tienes fuego y agua, escoge lo que quieras. Delante de cada uno está la vida y la muerte y cada uno recibirá lo que elija. Eclesiastés
El ángel Nicolas Cage enamorado de Meg Ryan, decide renunciar a su condición sobrenatural para convertirse en hombre. Resuelve así pertenecer al mundo: sed, dolor, quebranto, hambre, cansancio, frío, miedo, y enfrentar el estremecedor significado de la muerte, el sacrificio supremo. Es una metáfora de la Navidad en la que Dios Todopoderoso, malhumorado, cuya distancia era tan grande que se le conocía por Yavée, acrónimo de el que no se puede nombrar, siniestro ojo del cielo, decide hacerse débil, enfermizo, mortal, para darle altura a la condición humana. Los “seres de un día” que tanto despreciaban las deidades griegas, reciben la infinita dignidad de que Dios se hiciera uno de ellos, pese a Adán, Eva, Caín, Babilonia, Sodoma y Gomorra. Ninguna otra religión les confirió semejante jerarquía.
Nietzsche dice que el cristianismo es moral de esclavos, sacralización de los débiles, los pobres, la hez, y un obs- táculo para el “superhombre”. Renán piensa en un “vampiro que succionó la sangre de la sociedad clásica”, descompuso e hizo caer el Imperio Romano, aunque parecen haber sido más bien, tal como hoy, el populismo y la improductividad. La matriz cultural dominante de Occidente es la judeo-cristiana, la única que prescribe “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, “todos los hombres son iguales”… “por ser hijos de Dios” y porque Él mismo fue uno de ellos. Ninguna religión rival concebiría eso, ni que “bienaventurados los pobres”, y el Islam no acepta como iguales ni siquiera la mitad de la especie, las mujeres. Por eso Occidente cristiano integra las demás culturas (se “transcultura”), crea la sociedad pluralista, la mejor que nunca soñó ningún utópico y con la globalización la extiende hoy hasta Asia y África.
Los insólitos Evangelios
Documentos de ideas asombrosas, Los Evangelios, asimilan la influencia mosaica pero rompen con la tradición religiosa universal. De sus extrañas declaraciones de amor a enemigos y perseguidores, se engendran acontecimientos históricos que conducen a la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, que consagra los derechos naturales, “inalienables e imprescriptibles”, de cualquier hombre por simple hecho de serlo. Nace así el Estado de Derecho, y la más importante de las creaciones humanas: la democracia representativa. El concepto de ciudadano revoluciona la historia política e iguala los hombres ante la ley, cosa que muchas sociedades no han comprendido plenamente (ni Venezuela). Desgraciadamente grandes historiadores de la cultura, tal vez con la excepción de los dos Weber, no valoraron suficiente la doctrina de Jesús en la construcción del orden civilizado.
Si la Iglesia medieval configura un mundo pobre y feroz, Las mil y una noches, las Rubaiatas de Khayyan nos hablan de un Islam asociado a la riqueza y la libertad, el bienestar. Luego esa pirámide se invirtió. Según Alfred Weber la palabra libertad no existe en ninguna lengua asiática, e incluso en griego el equivalente elheuteria significa libertinaje. Afirma que el primero que la usa en el sentido moderno es Lutero, para defender la “libertad de conciencia”. Superadas la Contrarreforma y el sello de sangre y fuego de la Inquisición, la tolerancia del Cristianismo a la condición humana es única, gracias a Los Evangelios, pero también a San Agustín, uno de los pensadores más trascendentes de la Historia.
Bien dotado
Él desarma un obstáculo al avance de Occidente: las tradiciones mazdeístas que dividían el mundo entre buenos y malos en guerra por siempre, herencia intelectual asiática desde dos milenios a.C y con influencia en el pensamiento vulgar. Agustín razona que, el bien y el mal, lejos de ser fuerzas objetivas, es dentro de cada hombre, cada ser individual, en las profundidades del alma, a cada instante, donde se enfrentan. Lo había sugerido la religión egipcia. Osiris, portero del otro mundo, tenía una balanza y pesaba sutil las diversas partes del corazón de los muertos, para determinar qué predominaba. Agustín se adelanta mil seiscientos años a Freud que narra la batalla entre el subconciente y el inconciente. Por lo tanto, dice Agustín, todo hombre es éticamente dual, peca. No se puede ser ciego a las debilidades mortales.
Todo hombre es virtuoso y e inicuo y ese es punto de partida de una civilización que se basa en la convivencia y el perdón, en que “quien esté libre de culpa, lance la primera piedra”, … “no llamo a los justos sino a los pecadores”. Él había sido maniqueo, pero además, de vida desordenada. En las extraordinarias Confesiones, -contra lo que se puede suponer, un libro apasionante-cuenta sus aventuras de estudiante en Cartago. “… Pequé al buscar alegría, elevación y verdad no en Dios, sino en sus criaturas”, prostitutas, bailarinas y compañeros de tragos. Mujeriego, bebedor, comelón, con fama de “bien dotado” (alguien que lo vio desnudo se asombró), a veces ladrón, entendió que el pecado estaba en todos y todos merecían el perdón, a menos que la Iglesia viviera en la mentira absoluta. Su madre Mónica, hoy Santa, le inculcaba ideales religiosos, pero el padre era pagano. ¿Era su madre “buena”, su padre “malo” y su hogar campo de batalla de la confrontación universal? La función de la Fe es que los hombres se aparten de la maldad, el pecado. Y siempre tendrán la oportunidad de hacerlo en la sociedad abierta.