Por: Soledad Morillo Belloso
Un documental en HBO, una coproducción con Bill Maher, transmitida el lunes pasado, me espeluznó. Trataba sobre la ruta del narcotráfico. Y Venezuela, nuestra Venezuela, esa que algunos pomposamente llaman “patria querida”, está en esa ruta. Un mezcla de asco y estupor me invadió. El periodista logró entrevistar a unos traficantes a bordo de un yate. De indiscutible tono y acento venezolanos en su hablar. Se veían edificios reconocibles de nuestras costas. Lugares que usted y yo, que somos decentes, hemos recorrido. Los montos de los que hablaba aquel hombre me erizaron la piel. Veinticinco millones de dólares al mes. Y era uno. Uno de quién sabe cuántos. Yo no nací ni me crié en un refugio de narcotraficantes. No nací ni me crié en un país invadido por delincuentes. No nací ni me crié en una pocilga. Teníamos problemas. De seguro. A qué negarlo. Pero no de esta categoría.
En mi artículo de la semana pasada hablé de la decencia como instrumento para combatir la corrupción. Me quedé corta. Al menos no dije todo lo que pienso. Que la corrupción sólo se vence, además de con decencia, con justicia. Los narcotraficantes no pueden haber armado este tinglado sin el concurso y la complicidad de autoridades. Eso es literalmente imposible. Y sin embargo, ¿cuántos juicios hay en proceso en Venezuela por narcotráfico? ¿Cuántos funcionarios de alto, medio y bajo rango están siendo investigados, perseguidos y llevados a los tribunales por estos espantosos delitos? Tan poquitos que ni siquiera alteran la estadística.
Mientras usted hace colas infinitas bajo el calorón para intentar conseguir los más elementales productos, mientras a su bolsillo se le abre un hueco cada vez más grande por la inflación descontrolada, mientras ya millones de venezolanos buscan un futuro posible allende nuestras fronteras, nuestra Venezuela, el único país que tengo, se ha convertido en una aceitada autopista para el trafico de dogas.
Me dicen que, empero, el consumo de drogas en nuestro país es relativamente bajo. Consuelo de tontos. El narcotráfico no tiene sólo que ver con poner en riesgo la salud de los conciudadanos. Tiene todo que ver con destruir la economía, con generar unas finanzas paralelas que acaban dando al traste con toda posibilidad de bienestar social. La droga hace daño a quien la consume, pero el narcotráfico destruye países, contamina venenosamente todo lo bueno y pudre el estado. La pregunta es quién le pone coto.
Déjeme decirle que no es cierto que usted y yo no tenemos herramienta alguna para luchar contra esto. Quizás no tengamos poder. Pero tenemos voz para quejarnos, para gritar y protestar. Y tenemos voto con el cual sentar en la Asamblea Nacional a ciudadanos decentes que no se hagan la vista gorda y que se conviertan en adalides de la lucha contra el narcotráfico. Esos decentes pueden cambiar el guión de esta opereta de malandros. Depende de nosotros escoger bien.
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