Por: Ibsen Martínez
“La falta de adhesión a mi propio pensamiento me libra de su maleficio”.
(Antonio Machado: Mairena”)
Es un día cualquiera de 1992 ( ¡hace ya más de veinte años!), y mi musa de entonces y yo rodamos en un auto de alquiler por la Carretera Central en dirección a La Habana desde Matanzas.
¿Qué estoy haciendo en Cuba? Es largo de contar, pero la respuesta corta es que soy parte de un jurado del festival de cine habanero. Por aquel tiempo que hoy luce remoto, los mismos sátrapas cubanos que hoy vampirizan Venezuela habían bautizado el famélico atolladero en que se hallaban con el muy burocrático giro de “período especial” y la facción “raulista” de la Nomenklatura gozaba, frente a los tiránicos desvaríos del Máximo Líder, de una relativa manga ancha que, forzosamente, brindaba el heroico período especial.
Todavía hoy dudo mucho que exista algo parecido a una facción raulista porque tantos interminables e infernales círculos como los que martirizan a los cubanos desde 1959 no pueden ser sino fruto de ese segundón, sino de una mente genuina, superlativamente desalmada y tan dantesco atributo es monopolio de un único supremo hijo de puta: Fidel Castro, quien todavía alienta, amigos, todavía vive, señores, todavía se resiste a descender de una puñetera vez a los infiernos.
Sin embargo, la sabiduría convencional de los cubanólogos atribuía a Raúl Castro y sus generales la intención de abrirse un poquitín, pero sólo un poquitín, porque si no, Fidel podría enojarse y fusilarlos a todos, como hizo con el general Arnaldo Ochoa. Se trataba de abrirse sólo lo suficiente para hallar respiro a la opresiva orfandad en que la suspensión del subsidio soviético había dejado a los hermanos Castro.
De allí los llamados “paladares”, de allí cierta gesticulación del aparato cultural, destinada a hacer pensar en una especie de “desestalinización” tutelada por el mismísimo Stalin.
Expresión arrebolada de esa fingida apertura raulista fue una película que a todos los cripotñángaras europeos logró fascinar: una risible bagatela titulada “Fresa y Chocolate”, basada en un cuento de Senel Paz y que, aquel año, ganó el premo máximo del festival cubano.
Es conocido el argumento: un cubano gay – ¿o debe decirse “un gay cubano”— y un joven comunista cubano entablan un almibarado debate que, por el tono, casi semeja una leve desavenencia marital de una pareja gay cubana, nacida más acá de 1959, sobre la viabilidad de la utopía comunista [cubana.]
El debate se ofrece trufado de una que otra tibia ironía contra el burocratismo colectivista, pero nada que niegue la esencial cojonudez del comunismo. Las ironías tienen como correlato las insuficiencias de la heladería Coppelia, tan apreciada por Hugo Chávez.
Al cabo, el maricón y el ñángara se daban un abrazo reconciliatorio y la sala Carlos Marx, donde se proyectaba el film, estallaba en un nutrido aplauso digno de un discurso del camarada Stalin ante el presidium del soviet supremo.
Llegado aquí, séame lícito un breve excurso sobre la palabra “maricón”, tan fea, tan políticamente incorrecta, ¿verdad?; tan homofóbica ella.
2.-
Es singular el modo en que, últimamente, la dictadura cubana vindica su simpatía por aquellos a quienes la parla chavista llama, con talante posmodernista, “sexodiversos”.
Sin buscar más lejos, una hija de Raúl Castro, Mariela, se ha constituído en paladín de los homosexuales y los transexuales de la isla y del mundo. Con frecuencia, admite retóricamente que hayan ocurrido desafueros totalitarios en el trato otorgado a los homosexuales de su país durante los años setentas.
Se espera que con ello convengamos en que esos abusos contra los derechos humanos son cosa del pasado y, que hoy día, Cuba es una comarca más bien filantrópica, regida por la tolerancia. Ciertamente, en los tiempos que corren, una calculada homofilia “paga”.
Desde luego, ni una palabra se escapa a la Castro sobre los disidentes muertos en prisión, hayan sido homosexuales o no, ni sobre el incesante acoso a las Damas de Blanco, mucho menos sobre flagrantes asesinatos políticos como el de que fue víctima, hace poco más de un año, el dirigente católico Oswaldo Payá.
Al quisling[1] venezolano,Nicolás Maduro, siempre tan inactual, no se le impuso a tiempo de estas nuevas nociones de tolerancia y acaso por ello el insulto favorito, suyo y de sus palafreneros, a la hora de injuriar a un político opositor sea, precisamente, “maricón”.
Noto, justo en este instante, que mi cuento de la Carretera Central de Cuba en 1992 no podrá desplegarse con brío en lo que me queda de espacio, pero no se impaciente el lector: he vuelto a mi antiguo oficio de escribidor de culebrones, el mismo que dejé atrás aquel mismo año de 1992, luego de una ya olvidada pendencia con Marcel Granier a propósito de mi personal karma, la telenovela Por estas calles.
Contaba, pues, que un día de hace ya veinte año ibamos la inefable doctora Casado de Por estas calles y este escribidor por una legendaria carretera cubana y si me animo a llamarla “legendaria” es tan sólo porque era y es la única a la vista en toda la isla: la construyó Edgardo Machado en los años treinta del siglo pasado.
Machado fue un dictador que, dicho sea de pasada, comparado con Fidel Castro, pintaba más como tiranuelo de opereta que como sanguinario dictador caribeño, aunque muertos debía, ¡y muchos!, cuando al fin lo derrocaron.
Aquel día, habíamos logrado escapar del aburrido e insustancial festival de cine cubano y alquilado un automóvil para irnos en peregrinación a “Finca Vigia”, la propiedad de Ernest Hemingway en San Francisco de Paula, donde fijó residencia durante más de veinte años.
Dejaré para otra ocasión ( o quizá para el nunca jamás del “tal vez algún día”), la digresión sobre la visita a casa de Papa Hemingway. Por hoy bástele al desocupado lector saber que fue para mí muy nutritiva y que todo el rato estuve recordando el estupendo relato de Edmundo Desnoes titulado“Una aventura en el trópico”. El relato se ofrece como una especide de addenda no demasiado digresiva a su celebérrima novela corta Memorias del subdesarrollo.
En su relato, Desnoes ( La Habana, 1930), ofrece la ficticia visita de unos turistas extranjeros a la finca de Hemingway. ¡Extraña suerte literaria la de Desnoes!
Exilado ya, octogenario ya, el ni siquiera ya controvertido Desnoes, puede hoy, al hablar de sí mismo, adoptar el tono confesional de Sergio, el personaje narrador de su novela: “Ahora y solo ahora –después de mi crueldad con las tiernas y hermosas mujeres, de mi desastrosa entrega al sueño encarnado del socialismo, de haber contribuido a la polución del ambiente, de haber escrito y hablado mierda hasta por los codos, y de contemplar en el espejo las devastaciones del tiempo en mi cuerpo ruinoso– comprendo y aprecio a fondo los humillantes pleasures of loserdom, aprecio los placeres de la perdedumbre.”
“Perdedumbre” : aunque no figura en el diccionario, la voz tiene títulos para aspirar al uso corriente entre nosotros, los latinoamericanos. Se aproxima a “podredumbre”, a “pesadumbre”, a“servidumbre”.
3.-
Si traigo a Desnoes a esta página es porque, en algún momento de su novela, escrita hace más de cincuenta años, la “crisis de octubre” de 1962 flota en el ánimo del narrador y mucho de lo que desgrana su monólogo interior podría resonar verosímilmente en el trance que hoy atraviesa Venezuela.
Ante un malecón erizado de vestustas baterías antiaéreas, Sergio, el desasido intelectual “pequeñoburgués”, ni muy entusiasta ni muy descreído, un anticipo habanero de nuestros “ni-nis”, medita con irónica consciencia sobre las ilusiones que se hacen sus amigos del Vedado Tennis Club de que una confrontación con los gringos precipite el fin de la Revolución.
Han comenzado las escaseces, el racionamiento se hace sentir duramente y Sergio, que pasa un día en el club, observa a sus compañeros de promoción del Colegio de Belén, especie de San Ignacio de la “gente bien” habanera, bromear al borde de la piscina.
“¡Pobres!”, se dice, “ creen que esto no durará ya mucho porque ya no importan paté de foie gras ni ancas de rana”. Algo parecido alienta en la masa opositora: la escasez de papel higiénico parece anunciarle el fin. ¿El fin? ¿En verdad es el fin? Hora de regresar a la Carretera Central.
4.-
Cae la noche y decenas de miles de cubanos que viven en las poblaciones al oriente de La Habana, regresan a sus hogares en bicicleta.
Viajan a contramano del auto que hemos rentado. Los hay de todas las edades; algunos afortunados han adosado a la bicicleta china de segunda mano un decrépito motor de lo que alguna vez fue una podadora de césped.
Casi desde que salimos de Matanzas la radio transmite un programa de expertos invitados; un médico deportista, un cardiólogo, un entrenador de ciclismo, un ecologista. ¿El tema? Virtudes profilácticas del montar bicicleta. Para el ciclistya y para el medio ambiente, claro.
No paran de hablar los comentaristas, se relevan, citan cifras de la OMS, se glosan unos a otros. Los escuchamos a bordo del cochecito con aire condicionado durante kilómetros y kilómetros mientras los compañeros trabajadores bufan y pedalean, los ojos desorbitados de cansnancio al final de una jornada de trabajo poco reproductivo al que acudieron en masa por la mañanita pedaleando en las mismas trastabillantes bicicletas chinas..
Hay otra imágenes de la barbarie colectivista, desde luego. Otras metáforas del socialismo quizá más aptas para denunciar su esencial impiedad: ahí están las letales hambrunas en China, en 1958, que mataron millones de habitantes. O la colectivización forzosa de los kulaks en la URSS de Stalin, en los años 30 del siglo pasado. Y, puestos a hablar de Cuba, las muertes sin lápida a que se condenan los balseros.
Pero para mí, y desde aquel entonces, nada tan intrinsecamente socialista como el sarcasmo de unos locutores radiales cantando doctrinarias loas a la bicicleta, a los vehículos de tracción de sangre humana, mientras millones de compatriotas padecen la iniquidad de quienes, con la coartada del bien común, expolian un país con la segura perspectiva de no ser juzgados jamás por sus crímenes ni por su incuria ni su inhumanidad.
Ibsen Martínez está en @SimpatíaXKingKong
[1] Nota para el lector buenazo e ignorante: Qiusling es voz de uso algo frecuente entre politólogos e historiadores, que alude a Vidkud Quisling, político noruego que colaboró ignominiosamente con la ocupación nazi de su país durante la Segunda Guerra Mundial.
Buen día, por mi ignorancia después de leer sus palabras, amplio mi conocimiento sobre la obligatoria y necesaria maniobra de cambio en la dirección político-educativa que debe tener el país que me vio nacer de un antiguo nombre llamado Republica de Venezuela.