Es difícil hacer, por ahora, una interpretación sofisticada sobre la decisión del TSJ de “suplantar” explícitamente las funciones de la Asamblea Nacional bajo la tesis de que esta se encuentra en “desacato”.
No podemos descartar la posibilidad de que estemos en presencia de un error de cálculo y que el gobierno no haya estimado los costos reales de esta insólita medida y que ahora se le vienen encima. Los errores en política son comunes y este gobierno ha cometido muchos de ellos. Pero siendo sincero, dudo que este sea el caso, incluso considerando los últimos acontecimientos que podrían dar la apariencia de recule no planificado. Mi primera impresión es que el gobierno ha planteado una estrategia deliberada de tira y encoje, pero que está preparado y dispuesto a la radicalización total si no logra bajar la tensión política manipulando a la oposición.
Las dramáticas consecuencias de una medida de este tipo: estrambótica, ilegítima y claramente antidemocrática, tenían que ser evidentes hasta para sus propulsores internos más irracionales. Y la única forma de que ellos se quisieran meter en esa sampablera, partiendo de una situación en la que no parecían estar en riesgo, frente a una oposición mayoritaria pero fracturada y débil, es que supieran algo que los llevara a necesitar radicalizarse y elevar la temperatura antes de tiempo, incluso considerando la posibilidad de cruzar una frontera prohibida momentáneamente, para dar luego unos pasos atrás, elevando el precio de aquello que podrían entregar a la oposición para calmarla, como por ejemplo el reconocimiento de la Asamblea y aparentar un juego institucional típico de un país con división, independencia y respeto de poderes, sin arriesgarse ellos mismos a lo que definitivamente es imposible que entreguen: la elección.
Una hipótesis que podría justificar este juego adelantado es que lo hiciera para salirle al paso a algunas fracturas internas en el chavismo. Las declaraciones de la fiscal son un ejemplo de este riesgo y no sabemos que más hay por detrás. En ese caso, es posible que el gobierno pensara que era vital abrir el juego y tener más claro el mapa de amigos y enemigos internos, para luego actuar, hacer limpieza y negociar. Si este es el caso, es normal que su juego sea de ensayo y error.
Los costos internacionales de esta acción son elevados y lo saben, pero la verdad es que ya eran altísimos y difíciles de parar. Es una situación muy incómoda y peligrosa, pero la pregunta es: ¿para evitar el riesgo de que le corten la cabeza, estará dispuesto el gobierno a entregar su cabeza en una elección? La respuesta racional es NO. Siempre será menos malo que lo aíslen y no ir a una elección que los sacaría del poder como corcho de limonada, con costos de salida infinitos, que los pulverizaría política y personalmente.
La otra hipótesis es que esto tenga que ver con lo económico. Con la necesidad de validar los acuerdos de la faja y los nuevos endeudamiento externos, algo que se complica con la negativa de la Asamblea a hacerlo. Podría el gobierno, con esta decisión, intentar darle más institucionalidad a las aprobaciones del TSJ ante una AN inhabilitada, pero la verdad sea dicha, difícilmente los inversionistas verán con menos riesgo una decisión como ésta, rechazada explícitamente por el mundo entero. Esto no les traería beneficios y la protección futura de tercero de buena fe queda pulverizada. También está la posibilidad que detrás de todo esto haya una decisión de no pagar la deuda externa. A 10 días de un pago importante, el timing suena adecuado para usar la emergencia política como excusa para el default. Es una hipótesis que no puede descartarse, más si se escuchan rumores de que el gobierno podría estar ahora más proclive que antes a analizar una reestructuración de deuda como solución a su crisis de flujo de caja. Sin embargo, parece descabellado pensar que el gobierno, con una crisis económica severa y una conflictividad política en ascenso, esté dispuesto a entrar a la caja negra de un default y aceptar los potenciales costos de un bloqueo económico, seguro y demoledor, con el país desindustrializado y dependiente de divisas para importar, que en este caso es igual a comida y medicinas. Si mi olfato no me falla (y claro que puede fallar) estamos más bien frente al juego de las autocracias modernas: radicalización política y posible permeabilización económica para liberar tensión.
La primera parte de esa ecuación parece estar ejecutándose y aunque tendrá costos elevados, debemos volver a recordar que la otra opción para ellos es una elección que perderían sin duda, con costos descomunales.
La crisis económicas no sacan gobiernos fácilmente, como algunos suelen plantear como sí un cambio de gobierno es la consecuencia directa de un descalabro económico. Lo vimos en China, en Cuba, en Zimbabwe y en muchos otros países africanos donde hoy mismo sale la gente despavorida por la crisis, pero no los gobiernos.
Pero lo que si traen la crisis económicas es presión para flexibilizar y comprar oxígeno. Todavía esta segunda parte de la ecuación no se ve en Venezuela. Las decisiones cambiarias recientes son tan primitivas como siempre. Pero si bien muchos de mis colegas ven un desenlace político inmediato y un aumento insostenible de la presión de cambio de gobierno, yo veo más bien un tejemaneje complejo y largo que no sabemos donde va a terminar en lo político, mientras en lo económico, hay una mayor presión para la implementación de estrategias más abiertas para rescatar equilibrios. Esto me resulta contradictorio con hacer default. Y sé que esta opinión va a contrapelo al comportamiento del mercado de deuda venezolana en Wall Street esta semana. El riesgo siempre existe, pero sigo pensando que el gobierno hará lo indecible para evitarlo. La imagen de un país embargado y sin nada que comer no me resulta potable para el gobierno. (Si les parece que esto es lo que está pasando ahora mismo y que no puede ser peor, créanme que no están entendiendo nada de las consecuencias de un default).
En lo político, queda claro que las tensiones aumentarán. Que el gobierno querrá dar dos pasos adelante y uno hacia atrás. Y si no tiene más remedio, tenderá a radicalizarse y aislarse, lo cual lo hace más peligroso a él que a sus adversarios.
Pero el riesgo para el chavismo también esta ahí y no es despreciable. Ahora no sólo debe temer a la oposición y a la comunidad internacional sino a sus propias fracturas internas, que están vivitas y coleando. Esto me recuerda un axioma clásico del análisis de las revoluciones: estas son más proclives a colapsar por implosión que por acción deliberadda del enemigo externo, pero esto, como los buenos platos, se cocina a fuego lento…o se arrebata.