Cartas sobre la mesa – Fernando Rodríguez

Por: Fernando Rodríguez

El Comandante Eterno nos echó un cuento que comenzaba por allá por los abuelos de Guaicaipuro y terminaba en el cafecito que se tomó esa madrugada. Dos estaciones mayores había en esa larga marcha, si no era una, la vida milagrosa de Bolívar, fundador del socialismo del siglo XXI, y la suya propia, especie de reencarnación de aquella. La prueba tangible de esa transmigración podría ser el retrato del Bolívar mulato. La cháchara era interminable, fastidiosa, mendaz, egolátrica: imposible de digerirla sanamente, solo apta para estómagos de foca. Pero su efecto mayor y más importante era inducir en muchos la sensación de que nuestra historia, charreteras y charreteras de por medio, había logrado que nuestro futuro estuviese ya claramente diseñado: el teniente mandaría por décadas, y, por ende, era seguro que mañana llovería si este lo había dicho. Efímeras ventajas de los déspotas.

Ya sabemos en qué terminó el cómic, peor para todos imposible, cosa que seguramente no presintió jamás Chávez como tampoco que la muerte cercenaría tan temprano su predestinada existencia. Así de sorprendentes y arbitrarias son las decisiones de Zeus las veces que se acuerda de nosotros cuando se lo permiten sus muchos amoríos. Pero mientras existió aquel delirio dominante, la incertidumbre fue solo ocasional para los vestidos de colorado.

Recuerdo el episodio porque los colectivos humanos necesitan de algunos relatos para funcionar socialmente. Y este es mi tema: la oposición, nosotros, no hemos construido nunca uno satisfactorio y funcional: sensato, verosímil, novedoso, breve, racional, impersonal… que en algo trate de explicarnos lo terrible que hemos vivido y vivimos y que nos señale con alguna claridad no lo que va a pasar, cosa imposible, sino lo que queremos que pase y cómo pase. Por supuesto que los opositores han dicho y hecho cosas invalorables, me refiero más concretamente a una especie de concentrado mapa de ruta o quizás a un estilo de procesar los acontecimientos de los días o a un juego de códigos para sincronizarnos con prontitud y claridad, y hasta a alguna simbología rimbombante… una ideología o un lenguaje políticos si se quiere.

Y en cierto modo hay una razón fundamental para esa diferencia: Chávez era uno, el Taita, ningún otro alzaba la voz. Nosotros siempre hemos sido varios, demócratas y distintos, lo cual hace más difícil sincronizar el discurso. (Esto, verbigracia, da lugar a un problema muy concreto y polémico actualmente, el tipo de vocerío de la MUD, o la voz principal a lo Ramón Guillermo Aveledo o la pluralidad en uso. Mas no entremos ahí, por ahora). Pero, en general, de esa pluralidad se derivan lógicamente muchas trabas y evidentemente no solo comunicacionales. También su mayor victoria: una unidad noble, duradera y resistente.

Lo que me interesaría subrayar es que creo que el mayor defecto comunicacional de la MUD ha sido su secretismo, a ratos determinado por el temor a una opinión pública ruidosa y artera pero insignificante. Y esto tiene un escenario inmejorable para ejemplificarlo: el diálogo. Cuánto mal se ha originado por no haber encontrado la manera de nombrar las cosas por su nombre en ese campo. Por no haber enfrentado el desafío de decir la verdad cuando había que hacerlo y no cuando la realidad, como era de esperar, terminó evidenciándola. Un ejemplo que no es único pero sí sonoro: se dialogaba mientras se hablaba de la hora cero, la batalla final, de una muy prolongada y dolorosa jornada de combates callejeros. Lo cual no quiero decir que fuese negativo per se, pero sí desmoralizante para todos aquellos, tantísimos, que creían hacer la historia en el duro macadam cuando se pretendía buscarle salidas en otros lugares sin iluminación pública. Fue duro el despertar y altos los costos. Pero creo, igualmente, que es una lección aprendida y otra voz es la que narra lo que comienza a suceder en tierra dominicana. O camino del 15 de octubre. Las cartas sobre la mesa. “No se dará un solo paso sin que el país conozca los resultados alcanzados”, acaba de decir Borges sobre las negociaciones. Ojalá.

 

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