Publicado en El Nacional
El título de arriba corresponde, como muchos saben, al del excelente libro de Simón Alberto Consalvi (Libros El Nacional, 2007) en el cual se analizan los múltiples factores que, combinados, dieron al traste en 1958 con el gobierno de Pérez Jiménez, conocido como la penúltima dictadura –antes de la actual– que han sufrido los venezolanos.
Frente al poderío militar y represor del gobierno, 1957 fue un año caracterizado por un progresivo convencimiento nacional sobre el peligro de la perpetuación del régimen, y por la sucesión valiente de proclamas, posturas públicas y definiciones políticas. Se vivía una época, como la actual, signada por el miedo. El régimen había convertido al terror en su herramienta privilegiada de control social. Decenas de líderes políticos, sindicales y estudiantiles habían sido asesinados, mientras otros centenares sobrevivían en el exilio o en las tenebrosas cárceles de la dictadura. La gente temía siquiera abrir la boca, ante el temor a ser delatados por no pensar como el régimen. Sin embargo, ese año los liderazgos políticos, religiosos y sociales, a pesar de sus diferencias, conformaron una Unidad de propósitos que hizo imposible materializar los planes continuistas del gobierno.
Esa Unidad fue la que permitió además atajar y combatir el desánimo de algunos ante el fraudulento triunfo de la dictadura en el ilegal plebiscito de diciembre de 1957. En ese evento, el oficialista Consejo Supremo Electoral anunció que 87% de los venezolanos habrían dicho “Sí” a la continuación de la dictadura, cifra que por supuesto nadie creyó. Para muchos, el régimen se había salido con la suya. Hubo desánimo y desesperanza en algunos que pensaron, erróneamente, que estaban frente a la consolidación de la dictadura. Sin embargo, las protestas estudiantiles y laborales continuaron, y la labor de la dirigencia política no se detuvo. La presión social y política fue tan intensa y sostenida que, apenas un mes más tarde, el todopoderoso Pérez Jiménez huía del país y se derrumbaba la dictadura.
Ese espíritu de rebeldía democrática del año 1957 es el que recoge Consalvi en su obra. Como él mismo afirma: “De muy poco sirvieron las cartas marcadas, las bayonetas, los tanques, la red de espionaje y el terror. Siempre ocurre lo inesperado, 1957 fue el año en que los partidos políticos variaron sus estrategias, postularon la vía pacífica, electoral, la unidad entre ellos…”.
Una de las posturas más nítidas y de las primeras en manifestarse fue la de la Iglesia Católica. La famosa Carta Pastoral del 1° de Mayo del arzobispo de Caracas, monseñor Arias Blanco, leída en todos los templos del país, se convirtió en un campanazo a la conciencia colectiva, y una muestra valiente de no sumisión al régimen. Allí se hablaba, por ejemplo, de cómo “una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas”, para luego enumerar lo que llamó “hechos lamentables que están impidiendo a una gran masa de venezolanos poder aprovechar, según el plan de Dios, la hora de riqueza que vive nuestra patria…”. No es coincidencia que 60 años más tarde la Iglesia asuma el mismo rol de aguijonear el espíritu libertario de los venezolanos: “La actitud de resignación es paralizante y en nada contribuye al mejoramiento de la situación…Venezuela necesita un cambio de rumbo. El Ejecutivo ha fracasado en su tarea de garantizar el bienestar de la población. Las elecciones son el medio democrático para lograr ese cambio de rumbo” (CIX Asamblea Ordinaria de la CEV, 12 de enero de 2018).
Cicerón decía que no saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños. Hace 60 años el gobierno tampoco quería irse, a pesar del rechazo popular, y lucía con la fuerza represiva como para lograrlo. Pero el país y su dirigencia asumieron retarle. Y entendieron que no era un asunto de sentarse a esperar que las cosas ocurrieran, sino de organizarse y unirse para hacer que pasaran. La historia está allí para aprender de ella.