Hay algunos que confunden el análisis y la estructurada opinión con el esparcir rumores y maledicencias. Las redes están plagadas de bulos. De afirmaciones sin sustentación. De puñaladas con liguita. A veces pienso que habernos convertido en un país donde los ciudadanos estamos tras rejas nos ha inducido a comportamiento de presidiarios. El chuzo verbalizado en un tuit se eleva a la categoría de instrumento de táctica política, comercial, empresarial. Destruir la reputación resulta ser más eficiente que el ataque frontal, ese que al menos tenía la virtud del coraje.
Si critico la cantidad de personas que sin empacho alguno toman medias verdades y las convierten en afirmaciones bíblicas, más deleznable aún me parece esos que arman cuentas de redes con la cobardía del uso de seudónimos y sin explicitar quiénes son y a qué se dedican. Si quienes escribimos en los medios formales estamos obligados -por ley de la República y por norma de los medios- a firmar con nombre, “pellide” y señas cada texto, en las redes impera “lo digo porque me da la gana”. No hay bots ni personajillos inventados en los medios formales. No hay en las redes editores que pongan peros. Los mensajes en las redes circulan sin control alguno y muchos (aún minoría) actúan como río en conuco. Las denuncias de asuntos sin corroboración (esa ya no es exigida) se esparcen a placer, sin coto y sin costo. Este fenómeno mundial que ha modernizado y “tecnologizado” la práctica medieval de sembrar en el oído, ha espantado a muchos del ejercicio del liderazgo en cualquier campo, empresarial, artístico, político, religioso, etcétera. El malsano rumor crea matrices de opinión pública. Hearst ha triunfado. En su tumba celebra.
¿Cómo se lucha contra este horrendo mal? Pues con claridad, con franqueza, con firmeza. Negándonos a sumarnos a esas prácticas vergonzosas, bloqueando en nuestras redes a quienes no tengan el valor de decir y hablar con clara identificación de autor o forzando a los agazapados a salir de sus escondites y a identificarse. Y sí, también, obligando a los periodistas (a los formales, a los que pasaron por procesos estructurados de formación y a los que se erigen como periodistas autodidactas) a seguir las reglas que que guían el buen reportaje, la constructiva crónica, la investigación con bases sólidas y la fundamentada opinión. Las sociedades que progresan tienen reglas inteligentes y las siguen.
Cuando esas reglas se obvian, el resultado es basura. A Wilf Hey se le acredita en 1965 haber popularizado la frase “basura adentro, basura afuera’. Es así en todos los procesos. Y en comunicación tiene graves consecuencias. Meta basura en las comunicaciones y el resultado será convertir a la sociedad en un basurero.
Se trata, pues, de exigir a quienes comunican por cualquier vía eso que tanta falta nos hace y que se conoce como “responsabilidad”.
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