Así anda la vida nuestra. Entre balas de represión y un afán indeclinable de libertad. Hay una gran dosis de país volcado en las calles. Una avalancha de indignación. Ya son más de dos meses de calle, vehemencia, represión y muerte. El caos represivo anda de esquina en esquina con su gramática asesina. Las noticias vomitan a toda hora una realidad humeante. Eso somos hoy: asunto crudo y duro. Se ha vuelto rutina alzar la voz y esperar el golpe. Decir basta y esquivar los perdigones, huir de las nubes tóxicas, espantar la metralla. Se ha vuelto rutina correr a cualquier parte para así poder volver. La libertad es una palabra costosa. Cuesta sangre, miedo, templanza, persistencia. Hoy la calle abre sus brazos para recibir bocanadas inmensas de gente. La calle anda llena de moretones. Si uniéramos todos los kilómetros que han caminado los venezolanos manifestando su repudio al dictador nos sorprendería la distancia, la magnitud de nuestra queja. A pesar de eso, se nos hace untuoso el paso por una larga mancha de aceite que se llama incertidumbre. Hoy ser venezolano es ser una incertidumbre. Hoy no parece haber final para la rabia, pero tampoco para la determinación.
No hay otra forma de decirlo: hay una bala adentro de todos los venezolanos. Nos arde el abdomen. Y también el gentilicio. Duele mucho la bala oscura que circula adentro de todos. Duele tanto agravio. Nos saquearon la alegría que alguna vez fuimos. Hoy solo podemos preguntarnos, ¿cuántas cajas de perdigones le quedan al odio? ¿Quién patrocina la carnicería? Hoy hay más balas que sensatez. Más salvajes en las motos oficiales que harina en las casas del pueblo. Hay más rabia que abrazos. Más ira. Más cicatrices.
Me topo con una señora en un sitio público. Me abraza duro, como si nos conociéramos y tocara consolarnos mutuamente. No habla, solo llora y llora. Desconsoladamente. No le salen las palabras. Es pura agua rota lo que hay en sus ojos. Puro dolor. Su familia la acompaña y desde cierta distancia me ve, esperando que yo entienda su actitud. ¿Quién no entiende? En estos días eso es lo que más he visto. Lágrimas. No por la furia de las bombas lacrimógenas. Es el puro estupor ante lo que nos está pasando. Algo que parece inconcebible. Algo que nos sobrepasa. Algo que rebosa una ofuscada tiniebla.
Cuando uno ve las imágenes de los GNB lanzando bombas lacrimógenas a los pechos de las personas, a los balcones de los apartamentos, a clínicas y colegios, uno entiende que aquí alguien perdió la razón. Alguien parece disfrutar del caos. Alguien ha hecho de la represión su nicotina personal. Son demasiadas evidencias diseminadas a lo largo de los días. Guardias y colectivos que entran en edificios y rompen puertas, revuelven, arrastran, saquean, destrozan. Hay demasiada vileza a la vista de todos. Ya los uniformados no solo reprimen, ahora juegan –con aire macabro- al gato y al ratón. Andan de cacería. Buscan hasta sus últimas consecuencias al manifestante, lo alcanzan, lo golpean, le quitan el reloj, la cámara, el celular. Un guardia que le roba su morral a un joven entrega a cambio su moral. En los últimos días, luego del pronunciamiento del Ministerio Público exigiendo respeto a la prensa, la GNB responde robándole sus cámaras a varios reporteros gráficos. ¿Eso es control del orden público? ¿O descontrol de su propio orden como autoridad?
¿Quién está disfrutando tanto de esta violencia?
¿A quién entusiasma tanto dolor?
¿Es así de cruel el hombre nuevo de la revolución? ¿Es este el ciudadano que nos trae la Constituyente de Maduro?
Mientras escribo estas líneas, en mi celular se asoma la imagen de otro joven caído mientras reclamaba democracia. Tendido en la calzada, su franela es un charco de sangre.
La muerte es roja. Roja rojita.
La libertad siempre es más plural en sus colores.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – JUNIO 01, 2017