El Diluvio fue para ahogar los pecados al comienzo de la civilización urbana
Si alguien increpa un antropólogo, sociólogo o analista izquierdoso sobre los crímenes de Al Qaeda, Hezbolá o Isis, es probable que responda condescendiente: “es un problema muy complejo” y al final, “culpa de los israelíes”. Y ciertamente podría ser enredada la situación, no por razones elevadas o de profundidad teórica, sino tanto como investigar la topografía de los carteles de narcotraficantes mexicanos a comienzos de los 2000. La proliferación de bandas criminales inspiradas en una religión que se quedó paralizada en la Edad Media y que habla lenguas extrañas. Su única ideología es el propósito de “borrar del mapa” a Israel y destruir la cultura democrática occidental. Lo demás son adornos ideológicos de la barbarie y diferencias en la interpretación criminal de la palabras de los profetas”.
El encargado de estrellar los aviones contra las Torres Gemelas hace 14 años, Mohamed Atta, era un arquitecto egipcio obsesionado en retroceder la historia que aborrecía la modestísima modernización del mundo musulmán. Se doctoró en Hamburgo con un proyecto contra natura: regresar un barrio en la ciudad siria de Aleppo (hoy todavía en manos de Isis) a su origen, sin autopistas ni edificios altos en el entorno. Sentía por las mujeres un genuino asco, -con particular aversión hacia las preñadas-, y por eso rechazó dar la mano a una profesora del jurado académico. Sólo se le conoció un romance de miradas con una palestina. En el testamento pide que ninguna mujer toque su cadáver ni visite su tumba. Su deseo fue ampliamente satisfecho al quedar vaporizado en la explosión. Tenía animadversión hacia la vida, -como su jefe Bin Laden-, incluso la suya.
Un criminal frío
Quienes tuvieron contacto con él -hotel, aeropuerto, autobús, taxi- no olvidan esa llamarada gélida de ira contenida y arrogancia asqueada que lo envolvía. Crispado, lívido, con un aura de odio y desprecio por lo humano que según un profesor que le dio clases “daba escalofrío”. Los revolucionarios en vez de cerebro y corazón tienen manuales con estrafalarias utopías y suelen destripar seres humanos en su nombre, para bien de los mismos seres humanos que destripan. Sufría además una de las patologías más aciagas, el moralismo, pues sus contagiados “hablan con labios fraudulentos y con doblado corazón” (Salmos 12-3). Las ideologías terroristas de izquierda o de derecha, reniegan de la vida urbana, “Occidente”, la globalización, que un apolillado lenguaje llama como Marx “capitalismo”. El culto al pasado, “lo originario” y el rencor hacia la sociedad abierta, el cosmopolitismo, la modernidad, que rompe los lazos de la pequeña comunidad, la tribu freudiana, donde todos se conocen y se prestan una cabra para cualquier necesidad.
El padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana, con ideas sacadas de un cangrejo, aborrecía la gente inferior que caminaba por Bilbao o San Sebastián, “la invasión maketa”. Abimael Guzmán rechazaba la influencia europea para regresar a la vida indígena de los Andes, y Andrew MacDonald, inspirador del terrorismo gringo en los 90, quería que sacaran negros, morenos y amarillos de EEUU, como hoy Donald Trump, el posible sepulturero de los republicanos. Se culpa de la impronta antimoderna a Rousseau o a las letanías morales de Juvenal contra la corrupción de Roma. Pero el gen está en las más antiguas raíces culturales de la civilización. Es el mito de “la prostituta de Babilonia” que se aplica a cualquier ciudad en cualquier época: mujeres, alcohol, vida fácil, perdición.
Purificación por sangre
El Diluvio fue para ahogar los pecados al comienzo de la civilización urbana. Yahvé le prometió a Abraham que perdonaría Sodoma y Gomorra si le mostraba apenas diez justos que no consiguió, y para colmo una turba quiso violar a dos ángeles enviados por Él a buscar a Lot. Luego Kafarnaún y Jerusalén arrasadas a sangre y fuego en castigo a sus perversiones. Los comunistas chinos hicieron la revolución contra los grandes centros urbanos (“triunfo del campo sobre la ciudad”) y pese al heroísmo de Shangai en su levantamiento, para Mao era el símbolo de la corrupción “capitalista” (el comercio en que se había basado desde siempre y se basa hoy la China) Tal vez porque en esa gran ciudad trabajó como actriz y prostituta “La manzana azul”, Chiang-Chig, la esposa de Mao.
Los jemeres rojos sacaron de Phnom Penh casi la mitad de la población hacia el campo, y el Che Guevara se burlaba de los revolucionarios urbanos, despreciables “pequeñoburgueses”. New York necesitaba escarmiento. No en vano su Quinta Avenida es la expresión más perfecta de hasta dónde puede llegar el hedonismo, el espacio donde los seres de un día han llegado a niveles más altos de libertad, riqueza, ostentación, resplandor. Centro universal de todo lo diabólico: mercado de capitales, confluencias étnicas, teatro, danza, gastronomía. Sayyid Qutb, (ejecutado por extremista en 1966) es el ideólogo fundamental de la Hermandad Musulmana. Fue a EEUU a estudiar inglés a fines de los 40 y asqueado le aplicó el concepto de “jahiliyya”, nueva barbarie. Se convenció de que los musulmanes debían arrancar cualquier influencia externa pecaminosa. En Arabia los seguidores de Wahhab e Ibn Saud, los wahhabitas, entre ellos Osama bin Laden, decidieron destruir Occidente.
@carlosraulher