Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
En verdad, no imagino siquiera que hacían Guaidó y Leopoldo López de madrugada, acompañados de unos poquísimos oficiales y unos cuantos soldados, armados, montados en el distribuidor Altamira el martes pasado. Solo que sin duda eso generó acontecimientos, un gentío y enfrentamientos, además de estrepitosas declaraciones sobre todo externas y en especial americanas, Maduro desaparecido horas y una cadena tardía, Leopoldo liberado y hospedado en un par de embajadas, rumores a granel, decenas de heridos y un muerto, interrogantes sobre el paradero del presidente encargado en horas de la tarde y su futuro, etc. Confieso que no sé armar todo el rompecabezas. Sobre esto último diré que no puedo pegar muy bien dos grandes zonas del suceso: lo referente a la ida de Maduro por siempre del país que destruyó, y otra, una suerte de clarificación de las fuerzas armadas y sus intrincados y oscuros laberintos, esta vez con una puesta en escena muy material y curiosa.
En vista de lo cual me dejo de jugar al adivino de cosas que conozco mal. Y aspiraría a conocer algún día. ¿Será que los rusos prácticamente bajaron del avión al usurpador que ya salía rumbo a Cuba? ¿O que el muy serio Gustavo Tarre acierta cuando dice que Maduro pasó todo el día ausente porque estaba decidiendo cuándo y cómo se marchaba, hasta que se echó para atrás? ¿O que el verborreico Padrino, que vive dándose golpes de pecho en honor del proceso, había transado con Bolton la salida del comandante en jefe de las siempre gloriosas fuerzas armadas y le echó la partida para atrás, hasta le desconectó el teléfono, lo mismo que otros dos apóstoles del primer círculo de creyentes? Podría seguir un buen rato, pero solo quiero evidenciar mi desconcierto y mi negativa de analista político, tristísimo oficio en estos lares, a andar inventando hipótesis igualmente tremebundas.
Pero lo que sí sé es que Guaidó –solo Guaidó salva– apareció el 1 de mayo como todo un presidente, en medio de una gentará en todo el país, como si no hubiese roto un plato el día anterior, planeando el futuro con paros escalonados hacia uno general y calle y más calle todos los días para culminar el fin de la usurpación. Asegurando, además, que ya se sabía que, salvo algunos pecadores irredimibles, las fuerzas armadas ya habían descubierto que eran también pueblo sufriente. Es decir, que sí podemos, a pesar de la tardía rueda de prensa madurista y la marcha surrealista de soldados del despuntar de hoy jueves, ya no de pesuvistas sino de los uniformados y sus superiores, y vaya usted a saber lo que había en sus neuronas y en los rasos estómagos vacíos de la soldadesca y los prominentes de sus jefazos. Lo que quiero decir es que, en la medida que tengamos líder y gente con energía para estar en la calle, vamos bien. La imposibilidad del gobierno –he allí la génesis de todos los secretos– de meter preso a ese caballero que les ha sacado la lengua hasta más no poder sin que puedan aplicarle sus refinados métodos, y este se ha ganado la admiración y el afecto al parecer muy sólidos de la mayoría del pueblo, la cosa sigue marchando. Más ahora que hasta pudo sacar a Leopoldo, el preso más preso, y demostrado que el ejército nacional es un caldero hirviente.
No hay duda tampoco de que hay un diálogo (si le pica, diga negociación) donde anda metido medio mundo, de adentro y de afuera. Y que este debería dar lugar ya no al mantra guaidosiano puro, sino a un gobierno de transición variopinto pero sin Maduro, a la europea, a la Mogherini. Y el mismo Abrams lo ha dicho con todas sus letras, al menos un par de veces, y hasta habló del legado de Chávez que Maduro traicionó y que debería motivar a los buenos chavistas a la gran coalición liberadora. Hay una entrevista del canciller usurpador Arreaza que minimiza lo sucedido el martes de marras, una bravuconada publicitaria poco más o menos, y lo que hay es que dialogar, hasta de elecciones. Suena verosímil, por su emisor y la hora.
Claro, también pudiese explotar el país. Es factible porque ya arde. Pompeo advirtió hoy que espera órdenes nacionales para la intervención, la maldita carta que sigue ahí silenciosa. Esperemos que sea para asustar y no nos equivoquemos de nuevo.