Publicado en prodavinci
La semana pasada hablaban de motores y de vértices. Esta semana hablan de gallinas y de auyamas. Se mudan de película con enorme facilidad. Ahora parece que Cilia y Nicolás viven en la pequeña casa de la pradera.
En dos momentos diferentes, entre el jueves y el viernes, el primer mandatario de la república nos ha revelado su nueva condición agropecuaria. Aquel cuento del Presidente obrero, fraguado en la lucha de clases detrás del volante de un sindicato, se ha terminado. Eso es puro “extractivismo capitalista”, explotación post industrial de la vida en el planeta. El hombre nuevo siembra brócoli en el lavamanos de su casa. El futuro del socialismo del siglo XXI se encuentra en una jaula en la azotea.
“Cilia y yo estamos produciendo”, dice Nicolás. Y después habla de una lomita donde supuestamente siembran auyamas. También, según asegura, han cultivado y cosechado tomate, pepino, perejil y pimentón. Además, no vaya nadie a pensar que no son una pareja emprendedora, se han arriesgado y se han entregado a la cría de gallinas ponedoras. “¡Tenemos cincuenta!”, exclama Nicolás, orgulloso. Y añade: “redistribuimos nuestros cartoncitos de huevos entre nuestra familia”.
El diminutivo es conmovedor: cartoncitos.
Cualquier podría imaginar, entonces, a Nicolás y a Cilia, desde muy temprano, en ropita de faena, yendo juntitos al gallinero, llamando a cada animalito por su nombre, repartiendo semillitas, celebrando cada huevito y luego ordenando en cartoncitos las docenas que van a repartir en sus familias. “Amárralo bien, mi amor”, quizás dice alguno de los dos, pasándole el pabilo al otro: “recuerda que ese cartoncito va para Nueva York”.
Luego, tal vez, pasan por la lomita, dispuestos a hundir las manos en la tierra, a mezclarse y fundirse con los vegetales de la pachamama, ordenando también las porciones de tomate y pepino, de perejil y pimentón, que le tocan a cada miembro de la familia. Hacen todo esto bajo el sol, sudando pero felices, mientras comparten ideas sobre la receta de la deliciosa crema de auyama que prepararán para el almuerzo ¿Están viendo cómo resulta fácil auto abastecerse? ¿Están viendo cómo se puede comer sano y completo de una manera barata y sencilla?
Una de las prácticas más cínicas y perversas de los poderosos es hablar como si ellos también fueran víctimas. Los que venden las armas suelen ser los primeros que salen a denunciar públicamente el armamentismo, la violencia, la lamentable situación de los heridos. Los que se han hecho ricos con los dólares públicos, los que impiden que se investigue la corrupción, siempre se apuran para salir hablando airadamente sobre la guerra económica. El primer privilegio de los privilegiados es su voz. Pueden imponer y multiplicar un discurso que los salva.
En “Medio sol amarillo”, la extraordinaria novela de Chimamanda Ngozi Adiche, ubicada en el contexto de la guerra de Biafra por independizarse de Nigeria, hay un momento en que uno de los protagonista se enfrenta a un empleado que no quiere que le paguen con dinero. “No sea tonto –dice Kainene-. Hay muchas cosas que podría comprar con dinero”. Y el humilde carpintero le que contesta que no. “En Biafra, no”, subraya. Y luego insiste: desea que le paguen con arroz.
La necesidad extrema define todo lo que la rodea. Aquel que tiene hambre sabe perfectamente qué es tener hambre, sabe qué necesita para saciarla. Quien pasa horas en una cola, esperando sobrevivir a las mafias y poder conseguir algo de comida, quien debe someterse al reino de la especulación e intentar que el dinero le alcance para alimentar a sus hijos, no necesita que nadie le aclare nada. Hay una nitidez que nace de la desesperación. Es directa y feroz.
Proponer que el problema de la escasez se resuelve con cultivos particulares es una grosería. Armar un espectáculo y mostrar al Presidente como ejemplo de la nueva agricultura urbana es indignante. Todos sabemos que en el Palacio de Miraflores no falta la harina. Ni el aceite. Ni la carne, ni el pescado. Ni tampoco el papel de baño. Es aberrante que, desde las ventajas del poder, se traslade la responsabilidad oficial de la crisis a un improbable conuco personal de cada habitante. Promover auyamas y gallinas como solución es un insulto. Una bofetada a la pobreza y a la inteligencia de los venezolanos.