El otro día almorcé con mi amiga María Bárbara, y como no puede evadirse en estos tiempos, hablamos de la campaña presidencial de EEUU. Ella es venezolana y también americana, tiene 31 años, y mucho antes de que empezara todo esto es seguidora de Hillary Clinton. Le gustan sus ideas, su fuerza y lo que significa que una mujer esté de igual a igual en las altas esferas del poder en su otro país.
María Bárbara es fuerte, y tiene el ímpetu de su nombre. Tiene un humor agudo, es divertida y acertada. Mientras toda la mesa hablaba de las tendencias, de las encuestas, de lo que puede pasar, de la incredulidad de un triunfo de Trump, ella se quedó un rato pensando y de repente dijo: “Si yo me encuentro a Trump, no sé si se va a meter conmigo porque soy mujer, porque soy latina, o porque tengo síndrome de down”.
Nos reímos, nos quedamos asombrados de la forma brillante en que resumió la manera de ser tan deplorable, de un personaje que aspira, nada más y nada menos, que a la presidencia de Estados Unidos.
María Bárbara es, primero, la representación de millones de mujeres. Ella también forma parte de ese grupo de personas con capacidades diferentes, de las que Trump se ha burlado en televisión. Además es latina, como los casi 55 millones que hay en Estados Unidos, y a los que Donald Trump también ha insultado y juzgado.
Trump no puede ser la decisión correcta para la presidencia, si es una persona que ataca a las minorías, por cierto, ya demasiado grandes para llamarse así. Un bully como Donald Trump no puede ser el jefe de uno de los gabinetes más poderosos del mundo. Por principio, una persona vil y despectiva no puede llevar las riendas ni de ese, ni de ningún país.
Soy fiel creyente de que el mundo está mejor que hace 50 años. Creo que a pesar de los enormes problemas y diferencias que todavía existen, hemos mejorado como ciudadanos de este planeta. Si gana la malicia, esto no puede ser sino un gran retroceso en mi humilde pensamiento.
Más allá de que el candidato no tenga experiencia en política norteamericana, me preocupa que ni siquiera tiene lo más básico que necesitamos de cualquier líder: principios.
Vengo de Venezuela, un país que se destruyó por falta de principios. No se imaginan la gravedad de estar gobernados por una persona sin escrúpulos. En mi país se institucionalizó la maldad, se premió el odio, y eso es, en gran medida, lo que nos ha destruido. El verbo del poder es determinante para construir o destruir sociedades. En los líderes, millones de personas se fijan para imitar sus modos, sus acciones, y hasta sus actitudes.
Me parece aterrador que se institucionalice el bullying en EEUU. Sobre todo, esta forma de ser de Trump no representa al ciudadano estadounidense común, que, en general, es una persona buena.
Es gravísimo que Trump hable con tanta ligereza de su posible amistad con Putin, o que crea que la Constitución de EEUU tiene 12 artículos, pero ya ni siquiera hace falta ir tan lejos. Trump es un candidato que no ha entendido los avances de inclusión que tanto le han costado a este país.
Ni voto, ni soy partidaria de Hillary Clinton, pero en esta elección, creo que es imperativo votar por la única opción con principios.
Estoy saturada de lo que ha sido esta campaña tan vulgar y superficial. Sólo espero que el 9 de noviembre haya quedado atrás y regrese la decencia, aunque sea, para guardar las formas, o para que Bárbara no tenga que preguntarse cuál sería el insulto que le dijeran si se encontrara a Trump.