Creo en la salida electoral y democrática de este marasmo en el que nos encontramos, pero me pregunto: ¿hasta cuándo vamos a seguir esperando que estos dementes terminen de destruir lo poco que nos han dejado de país?
La incertidumbre produce angustia y desesperación. Angustia por no rebelarnos antes contra la realidad que estamos viviendo. Angustia por no haber impedido antes insultos, abusos e irrespetos por parte del gobierno.
Paulatina y sistemáticamente, institución por institución, todas se han desmoronado ante nuestros ojos.
Soy guerrillero del optimismo. Soy humorista, escribo y hablo. Creo que lo primero que debemos hacer es perder el miedo. Ya no tenemos más nada que perder. Tenemos que atrevernos a rescatar lo que siempre tuvimos, lo que nos merecemos los venezolanos, y una de las formas de hacerlo es estando en la calle. De otra manera, podríamos llegar a no tener nada que defender.
Si no nos ponemos las pilas bien puestas, nos puede pasar lo que le ocurrió a los judíos en la Alemania de 1931, cuando los nazis empezaron con una simple discriminación racial que culminó en el holocausto.
Al principio, los judíos pensaron que Hitler era un “loquito” y que tarde o temprano saldría del poder. Ya sabemos cómo termino esta historia.
A veces pienso que somos niños inocentes que viajamos en un autobús sin frenos por la bajada de Tazón, conducido por un tipo maluco, sordo y ciego que, por mala suerte, no es mudo.
Cuando digo niños inocentes, es porque hasta ahora, así nos hemos comportado los demócratas que como yo, somos culillúos y nunca aprendimos a manejar armas ni a tirar coñazos.
Venezuela es un autobús sin frenos. Algunos pasajeros, por comodidad, irresponsabilidad y sobre todo, por tenerle miedo al chofer, se han aliado vergonzosamente a ideas fracasadas y retrógradas, a sabiendas de que en el desastre final también ellos desaparecerán.
Ya no somos los niños de ayer. La emergencia nos ha hecho crecer. Nos enseñó a estar unidos y a no continuar peleando entre nosotros por la merienda o por juguetes que no queríamos compartir.
Llegó el momento de obligar al chofer a detenerse en una parada, donde los venezolanos, con banderas multicolores, tengamos la oportunidad de salvar a nuestro maltratado y amado vehículo, aunque tengamos que cambiar de motor, reparar el tubo de escape e inflar cauchos.
Si ahora no logramos frenar, terminaremos en el cementerio, en una inmensa tumba cuyo epitafio dirá: “Aquí, sí cabemos todos”.