Publicado en Efecto Cocuyo
En estos tiempos de posverdad y fake news, cuando ya comienza a parecer que Goebbels es el verdadero padre del siglo XXI, el gobierno venezolano parece brillar con un resplandor particular. Casi parece que es lo único que hace bien.
El oficialismo es una industria impecable de producción de espejismos parciales y de hecatombes provisionales. Incluso ante el contenido más delirante e inverosímil, actúa lógicamente, obedece y repite con serena cordura cualquier disparate. “Estos fueron los mejores carnavales de los últimos años”, dice el Presidente. Y lo repite el General. Y también lo dice la alta directiva de la ANC. Todos se cuelgan de la misma frase con igual devoción. Uno podría hasta imaginar a Walter Martínez, disfrazado de negrita, comenzando su programa con el mismo coro: estos fueron los mejores carnavales de los últimos años.
El programa gubernamental más sostenido y eficaz es la confusión general. La revolución vive para que olvides. Los periodistas en Venezuela no solo deben buscar la noticia. También después tienen que defenderla, protegerla, hacer lo imposible para que no la desaparezcan. ¿Qué pasó con la ejecución de Óscar Pérez y de su grupo? ¿Cómo esa masacre ser convirtió en un vacío tan doloroso como mudo? El silencio del Estado ante este caso, su manera soberbia de borrar del mapa un delito, es de los momentos más asquerosos y lamentables de la historia institucional de nuestro país. No solo desaparecieron físicamente a unos ciudadanos. También los desaparecieron como noticia. Son víctimas a las que, incluso, se les impide pronunciarse como víctimas. Es un método de liquidación total.
El caso del fiscal Tarek William Saab quizás sea emblemático. Se presenta ante el país como una suerte de superhéroe express, un justiciero que de pronto cae en paracaídas en el centro de Caracas y se queda boquiabierto. Su cara de asombro y de indignación ante la corrupción es, sin duda, su mejor poema. Denuncia como si fuera un recién llegado. Vocifera como si nunca antes jamás hubiera escuchado tan siquiera un rumor sobre la probable corrupción en Pdvsa. Pero… ¿y lo que calla? ¿Qué pasa con lo que no dice? Porque el Fiscal también está ahí para desaparecer algunas noticias. Esa es su misión.
Guardó silencio ante la masacre de El Junquito. Pero también su cruzada en contra de la corrupción pretende borrar una parte de la historia.
El año pasado, la publicista brasileña Mónica Moura, quien se encuentra en prisión por el caso “Lava Jato”, confesó que recibió pagos en efectivo por su trabajo en la campaña presidencial de Chávez en el año 2012. Recibió 11 millones de dólares. Se los dieron por partes, según dice. Siempre de la misma manera: en bolsos, de manos del entonces canciller Nicolás Maduro. En su oficina en Caracas. También está, por supuesto, la declaración del jefe de Odebrecht en Venezuela, quien aseguró que, en 2013, dio 50 millones de dólares para la campaña presidencial de Maduro. ¿Por qué nuestro super Fiscal no ha visto estas noticias? ¿Por qué vuela sobre ellas y nunca las destapa?
Thomas Merton, que era un poeta de verdad y nunca entró en complicidades con el poder, reflexionó hondamente sobre la normalidad del mal. A propósito del juicio a los altos oficiales nazis, se preguntó sobre la lógica que funciona detrás de lo absurdo, sobre la cordura que se mueve detrás de los delirios más aberrantes. Merton señala un elemento fundamental en este mecanismo: “la falta de angustia”. Mentir sin pestañear. Mentir sonriendo. Mentir con sarcasmo. El arte de ejercer el poder con alevosía y sin remordimiento. El arte de eliminar al otro, de desaparecerlo totalmente, de quitarle incluso las palabras, de borrar hasta su nombre.
Cuando Nicolás Maduro dice que la migración es producto de laboratorios mediáticos; cuando promete prosperidad económica; cuando denuncia una invasión desde Colombia y lleva soldados a la frontera y organiza ruidosas maniobras militares; cuando aparece en la pantalla derrochando gestos en el lenguaje de los mudos… no hay que preguntarse qué pasa sino qué intenta esconder. Solo cumple con la revolucionaria tarea de ocultar: si no puedes desaparecer la realidad, por lo menos desaparece sus noticias.
Excelente analisis aunque lamentable realidad. Los archivos bibliotecas y museos, deberan ratificar su etica y resguardar las verdades ocultadas. No es solo tarea de comunicadores sociales