Por: Carlos Raúl Hernández
Hoy la política está muy lejos de la ilusión de trompetas de Jericó que suenan y derrumban
Con descargas de desprecio ciertos grupos semiilustrados zahieren la pasividad de la gente que sufre la mayor furia de la tormenta. Reaccionan contra los que hacen cola, los bachaqueros, los raspacupos, los que cobran misiones, todos productos perversos de la revolución. Pero la sátira de mayor voltaje es contra un pueblo sumiso que acepta pasivamente las humillaciones y no reacciona. Los desprecian porque son ignorantes, abúlicos, sin recordar que la caída de la democracia fue obra de los más ilustrados, ricos y famosos. En su desconocimiento del complicado mecanismo que hace movilizarse a grandes contingentes humanos, hasta llegaron a acariciar la repetición de algo tan tenebroso como el caracazo de 1989. Pensar que pueden producirse pobladas a volonté del interlocutor ocurrente, y que quien no lo intenta es traidor, define al insurreccionero ingenuo.
Carece de elemental entendimiento de lo político. Cree en el sortilegio del estallido social, que solo requería una chispa -como el cerro Ávila en sequía- que saltaría del choque de los colectivos con estudiantes de bachillerato. Con el big bang el país entero saldría a las calles y ¡colorín colorado, este cuento se ha terminado! Ni siquiera entendieron su propia experiencia. Como consecuencia de los sucesos de 2014, 77% declara que no le interesan las protestas y 88% del país rechaza las guarimbas. Los estallidos de cólera colectiva se producen esencialmente por azar, por cisnes negros que nadie podía prever ni menos disponer. La misma ingenuidad se empeña en el disparate de que los comentados incidentes de Caracas en 1989 los prepararon las insignificantes organizaciones radicales de la época, interpretación frente a la que lo único que cabe es el asombro.
Nadie quiere disturbios
Durante el célebre paro petrolero (2002-2003) por espacio de 45 días, millones de personas estuvieron en efervescencia y no lograron más que el trágico retroceso de las fuerzas democráticas, al dar excusa al despido de 23 mil trabajadores de Pdvsa, mientras a Carlos Andrés Pérez lo derrocó una conspiración de elites perfumadas, sin calle, gota de sudor, ni tetraetilo de plomo. La confusa digestión de lo ocurrido en la primavera árabe les hace pensar que el secreto es calle, calle, calle, como aún musitan algunos caídos del chinchorro, aunque fueron golpes militares y guerras civiles. Sacar muchedumbres a manifestar cuesta muchos esfuerzos y dinero y por eso tienen que convocarlas, mutatis mutandis, factores con poder orgánico suficiente. Hoy la gente carece de mecanismos para hacerlo, porque el odio antipolítico de Fuenteovejuna regaló las instancias que materializaban ese propósito.
La “constituyente” castradora comenzó a desarticular la sociedad organizada, y los antipolíticos de derecha e izquierda -y más de un político confundido- descorcharon champaña a la caída del Gobierno en 1993, y luego del Congreso, los partidos y sindicatos corruptos, y las sucesivas agresiones y campañas de descrédito a organismos empresariales. Medios de comunicación hoy perseguidos, participaron en la persecución chavista contra el sistema político organizado y fueron fundamentales para esos planes revolucionarios. Se habló de las comadronas del golpismo. El país mayoritario votó consecutivamente por freír cabezas y liquidar el puntofijismo. La participación y la movilización en la política moderna están muy lejos de la ilusión de trompetas de Jericó que suenan y todo se derrumba.
Derrumbe por trompeta
Así quieren cumplir la máxima de Horacio: “cuando el mundo se desplome caminaré impávido sobre sus ruinas”. No fue ni es así. El partido político cuyas funciones son proselitismo, organización y comunicación en todos los rincones, ciudades, municipios, aldeas, y crear núcleos permanentes, es lo que puede movilizar. En el pasado AD, Copei, el MAS, Causa R eran la voz de muchos y rebozaban plazas públicas. Hasta el galáctico, el rey de la antipolítica de izquierda, tuvo el cuidado de ganarse al “chiripero” que había apoyado a Caldera para construir con él su propia maquinaria. Luego los liquidó porque ya no le servían y por el contrario eran una molestia, como cuando Istúriz intentó hablar duro en el episodio de “se fumó una lumpia”. Acabó con el MVR y creó el PSUV, que más que un partido con jefes poderosos y autónomos es una secretaría de movilización del caudillo (de turno).
Se atribuye esto a su condición carismática, lo que le facilitó sin duda concentrar todo el poder -con apoyo colectivo para ese fin- y la colaboración de los errores antipolíticos. El contexto democrático y el partido moderno están concebidos para impedir el hiperpoder, y otros líderes carismáticos como Mitterrand, Clinton, Felipe González, Alan García, Álvaro Uribe no fueron autócratas, aunque uno que otro tuviera ganas. Para que la gente proteste, marche, luche democráticamente, tendrán que volver fortalecidas las organizaciones partidistas, sindicatos, gremios, núcleos de barrios, formaciones de la sociedad civil verdadera, que trabajan día a día en la base de la sociedad. Basta de alimentar mitos mesiánicos, insurreccioneros, rapidistas, y despreciar a mujeres y hombres que sobreviven y luchan para dar de comer a sus hijos, porque no hagan caso a griterías de diletantes.
@CarlosRaulHer