Publicado en Analítica
2017 fue un año duro. Quienes aún habitamos esta tierra de gracia debimos enfrentar episodios difíciles de digerir emocionalmente. Vimos, escuchamos y sentimos actos y decisiones del más bajo nivel espiritual. Sufrimos traiciones, nos sentimos utilizados, incomprendidos e incluso olvidados. Lo político se impuso a lo humano y el desprecio hacia nosotros mismos se desató con la fuerza que tiene ese lado oscuro que no diferencia –en nuestro caso- de quienes ostentan el poder y de quienes reclaman justicia. Fue el año del odio.
La incursión violenta al Palacio Legislativo de grupos comandados por altos funcionarios del Gobierno y transmitida en vivo por redes sociales, nos dio una idea del desprecio que el alto poder tiene contra los diputados opositores elegidos por voto popular y convertidos en mayoría por el pueblo. Fue una expresión primitiva y salvaje de cómo la voz de los representantes de la gente humilde y sencilla de este país puede ser silenciada a golpes.
Leímos y escuchamos cómo la llamada oposición radical desprestigió y humilló a parlamentarios. A esos que no han dormido por meses, que son espiados, perseguidos y vilipendiados. Incluso, debimos tolerar como desde Twitter guerreros del teclado llegaron a acusarlos de ser financiados por fuerzas oscuras. Pero esto era solo el abrebocas de lo que vendría después.
Las imágenes de jóvenes venezolanos golpeados, vejados y asesinados por las fuerzas policiales y militares del presidente Nicolás Maduro nos dejaron en shock. Esas heridas se siguieron abriendo cuando escuchábamos a venezolanos opositores pontificando que se necesitaban más muertes para que el Gobierno cayera.
La violencia ocupó todo. Vecinos se enfrentaron, se encerraron a ellos mismos, violaron el derecho al libre tránsito -como lo hace el Gobierno con sus zonas de seguridad y de espacio aéreo- se insultaron, se irrespetaron. El sentido de la lógica se perdió. A las urbanizaciones llegaron jóvenes de barrio a “cuidar” barricadas, pero no era inclusión social era uso del otro para un fin político. Como si la fuerza y contundencia de los cañones de Maduro pudieran si quiera tambalearse con el cierre de unas calles en zonas de clase media. ¿Era esto maldad o inocencia?
El Presidente y su séquito de financiados a dólar Dipro decidió convocar una asamblea nacional constituyente (en minúsculas porque esa instancia carece de legitimidad y por lo tanto de nombre propio) como un acto de soberbia absoluta. El todopoderoso que pretende acabar con la sagrada escritura de todo un pueblo. El arma para seguir torturando a su hermano en la patria, como lo hizo Caín contra Abel.
¿Y qué hizo parte de la oposición? Herida, frustrada y con la desesperanza a flor de piel se replegó y le dejó el camino abierto a esos radicales que desde adentro y fuera del país, descargaron su verbo venenoso para encontrar responsables de la falta de estrategia y de táctica. No para reconstruir y corregir sino para seguir destruyendo. Dos poderes supremos lanzando rayos destructores contra un pueblo confundido y angustiado. Una tortura despiadada de dos bandos que no veía en la mayoría la necesidad de encontrar una tregua.
Vimos durante el año a los venezolanos más pobres caminar kilómetros para llegar a sus trabajos y poder cobrar el día. Como los seguimos viendo hoy tratado de encontrar un espacio en el Metro de Caracas, o dentro de las pocas camioneticas que siguen rodando por calles y veredas con personas colgando de las puertas. ¿Sabrá Nicolás Maduro lo que se dice sobre él dentro de esos vehículos?
Una nueva versión de los juegos del hambre diseñada desde Cuba y con ayuda de asesores ibéricos se puso en marcha. Ante la caída de las importaciones por el mal uso de los recursos -que debió haber cuidado la administración de Maduro- la basura se convirtió en alimento de decenas, centenas y luego miles de venezolanos.
Con vergüenza y dolor los que se quedaron en Venezuela han tratado de manera desesperada de paliar este dolor. Ellos, junto con algunas iniciativas de hermanos en el exterior, tratan de brindar algo de alivio al otro, ante un gobierno que pretende solucionar la mayor crisis económica de la historia con un nuevo negocio. Porque siempre es así, siempre el uso del otro para un objetivo que beneficie a una minoría.
Y así los Claps se convirtieron no sólo un instrumento de manipulación política sino también en un mecanismo de obtención de renta a través de los beneficio del dólar controlado; mientras tanto la tasa paralela la pagan la mayoría en precios que cambian de semana en semana. ¿No es acaso esto odio hacia el otro? La hiperinflación como muestra del más profundo desprecio. La imposibilidad de poder comer o curarse para que un pequeño grupo en el poder se beneficie.
Esta realidad se presentaba en paralelo a una pelea ruda y desconsiderada en la oposición en donde nuevamente los intereses propios se impusieron. Vimos como la Mesa de la Unidad fue desprestigiada y nuestros líderes políticos juzgados y defenestrados unos por las fuerzas maduristas y otros por la oposición radical.
Obtenido el trofeo de haber acabado con la MUD, sus críticos más férreos nunca presentaron plan, proyecto o estrategia alternativa. Nada, solo destruir por destruir. La rabia expresada desde el cerebro reptil, la emoción básica sin escrutinio intelectual alguno. En consejo de ministros se frotaban las manos de gozo.
Luego vino el odio intelectual, y así vimos cómo personajes que creen ostentar la más alta estatura moral desacreditaron a venezolanos con carreras intachables, se trató de desprestigiar a periodistas destacados con historias inventadas, se despreció al que no pensaba igual, sus ideas fueron insultadas. Todo un arsenal desde la oposición radical. Vimos cómo algunos incluso aprovecharon estos ataques para escalar peldaños y quitar del medio a potenciales futuros adversarios. ¿Fue esto sobrevivencia o vileza?
2017 cerró con uno de los más profundos sentimientos de desesperanza que la nación haya vivido. Quizá desde la Guerra Federal esta tierra no había experimentado esa triste energía espiritual. Fue esa la semilla que el gobierno de Nicolás Maduro quiso que germinara. Por eso acepta sentarse en una mesa de negociación. Porque sabía que –aun cuando ellos mismos no quieren estar allí- los propios opositores se encargarían de torpedear la iniciativa.
Y así fue como esos valientes -contra todas las criticas, maledicencias y descarnados juicios- aceptaron sentarse frente a un grupo del alto gobierno que ha gestado y llevado a cabo las más indignas prácticas en contra de sus hermanos en la patria. ¿Valió la pena? Sin duda, gracias ellos 30 presos políticos salieron de las cárceles y se reencontraron con su familia. Pocos saben lo que es sobrevivir al encierro y humillación de estar privado de libertad en las cárceles de Maduro.
Es esa desesperanza la que hay que combatir porque es el estado emocional ideal que necesitan los gobiernos que no creen en la democracia para mantenerse en pie. Es dentro de ese sentimiento donde crece el resentimiento y la frustración que –incluso- lleva a algunos desde sus cómodos escritorios en el exterior a exigir una intervención extranjera militar en Venezuela.
Toda una propuesta de aquellos que no creen en los valores democráticos, en las vías de negociación para superar los conflictos sino en la toma repentina del poder como trató de hacer Hugo Chávez y como luego consumó Nicolás Maduro.
Quizá porque soy mujer y periodista veo esa propuesta de intervención con horror. Porque conozco las realidades de Irak, Afganistán, Libia y de sus mujeres. Porque sé lo que hasta las fuerzas aliadas hicieron con nuestro género cuando retomaron los territorios ocupados por los Nazis. Porque sé que en las invasiones e intervenciones, el ser humano armado se transforma y saca lo peor de sí mismo y es la población vulnerable la que más sufre.
Si en algo están claros los venezolanos, y así muestran los estudios de opinión, es que todos intentamos convertir a nuestro país en una nación civilista, honrosa, próspera y solidaria. De allí que es necesario que no permitas que el odio y las frustraciones de los demás asesinen tu esperanza.