El pasado 29 de abril el alpinista Conrad Anker estaba en Nepal y recibió una llamada telefónica de dos colegas. “Acabamos de encontrar dos cuerpos, están bastante juntos. Llevan mochilas North Face azul y roja, y botas amarillas marca Koflach. Todo el equipo es de aquella época’’, aseguraron.
Habían encontrado dos cadáveres momificados en la nieve. Anker entendió inmediatamente que eran Alex Lowe, uno de los mejores alpinistas de Estados Unidos, y su camarógrafo y escalador, Dave Bridges. Habían desaparecido 16 años atrás (5 de octubre de 1999), día en que un alud barrió las laderas del Shisha Pangma (8013 metros), la decimocuarta montaña más alta de la tierra ubicada en el Tíbet.
Aquel día Lowe y Bridges ascendían con un gran amigo, Conrad Anker, otro escalador respetado que se había convertido en discípulo de Lowe. El destino le perdonó la vida a Anker. Salió del trance con heridas leves. Por dentro, la procesión fue más complicada: no se perdonó jamás haberse salvado.
Cuando Anker trancó el teléfono en Nepal, sintió un alivio. Por fin, podría cerrar el círculo y quizás hacer el duelo necesario que tenía atravesado en la garganta. Por 16 años luchó con una serie de sentimientos encontrados. No entendía cómo su mentor, Alex Lowe, hombre famoso por salvar vidas en lugares imposibles, había muerto en una montaña que era considerada “fácil de escalar’’.
No puedo evitar que venga a mi mente la película 45 años, que recientemente compitió por el Oscar. Británica, dirigida por Andrew Haigh, a partir de un relato de David Constantine, con dos actores de lujo, Charlotte Rampling y Tom Courtenay, cuenta la historia de una pareja que en vísperas de festejar 45 años de casados, reciben correspondencia del gobierno suizo.
En ese momento se revela que 47 años atrás el marido, esquiando en Suiza, perdió a una novia en la nieve. Nunca recuperaron el cuerpo, hasta ahora. Como en el caso de Lowe y Bridges. En ese momento aparece el problema de un duelo no elaborado que 47 años después, como si se tratara de una pelota sumergida, brinca desde el agua y cae sobre los personajes como un mazazo mortal.
Volvamos al Shisha Pangma. Es la más baja de las catorce montanas en la tierra que sobrepasan los ocho mil metros por encima del nivel del mar. Hasta la fecha han fallecido 24 personas intentando ascender esta montaña del Tíbet, incluyendo a Lowe y Bridges, y a otro alpinista, Bruno Carvalho.
Una de las preguntas que se hizo muchas veces Conrad Anker después de aquel suceso en que perdió a dos amigos, fue por qué el alud le perdonó la vida. Lo rozó, pero no se lo llevó. Pasó días buscando los cadáveres, hasta el punto que se obsesionó con el rescate.
Dos años después Anker se casó con Jennifer, la viuda de Alex Lowe. Y asumió la adopción de los tres hijos, Max, Sam e Isaac. La pareja se encontraba en Nepal los últimos días de abril, para supervisar la construcción de un edificio para el Centro de Escalada Khumbu, escuela para formar a nepalíes que trabajan en la montaña.
En 2003 ese centro fue planificado para honrar la memoria de Lowe, montañista que coronó el Everest dos veces y que tenía fuertes vínculos con Nepal y sus habitantes. Su leyenda crecía gracias a su vocación por salvar gente en problemas en las montañas, y porque escaló 16 veces la formación rocosa El Capitán que se encuentra dentro del parque Yosemite, en Estados Unidos.
Las leyes no escritas de los alpinistas sugieren que a veces es mejor no rescatar un cuerpo de la nieve y dejarlo dormir en paz. Nada más en el Everest hay 200 cuerpos congelados. Conrad Anker no pensaba lo mismo. El 5 de octubre de 1999 un alud le robó a dos amigos y le dejó la pesada carga de la culpa sobre sus espaldas. Al enterrar a su mentor, podrá quitársela y descansar.