Todavía no se disipa el humo tóxico de las bombas lacrimógenas, ni las imágenes de tanto atropello, menos aún la del primer mandatario y su círculo íntimo festejando, como si celebraran la represión masiva en contra de quienes salieron pacíficamente a reclamar sus derechos democráticos. Tanta violencia no los aturde, no los inquieta, los atornilla en la falsa seguridad del represor. Pero las imágenes están allí, rebotando en los medios de comunicación internacionales, en las redes sociales, un recordatorio picante como el gas mostaza, del desafecto popular que los circunda. Ya nadie se llama a engaños, el talante antidemocrático de quienes gobiernan a Venezuela quedó expuesto como nunca antes.
¿Qué queda de todo esto? Es difícil saberlo con certeza hoy miércoles 19 de abril cuando escribimos estas líneas. Permanece, eso sí, la inmensa valentía del país opositor –hoy mayoritario– que se niega a rendirse tras 18 años sufriendo el desguase de la nación a manos de una nomenclatura indolente. Se mantiene, también, la constancia de que la oposición unida puede más que sus parcelas por separado, y que la Unidad es un potente regenerador del esfuerzo democrático. (Muy a pesar de quienes la bombardean con mensajes infames en contra de sus dirigentes. Está visto que a algunos periodistas les “hackean” sus cuentas y a algunas periodistas el espíritu).
Se echa de menos una vocería única, que represente la riqueza coral que contiene la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) pero que pueda comunicar en una sola dirección: un megáfono titular, que represente a todos. Y perdonen la insistencia, la priorización de objetivos, eso que llaman una hoja de ruta, que especifique las paradas previas que conducen al propósito final. Y entre esos objetivos, la reconquista de un cronograma electoral, es determinante. Las marchas son una demostración de fuerza, no un fin en sí mismo.
El triunfo del 6D/2015 es una prueba de que es posible obtener logros concretos, parciales, pero determinantes en la ruta del cambio. Si la lucha es democrática, constitucional y electoral como la concibe la mayoría de la dirigencia real opositora, entonces mal se podría desechar insistir en que se lleven a cabo los procesos eleccionarios pendientes. Quienes acunaron la esperanza de que la madre de todas la marchas sería el encuentro final, el OK Corral para acabar con la calamidad reinante, están en su derecho de así pensarlo y hasta de insistir en reproducirlo periódicamente hasta lograrlo.
La jornada del 19 de abril, 2017, fue gloriosa para la oposición y una indignidad de quienes la reprimieron con tan feroz saña. El mundo entero lo presenció y no habrá argumento alguno que justifique tan violenta desmesura. La lista de opiniones y acciones “injerencistas” seguirá creciendo en la comunidad internacional y sus organismos.
Pero amores son obras, y ese “pueblo” al que tanto se menciona requiere de logros concretos, de triunfos efectivos que lo animen a creer que es posible el cambio. El pueblo de a pie, no el mítico, es especialista en la evaluación por resultados. Si no lo cree, pregúntele al combo gobernante por qué vuelan a su alrededor los huevos como meteoritos vengadores, y por qué le tiene pavor a realizar elecciones.
@jeanmaninat